El 10 de enero de 2025, Nicolás Maduro asumió nuevamente la presidencia de Venezuela, en un acto que no solo refuerza la permanencia de un régimen autoritario, sino que también refleja una crisis política que continúa arrastrando al país hacia una profunda incertidumbre. Este evento subraya las tensiones que vivimos como sociedad, donde las elecciones, lejos de representar una afirmación democrática, siguen siendo cuestionadas por su falta de transparencia y por las serias restricciones a la participación real de los ciudadanos.
La elección de 2024 fue otro capítulo en esta historia de frustración, en la que la promesa de un cambio real fue una vez más limitada por un sistema electoral que, bajo las circunstancias actuales, no ofrece garantías de justicia ni pluralismo. Si bien la necesidad de un cambio es más urgente que nunca, los venezolanos siguen atrapados en un entorno donde las instituciones han sido gravemente debilitadas y donde la posibilidad de un futuro mejor parece distante.
El régimen, que ha consolidado su poder a través del control militar y la manipulación política, sigue ejerciendo un dominio sobre el país que ha causado un sufrimiento generalizado. Sin embargo, no debemos perder de vista que, más allá de la crisis económica y humanitaria, existe un pueblo resiliente que aún mantiene viva la esperanza de restaurar la democracia y la justicia en Venezuela. La opresión del régimen no debe cegarnos ante la capacidad de la sociedad venezolana para resistir y buscar la restauración de sus derechos.
La lucha por la libertad y la democracia no puede depender únicamente de la intervención externa ni de las promesas incumplidas. Si bien la presión internacional es importante, el cambio real debe venir del pueblo venezolano, que, aunque agotado, no ha perdido su voluntad de seguir luchando por un futuro digno. Este cambio no debe limitarse a esperar que las circunstancias cambien por sí solas, sino a la organización, a la movilización y a la construcción de una unidad nacional que permita enfrentar las dificultades de manera pacífica pero firme.
Es vital que la oposición reconozca que la lucha por la democracia no puede depender de un sistema electoral que, en su actual forma, no refleja la verdadera voluntad del pueblo. Pero igualmente importante es no subestimar la capacidad del régimen para mantenerse en el poder a través de tácticas que van más allá de las urnas, utilizando el control militar, económico y mediático. La verdadera resistencia debe ser un esfuerzo amplio y coordinado que busque desmantelar estas estructuras de poder de manera pacífica, pero decidida.
A pesar de los desafíos, hay razones para mantener la esperanza. Venezuela tiene una rica historia de lucha por la justicia y la libertad, y aunque el camino por delante será largo y difícil, los venezolanos tienen el poder de cambiar su destino. Este proceso de transformación requiere coraje, unidad y determinación para enfrentar no solo las dificultades externas, sino también las internas que nos dividen.
El futuro de Venezuela no se construye en la pasividad ni en la espera de milagros, sino en la acción consciente y organizada del pueblo que, con valentía, está dispuesto a luchar por la justicia, la democracia y la dignidad. Es hora de que todos, sin importar su orientación política, nos unamos para enfrentar el reto de reconstruir el país.
Venezuela necesita un cambio, pero este cambio dependerá de nuestra capacidad para organizarnos, para resistir con unidad y para luchar por un futuro en el que la democracia, la libertad y el respeto por los derechos humanos sean una realidad, no solo una promesa vacía. La fuerza del pueblo venezolano está en sus manos, y con esfuerzo y unidad, podemos alcanzar un futuro mejor.
Pedro Adolfo Morales Vera es economista, jurista, criminólogo y politólogo.
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