Por Jennifer Peral Martínez[1]
Hoy esta columna da la bienvenida a una nueva colaboradora. Lo que sigue es digno de “aunque usted no lo crea”. La coordinación de este espacio da fe que todo lo abajo afirmado es cierto. En Venezuela no solo es todavía posible soñar, también es factible hacer. Dado que nuestro país, ya no reconocido como el gigantesco productor petrolero se ha convertido en uno de los principales exportadores de malas noticias, vale la pena tomar palabras textuales de la autora arriba referida para darnos un respiro de aire fresco.
“Su pasión por la agricultura, por el campo y por un sistema de producción alternativo, regenerativo del ecosistema, del espacio rural, creador de cultura, conservacionista, llevó a Lina y Julia a crear la Finca La Isla Agroecológica. Ninguna de las dos viene del medio rural ni tiene antepasados ligados a la producción agrícola, así que son neocampesinas.
Julia, viene del área de la geografía, una disciplina hermana de la ecología pero en el caso de Lina, fue un sueño de larga data que fue madurando poco a poco mientras se dedicaba, desde el ámbito universitario, a la enseñanza y a la investigación en el área de la ecología y de la agroecología. Hoy hablamos con ella para que nos cuente más sobre esta bonita aventura en un enclave tan mágico como son los Andes venezolanos.
Jennifer: ¿Cómo surgió la creación de la Finca La Isla Agroecológica?
Lina: Para contestar esta primera pregunta debo comenzar diciendo que La Isla Agroecológica no surge como una actividad económica sino como un proyecto de vida. Hay una diferencia sustancial entre ambas cosas. Si bien comercializamos nuestros productos y hay una actividad económica ligada a la finca, lo que nos motiva es una combinación entre la pasión por el campo y la firme creencia de que muchas de las respuestas que necesitamos en estos tiempos de cambio climático, de crisis ambiental generalizada y de cuestionamiento del modelo civilizatorio, están en el modo en que producimos nuestros alimentos.
Creemos firmemente en que el agronegocio, la producción de alimentos a través del uso masivo de energía e insumos, muchos en forma de agrotóxicos, el monocultivo, la desconexión del consumidor con el productor, deben llegar a su fin porque no solo son inviables a largo plazo sino que también están en el origen de gran parte de los problemas que experimentamos. No solo como sociedad sino como integrantes de lo que Capra llama la trama de la vida y Lovelock llama Gaia, el planeta viviente. Es decir que, en la creación de esta pequeña finca, ubicada en los Andes venezolanos, hay una dosis grande de idealismo.
Pensamos que a nivel de acciones individuales, la actividad agrícola proporciona un área privilegiada desde donde ser proactivos en aportar soluciones que puedan transformar desde lo pequeño. Sobre todo, como le sucede a la mayoría de las personas, lo grande nos es inasible y escapa de nuestras posibilidades individuales.
Uno de los aspectos que más nos motivó para la creación de la Isla Agroecológica fue la existencia de pocos referentes sobre producción agrícola alternativa en ambientes de montaña tropical. Cuando uno busca bibliografía sobre producción orgánica la mayoría se refiere a ambientes templados y muy poco al trópico y menos aún al trópico de montaña. Nos pareció entonces un reto el tratar de, a la escala de unas pocas hectáreas, crear un posible modelo que pudiera ser replicado, servir de inspiración o incluso de punto de partida para otros productores agroecológicos.
Este proyecto surge desde la firme creencia de que en la agricultura a pequeña escala, intensiva o semiintensiva, amigable con el ambiente, diversa, dirigida a los consumidores locales, regenerativa del suelo y conservacionista, es parte de la respuesta a la crisis ambiental planetaria que enfrentamos. Además es un modelo de vida creativo, de constantes retos y en contacto permanente con la realidad más primaria: el suelo, las plantas, los animales, el agua, el sol. Es improbable que vayamos a cambiar el mundo, pero es seguro que nuestra vida cambió y se enriqueció con infinitas experiencias a través de este proyecto que está y estará en construcción porque es el proyecto sin fin. Y lo bonito es ver cómo en tantos rincones del planeta surgen iniciativas parecidas, cada una particular, pero hermanadas.
Jennifer: Supongo que no ha sido tarea fácil ¿cuál ha sido el mayor reto al que os habéis enfrentado?
Lina: Esta pregunta podría desencadenar un torrente de lamentos, pero intentaremos no caer en esa tentación. Me encantaría poder dar una respuesta simple. Por ejemplo, decir que la mayor dificultad fue emprender un proyecto agrícola siendo mujeres en un país machista. Pero no fue así, para nada. En realidad, creo que Venezuela es un país poco machista, aunque las apariencias engañen. Aquí las mujeres están bastante empoderadas y son muchas veces las líderes en sus comunidades. La verdad es que la mayoría de los hombres venezolanos que conozco son gentiles y colaboradores.
Otra respuesta simple sería decir que la falta de experiencia práctica en las complejidades de la agroecología fue el mayor reto; esto estaría más cerca de la verdad. Otro reto indudable fue la comercialización en un país no acostumbrado a comer vegetales y menos vegetales “raros». Aún menos a dar valor a lo agroecológico.
