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Una Venezuela posible

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Cierto es que nuestro país sobrevive en una catástrofe política, económica y social que tiende a agravarse. Cierto es que este último cuarto de siglo de hegemonía despótica y depredadora, es un período de destrucción tan generalizado, que una buena parte de los venezolanos se ha visto forzada a emigrar, y que la «ilusión» de otra buena parte de la población, sobre todo de las nuevas generaciones, es irse de Venezuela. Cómo sea.

Una realidad que induce a considerar que ya no hay remedio; que todos los caminos de salida están amurallados; que el futuro sólo será un continuismo peor que el presente; que Venezuela perdió su vitalidad y su destino es la desolación.

Pues no estoy de acuerdo en que nuestro país «perdió el tren del progreso», por así decirlo, y que apenas nos queda el refugio de la resignación o de la emigración.

Y no estoy de acuerdo por lo que conozco de Venezuela. Por la trayectoria de lo positivo de su historia, por las inmensas reservas con que aún cuenta, por su capital humano, dentro y fuera de sus fronteras.

Por todo ello, me atrevo a ofrecer unas ideas que no son vapores de la fantasía. No. Son posibilidades para un país distinto, que le ofrezca una oportunidad humana y digna a sus habitantes.

La reconstrucción y puesta al día del sistema hidroeléctrico del Bajo Caroní, y al menos el inicio del sistema hidroeléctrico del Alto Caroní, serían una fuente de energía como pocas en el mundo.

La reactivación y ampliación del complejo industrial de Guayana, con inversión privada y rectoría de un Estado institucional, que incluya el desarrollo sustentable del potencial minero; convertirían a la región guayanesa en un emporio productivo. Un imán para el cambio social.

La realización del viejo proyecto de un canal entre el Orinoco y el mar Caribe, por la cuenca del Unare, sería un turbomotor para la actividad económica y sobre todo agrícola de los Llanos orientales. El potencial de la Mesa de Guanipa, se haría realidad positiva.

La reconstrucción de Pdvsa como empresa nacional y facilitadora de la apertura a la inversión privada, no sólo tendría un gran impacto, como insistió siempre Asdrúbal Baptista, en el aumento de los ingresos fiscales o la cara rentística del petróleo; sino en la dinámica de su cara productiva, desarrollo integral, en muchas partes del país. El Zulia, con su lago de Maracaibo,

Monagas, los Llanos de Barinas, y la gran faja del Orinoco. La cara productiva del petróleo alcanzaría todo el país, desde la península de Paria hasta la península de Paraguaná.

Una administración responsable del ingreso fiscal, dedicada a la educación en todos sus niveles, a la salud, seguridad social y protección de los venezolanos en condiciones de discapacidad, entre otros aspectos de justicia social, haría verdadero el principio del bien común.

El impulso de un sistema de concesiones para la reconstrucción y desarrollo de obras públicas, sobre todo de transporte, sería vital. Basta de parches asfálticos. Vías sólidas de concreto. ¿Por qué no podemos tener trenes de alta velocidad, que comuniquen la región central, e incluso la enlacen con ciudades como Barquisimeto, Maracaibo, Barcelacruz y Ciudad Guayana? ¿Por qué no podemos tener vías de amplia circulación que conecten a la región andina, entre sí, y con el resto del país? Cuando el general Gómez se construyó la Trasandina, antes del petróleo. Y ahí está. El desarrollo vial de los Andes sería un empuje a la producción agrícola y la actividad comercial de máxima importancia.

¿Por qué la ciudad de Mérida, universitaria por excelencia, no puede transformarse en la capital tecnológica del país, como Bangalore en la India? Ofreciendo lo necesario a empresas de vanguardia tecnológica, incluyendo las concentradas en la Inteligencia Artificial? ¿Por qué no?

Maiquetía podría quedarse como aeropuerto local y para viajes internacionales de corta duración. En las sabanas del Guárico puede desarrollarse una ciudad aeroportuaria, con un aeropuerto de primera, que se convertiría en el «hub» aéreo de América Latina -como lo fue Maiquetía hace muchos años, y con una gama de instalaciones para el servicio y tecnología aérea. Una vía de comunicación de alta velocidad, acercaría la ciudad aeroportuaria a Caracas y otras ciudades.

Hay que darle vida productiva a la faja meridional de Venezuela. Proyectos como éste ayudarían. ¿Y por qué no una ciudad de la salud, con hospitales especializados y universidades correspondientes? Para atraer servicios de salud del exterior, y crear un centro de formación en las más variadas áreas de la medicina? Si ésto se proyectó y construyó en Ciudad Guayana, hace décadas, para la actividad industrial, ¿por qué no ahora en otros aspectos indispensables para el avance nacional?

Si tuviéramos buenos servicios de agua, energía, y un programa sólido de largo plazo, todo esto se puede hacer. En un vallecito periférico de Caracas, el Dr. Mayz Vallenilla, con el apoyo del Estado institucional, hizo posible a la Universidad Simón Bolívar, en su momento una de las universidades tecnológicas más prestigiosas del continente. ¿No basta este ejemplo?

Todo el cordón industrial del país puede revitalizarse y adaptarse a los nuevos tiempos. Desde Carenero hasta Puerto Cabello, y más allá, será una gigantesca conurbe, y así debe pensarse y planificarse.

Caracas es un caos a gran velocidad. Una ciudad empobrecida con algunas burbujas que ya se espichan. Es la hora de pensar en grande.

Caracas puede ser tres Caracas. La Caracas del valle, la Caracas de la montaña y la Caracas del mar.

Con adecuadas vías de comunicación que conecten al extremo oriental de la Gran Caracas, es decir Guarenas-Guatire, con el litoral respectivo, se puede desarrollar una zona urbana de atractivo. Una Caracas de playa, como se logró mover a Barcelona a la costa catalana.

Una Caracas del valle, para la actividad gubernamental, económica y cultural. Con parques que le den vida sana desde Petare hasta Catia.

Y una Caracas de la montaña, donde la gente, con pocos o más recursos, tenga acceso a todos los servicios para una vida decorosa. Con buen transporte y con la expansión del Metro de Caracas, la circunvalación de la capital para evitar el tránsito de transporte pesado, y con la realización del plan de comunicación vial dentro de la capital, propiamente dicha, y con las ciudades mirandinas.

Concluir las grandes obras de generación de energía eléctrica o suministro de agua, en el Táchira, Yacambú-Quíbor, o en el Zulia, serían un tremendo impulso para esas y otras regiones.

El incentivo ordenado del turismo en todo el país. Pero en particular en la franja norte costera y en Margarita, isla maravillosa, también traerían trabajo y desarrollo.

Estas y tantas más posibilidades, no son, repito, vapores de la fantasía. La Venezuela paupérrima de comienzo del siglo XX, se fue construyendo hasta llegar a ser un país importante y reconocido en América Latina y mucho más allá.

Pero nada de esto, nada, puede ocurrir bajo la égida de la hegemonía despótica y depredadora. Tenemos que superarla, colocando nuestras legítimas diferencias aparte, para construir una República Civil que haga posible la Venezuela posible.

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