Por Ambiente: Situación y retos
Una ingeniera forestal narra la experiencia de un grupo de científicos en la selva, dedicados a catalogar la flora y fauna alrededor de árboles que superan los 70 metros de altura.
Explorar la reserva de bosque tropical de Paru, una de las áreas más inaccesibles y mejor conservadas de la Amazonia, es una experiencia extraordinaria incluso para alguien con amplia experiencia en las selvas brasileñas. “Al llegar allí, mis ojos brillaban como los de una niña frente a un dulce. Conozco otros ecosistemas, pero este está prácticamente intacto”, rememora la ingeniera forestal Lucyana Santos durante una entrevista por videollamada. Santos fue parte de una expedición científica de dos semanas en mayo pasado, cuyo objetivo era llegar hasta el árbol más alto de la Amazonia: un angelin rojo (Dinizia excelsa) de 88.5 metros de altura (el doble del Cristo Redentor de Río de Janeiro, comparable a un edificio de 30 pisos), descubierto hace cinco años en el oeste del estado de Pará.
“Nos fue imposible llegar hasta él; una catarata nos lo impidió”, relata Santos, quien trabaja en el Instituto de Desarrollo Forestal y de la Biodiversidad del Estado de Pará (Ideflor). Las investigaciones en la mayor selva tropical del planeta presentan no solo un desafío físico inmenso, sino también la constante amenaza de lo inesperado. Esperaron tres días a que el nivel del agua descendiera para cruzar la catarata, pero sus esfuerzos fueron en vano.
A pesar de no haber alcanzado su destino original (una expedición anterior sí logró llegar al angelin rojo de 88.5 metros), durante el trayecto descubrieron un nuevo santuario de árboles gigantes. Allí, Santos y otros científicos del equipo recolectaron muestras en seis parcelas de 2.500 metros cuadrados cada una, convertidas en laboratorios naturales. En esas parcelas, recogieron muestras del suelo, realizaron un inventario de la flora y la fauna, incluyendo peces del río Jaru y sus afluentes. También observaron aves y hallaron huellas de grandes mamíferos como jaguares, aunque no lograron avistar a ninguno. El objetivo de esta investigación es ampliar el conocimiento y promover una mayor protección legal de la reserva para asegurar su preservación en las mejores condiciones posibles. La inspección de las copas de los gigantes queda pendiente para una próxima ocasión.
La reserva de Paru, que abarca unos 36.000 kilómetros cuadrados (un área ligeramente menor que Dinamarca), se sitúa a 800 kilómetros al oeste de Belém, ciudad que se prepara para realizar un sueño largamente acariciado por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva: atraer a la Amazonia a los principales estudiosos y tomadores de decisiones sobre el cambio climático. El próximo año, Belém será la sede de la COP30, la cumbre climática de la ONU.
Durante la reciente expedición, Santos y su equipo descubrieron que los árboles gigantes son más abundantes y están más dispersos de lo que se pensaba. Aún se desconoce qué factores hacen que este rincón de Pará albergue especímenes que doblan en altura al resto de la selva. “No sabemos por qué sucede aquí, si es debido a un microclima específico, a las condiciones del suelo, o a la proximidad del agua…”. Su edad también es un misterio: “Estimamos que tienen entre 400 y 600 años, pero eso es solo una suposición”.
En esta área, ya se han identificado 38 árboles gigantes, incluyendo dos que superan los 80 metros de altura. Lo que sí se sabe es que estos árboles desempeñan un papel crucial en la preservación de la biodiversidad y el equilibrio ecológico, además de contribuir a la regulación climática gracias a su extraordinaria capacidad para almacenar carbono, medida mediante un escaneo láser desde la Estación Espacial Internacional. Además, estos árboles son como una cápsula del tiempo, ofreciendo una ventana al pasado de la selva.
Para alcanzar un lugar tan remoto, estos científicos deben estar preparados para enfrentar condiciones extremas. “Lo más difícil es la rutina diaria, el esfuerzo de recolectar información y muestras en un viaje largo con altas temperaturas y humedad”, detalla Santos. Primero tomaron un avión, luego un coche, después un barco… y comenzaron a remontar el río Jaru hacia la reserva de los árboles gigantes.
El equipo contaba con guías locales expertos en moverse por esos ríos y la selva, además de dos asesores de prensa. Llevaban consigo material científico, agua, comida, medicinas, GPS, binoculares, hielo, y cloro para purificar el agua cuando se acababa la embotellada. Debían estar preparados para largas caminatas bajo el sol y la lluvia, a través de una vegetación densa y un terreno irregular. El clima cambiaba constantemente y de manera abrupta. “Te pones la capa de lluvia, te la quitas, te la vuelves a poner…”, comenta. Montaban campamentos para dormir, siempre en hamacas protegidas por mosquiteros. En lugares así, hasta los sapos son engañosos: parecen inofensivos, pero son venenosos. Santos recuerda a su colega Deisy colocando una trampa para mosquitos, interesada en descubrir de qué se alimentan.
Uno de los momentos más emocionantes para Santos fue cuando descubrieron un árbol de 73 metros de altura con un tronco de tres metros de diámetro, junto a otro de 63 metros, rodeados de otros ejemplares gigantescos. Está claro que sin estos árboles tan majestuosos, el equilibrio ecológico se alteraría drásticamente. La ingeniera forestal enumera los posibles desastres: el río avanzaría, la temperatura cambiaría. Al perder la sombra, el suelo quedaría desprotegido, no se almacenarían grandes cantidades de carbono, y los nichos ecológicos que estos árboles sustentan se verían afectados.
Su intención es que la reserva obtenga una mayor protección legal, impidiendo incluso a los locales que actualmente la explotan de manera sostenible, como recolectores de castañas u otros frutos, que sigan haciéndolo. La meta es que el acceso humano sea absolutamente prohibido, excepto para expediciones científicas. El propósito de esta expedición era recolectar información sobre la flora y fauna de los santuarios de árboles gigantes, y con esos datos, construir un caso sólido para defender este cambio legal en las audiencias públicas que se convocarán para informar a los vecinos del municipio de Monte Dourado sobre las razones para proteger con más rigor este valioso lugar.
Ambiente: Situación y retos es un espacio de El Nacional, coordinado por Pablo Kaplún Hirsz
Email. movimientodeseraser@gmail.com web: www.movimientoser.wordpress.com