Venezuela ha padecido de una enorme cantidad de distorsiones, experimentos e improvisaciones, somos el país de América Latina que por más de una década no ha formulado una política económica ni impulsado reformas, a lo cual se le suma que en el gobierno abunda la miopía, los radicalismos, la tozudez, ignorancia, irresponsabilidad e indolencia que en sumatoria explican el estado de deterioro generalizado del país, la mengua de sus campos, la merma de sus industrias, la reducción drástica de los comercios de cualquier rubro y área, y por supuesto, ese deterioro se expresa en una sociedad empobrecida, una economía marcadamente enferma y desfasada y unos ciudadanos sorteando dificultades tanto los que emigran como los que se quedan.
El gobierno tiene una enorme responsabilidad en la mala conducción del país y en lo que hoy tristemente tenemos, y los desastres reiterados se expresan en cifras muy lamentables, en indicadores regresivos, en informes que revelan como Venezuela retrocedió en salud, educación, infraestructura, libertades, seguridad, inversión, productividad, servicios públicos, calidad de vida, etc. Y tristemente una parte de la oposición tiene también una cuota importante de responsabilidad por sus desaciertos, su orfandad como sector, a veces su inexperiencia y también irresponsabilidad, por cierto adjetivos y atributos que comparte con el gobierno que tanto critica.
En los estudios de la llamada calidad de la democracia es importante el desempeño que cumple la clase política y dirigencia política en una sociedad y país, y más todavía en este mundo globalizado afectado por el covid-19, norovirus, influenza y otros que exigen pericia, tino, preparación y alto desempeño de sus dirigentes. Tanto así que la calidad de una democracia se mide en parte por la calidad de su dirigencia, y este aspecto o variable que en Venezuela es precario explica parte de nuestra tragedia nacional. Y no es que estemos postulando que los partidos se conviertan en órdenes sacerdotales y los políticos sean castos y puros, nada más alejado de la realidad, pero lo que no puede perdonársele a un político es su desconexión con la gente, su irresponsabilidad, su indolencia e incoherencia entre lo que predica y lo que finalmente hace.
En la Venezuela contemporánea el ejercicio de la política raya en lo impúdico, en la indolencia y felonía cuando las agendas de la gente por decir lo menos no están presentes en los partidos, cuando la política hemos dicho y repetido se transforma en mercancía sujeta a compra venta.
Si algo requiere Venezuela es de verdaderos partidos políticos, horizontales, modernos, representativos e implantados en la sociedad, y unos políticos serios, responsables que hagan política con mayúscula, que le devuelvan nobleza y sentido a la política democrática en paralelo a la reinstitucionalización de todo el tejido democráticos (sindicatos – gremios – universidades –etc-etc). Venezuela reclama con urgencia políticos sinceros, responsables y por supuesto un cambio. Los partidos políticos más allá de algunas voces agoreras y apocalípticas siguen siendo insustituibles. Pero no me refiero a los partidos de Venezuela que obligatoriamente requieren un proceso de depuración y reingeniería, y no es sólo un problema entre los viejos y los nuevos.
Fundamentalmente requerimos liderazgos capaces, probos, responsables que copen esas estructuras y vuelvan a darle sentido, protagonismo y direccionalidad a la lucha política, sin desconocer que en Venezuela hemos tenido un gobierno rufián que no ha respetado los cánones elementales de la democracia, la pluralidad, la ética, la tolerancia, y bien dice el adagio no se le puede pedir peras al olmo.
Este país es inmenso, grande, generoso y bendito. Por eso a pesar del paso de esta revolución y socialismo del siglo XXI que exponencialmente aniquilo a las industrias, campos, Pdvsa, CVG, Corpoelec, que afecto dramáticamente a la libertad de expresión cerrando televisoras, radios y diarios, además de empobrecer a la población, se produjeron daños financieros, patrimoniales, económicos, morales, atacaron como fiera enfurecida a las universidades autónomas, semilleros de talento y profesionales y ciudadanos críticos, insisto, este país es tan prodigioso que a pesar de tantas distorsiones no han podido doblegar el gen democrático el ADN democrático del venezolano, el papel estelar de las universidades, de sus agricultores, de nuestra Iglesia Católica y de una nueva generación de jóvenes y no tan jóvenes, muchos de ellos extranjeros, hijos de inmigrantes y otros criollos que en estos años de orfandad, polémica, éxodo, ataques y condiciones degradantes para los venezolanos y para los diversos sectores de la sociedad siguen apostando a Venezuela.
Esa generación tiene a Venezuela en sus tuétanos, siguen y seguirán en Venezuela, asumiendo un liderazgo vital en la actualidad y en el proceso de transición y refundación que el país demanda y que es indetenible. Este liderazgo emergente será determinante en la Venezuela que retorne a la civilidad, una Venezuela posrentista, pospetrolera, poschavista y posmilitarista, y aclaremos, no son dirigentes políticos pero sí líderes, venezolanos forjados a pulso que conocen al país, que lo recorren, que conocen los padecimientos de la gente y los requerimientos de los diversos sectores y fuerzas vivas a nivel nacional (aspecto paradójicamente ausente en la dirigencia política en el gobierno y en la oposición salvo honrosas excepciones desconectada del país nacional) y están asumiendo posturas, compromisos y retos en diversos colegios profesionales, sindicatos, gremios, asociaciones muy variadas y demás, y un sinnúmero de millones de venezolanos que día a día se esfuerzan por un mejor país.
No perdamos de vista cómo el liderazgo político, empresarial, sindical, universitario, religioso y demás posterior a 1958 fue determinante para un gran acuerdo nacional como fue el Pacto de Puntofijo (satanizado en estas décadas) y las figuras, organizaciones e instituciones que allí confluyeron para establecer las bases de la naciente democracia.
A los venezolanos nos corresponde una ardua tarea en la recuperación del país que perdimos y no sólo nos referimos a las finanzas, las industrias, los campos, la inversión privada, la agricultura, la construcción, la infraestructura en términos de autopistas, carreteras, puertos y aeropuertos, servicios públicos sino al valor de la educación superior y universitaria, el trabajo, puntualidad, responsabilidad, civilidad, probidad y demás resortes éticos y morales como sostén de una sociedad con expectativas, con certezas y no plagada de incertidumbres y zozobra. Una Venezuela civilista y posrentista.
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