Una de las limitaciones concretas más importantes que enfrentamos fue durante los largos meses de protestas de la oposición más radical. Su estrategia fue trancar las principales calles con barricadas custodiadas por individuos encapuchados y altamente violentos para no dejar pasar a nadie, ni siquiera a las ambulancias. En esos momentos, que se prolongaron por meses, para ir a la finca había que salir antes del amanecer, cuando los encapuchados descansaban y, tomando todo tipo de riesgos, atravesar las humeantes barricadas que además estaban sembradas de clavos para reventar los neumáticos. Y luego el problema era el regreso. Cuántas veces quedamos atrapados entre lluvias de piedras y violencia, esperando una oportunidad para pasar.
Después de eso construimos una vivienda en la Finca para no tener que someternos más a este tipo de situaciones. Nos terminó sirviendo para no tener que ir y venir cuando comenzó a escasear la gasolina.
La Agroecológica, como la permacultura, se basa en crear soluciones en intentar hacer de las limitaciones oportunidades. En ese sentido, tal vez haya sido un privilegio tener que desarrollar este proyecto en Venezuela. Aquí hemos tenido una escuela en resolución de problemas y sustitución de insumos.
Jennifer: ¿Consideras que la agricultura orgánica es un modelo económico que puede ayudar al progreso de la región de los Andes?
Lina: Considero que la agricultura agroecológica puede traer progreso a la región andina venezolana, pero que hay un largo camino para andar o más bien desandar, revirtiendo, enderezando y reaprendiendo. Tenemos algo a nuestro favor que es ese hermoso legado de cultivos de origen andino que propagar y popularizar e intercalar con otros que sin ser andinos encuentran aquí condiciones propicias para su desarrollo. Los Andes venezolanos, por su amplitud altitudinal, su clima tropical de montaña, son espacios donde casi todo puede cultivarse y ofrecen un escenario maravilloso para el juego de la diversidad. Sus permutaciones infinitas de cultivos que nos llenarían de sabores, nutrientes y placeres.
Mi idea un poco utópica de progreso sería un paisaje andino rural formado por pequeñas fincas familiares manejadas agroecológicamente, surtiendo de vegetales, huevos, queso, miel y otros productos a la región andina y al resto del país. Puedo imaginar una sociedad rural reestructurada, recampesinada, habitada por personas comprometidas y viviendo en armonía con su entorno. Pero hay un concepto clave que puede reemplazar al de progreso y es el concepto de buen vivir, el cual es central en la visión de los pueblos andinos primigenios. Lleva implícito el vivir en armonía y como integrante del entorno natural, sin esa connotación de dominación que lleva el progreso a la occidental.
Esa sería la meta, buen vivir con nuestros Andes, con nuestros territorios, en tiempos de cambio climático, de cambios de paradigmas, de cambios estructurales, de pandemias y pospandemias, de posmodernidades. ¿Será que lo lograremos? ¿Será que los jóvenes de tu generación y las que te suceden darán esa batalla?
Jennifer: ¿Pertenecéis a alguna cooperativa o red de agricultores en la región?
Lina: Si, pertenecemos a una Asociación Civil llamada Mano a Mano Intercambio Agroecológico. Su objetivo es promover la práctica de la agroecología, la agrodiversidad, el intercambio justo y la alimentación sana. Una de las actividades de mano a mano es el mercadito agroecológico que tiene lugar dos veces por mes y en el cual los productores comercializan directamente sus productos. De allí el nombre de Mano a Mano.
La asociación se aproxima a su primera década de existencia. En este país es meritorio, ya que todo tiende a ser efímero. Hemos ido sorteando, con bastantes dificultades los obstáculos que nos impone la crisis. Algunos productores no pudieron seguir participando porque no les fue posible mantener sus vehículos funcionando, o porque no lograron un nivel de rentabilidad apropiado. Pero, aunque algo debilitada, la asociación sigue en pie y es un punto de referencia para el movimiento Agroecológico en Mérida.
¡Muchas gracias por tu tiempo, Lina!”[2]
Vale la pena, en tanto coordinador de “Ambiente: Situación y retos” Pablo Kaplún explique por qué da crédito a lo arriba referido, dado su carácter de partícipe del Mercado Agroecológico “Mano a Mano”. Uno, en otras partes del mundo, ha visto iniciativas más o menos similares, signadas sin embargo, con una diferencia significativa con la merideña. Comer más sano es considerado algo lógico de compensar con precios más altos en los espacios de productos de venta de rubros agroecológicos, tanto por costes derivados de la producción a escala artesanal como por el hecho real que la agroecología exige más dedicación al agricultor que la dependiente químicos industriales y maquinarias. Pero no, en Mérida, el lograr la venta directa de productor a consumidor y la disposición de un grupo de voluntarios a que este intercambio se desarrolle permite que sea al revés: los precios son más económicos en “Mano a Mano” que en cualquier otro de los mercados convencionales de la ciudad. Claro, el hecho que allí converjan varios productores genera una serie de complementariedades entre estos últimos que tal vez no sean medibles en moneda: trueque le llamaban antiguamente, cooperación solidaria le llamamos ahora. ¿Defectos? Y sí, claro, los tiene, pero lograrlo y mantenerlo en pleno desarrollo en la atribulada Venezuela de hoy mueve al optimismo, sentimiento al cual los venezolanos nos hemos desacostumbrado y vale recordar que un día fue parte de nuestra identidad nacional.
[1] Graduada en Turismo por la Universidad Rey Juan Carlos con posgrado en Marketing y Comunicación de Destinos Turísticos por la Universitat Oberta de Catalunya. Tras cuatro años de experiencia en el mundo de las agencias de viajes encontró su verdadera motivación en la comunicación del turismo sostenible y los viajes responsables.