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Una sombra que hay que vencer

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El equipo de fútbol profesional de la Universidad Central de Venezuela debutó en la Copa Libertadores de América con un logo estampado en el centro de su uniforme que identifica a la Dirección de Asuntos Especiales (DAE) de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM). Diversos medios destacaron que la represión que padece la disidencia política venezolana, y no solo la disidencia, se pasea campante por los terrenos de fútbol del país y de la región. El descaro oficialista carece de límites, ni tampoco parece haber VAR (Árbitro asistente de video) que lo declare fuera de lugar. 

Las denuncias tuvieron el efecto, sin embargo, de que el logo fuera tapado y el balón siguiera en movimiento, sin nada que lamentar ni que explicar.

El jefe de la DAE es el teniente coronel Alexander Enrique Granko Arteaga, plenamente identificado en los informes nacionales e internacionales sobre la vulneración de los derechos humanos en el país como uno de los que más manda entre los que mandan y cometen toda clase de atrocidades. Cuando usaba la red X, Granko se identificaba como un hijo más de Bolívar y Chávez y defensor de la revolución bolivariana. En la telaraña oscura que es el fútbol profesional venezolano, penetrado por el régimen, sus personeros y dineros mal habidos, se cuela que el teniente coronel es el dueño del UCV FC. Nadie lo confirma, nadie lo niega.

En la azarosa historia del fútbol profesional del país, de contados éxitos, el equipo de la UCV es el de más vieja data. Su fundación ocurrió en 1947 cuando debutó en la primera división, según el registro del libro Delirio Vinotinto, autoría de Javier González, Carlos Figueroa y Eliézer Pérez. En 1951 fue campeón y luego, la mezcla de mayores exigencias económicas de un campeonato de más empaque y la proverbial escasez de recursos en los predios universitarios públicos, lo arrojó a categorías inferiores y a perder la etiqueta de equipo profesional en algún momento de su historia. La UCV siguió, sin embargo, compitiendo en las categorías infantiles y juveniles del balompié aficionado del entonces Distrito Federal, luego Distrito Capital, nivel más indicado para una institución dedicada a la formación integral.

El misterio de la resurrección del equipo UCV solo puede atribuirse a la displicencia con que se manejan los recursos públicos desde la llegada al poder de la denominada “revolución bolivariana”. Mientras escuelas bajo responsabilidad del Estado carecen de forma continuada de los servicios de luz y agua y funcionan a medio gas porque no es posible cancelar los sueldos de maestros a tiempo completo, hay recursos para financiar equipos profesionales de fútbol y de  otros deportes, sin que se sepa cómo se adquieren, de dónde salen los fondos y cómo y ante quién se justifica tal erogación. 

El caso de la UCV supera todo lo imaginable. Asociar el nombre de la primera institución universitaria del país a un emblema que simboliza de manera dolorosa la represión y brutal la violación sistemática de los derechos humanos debería exigir explicaciones: a la propia Universidad Central de Venezuela, cuyo nombre es un patrimonio nacional; a la Federación Venezolana de Fútbol y a la Confederación Sudamericana de Fútbol, organismos obligados a cumplir las reglas de vestimenta que prohíben eslóganes, mensajes o imágenes de:

  • Partidos, organizaciones, grupos, etc. de carácter político, ya sean locales, regionales, nacionales o internacionales.
  • Gobiernos locales, regionales o nacionales ni de sus ministerios, cargos o funciones.
  • Ninguna organización de carácter discriminatorio
  • Ninguna organización cuyos objetivos o acciones puedan ofender a un número considerable de personas.

La “casa que vence la sombra, como se reconoce a la institución ucevista, remite a valores asociados a la libertad, la independencia y el pluralismo. No deberían ser pateados.

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