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May 5, 2025


Trump vs Trump

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La política exterior de Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump ha sido un reflejo de su estilo de liderazgo disruptivo y su visión transaccional de las relaciones internacionales. Su enfoque, tanto en su primer mandato (2017-2021) como en su actual administración iniciada en enero de 2025, se ha caracterizado por priorizar los intereses económicos y estratégicos inmediatos de Estados Unidos, muchas veces a expensas de la estabilidad global y del tradicional orden multilateral que Washington había sostenido por décadas. Analizar esta trayectoria a través del paradigma de la complejidad de Edgar Morin nos permite comprender cómo cada decisión de política exterior de Trump ha generado efectos inesperados y ha desencadenado reacciones en cadena dentro de un sistema global interconectado y dinámico.

En su primer mandato, Trump adoptó una postura marcadamente unilateralista y proteccionista, promoviendo su lema «America First» como eje central de su estrategia internacional. Su decisión de retirarse del Acuerdo de París sobre el cambio climático y del acuerdo nuclear con Irán (JCPOA) fueron muestras claras de su desdén por los acuerdos multilaterales. Asimismo, la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en favor del Tratado entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC) dejó en evidencia su visión de las relaciones internacionales como meros acuerdos transaccionales, donde priman los beneficios económicos inmediatos por encima de los compromisos políticos y diplomáticos de largo plazo.

Sin embargo, la política exterior de Trump en su segundo mandato ha evolucionado en respuesta a los desafíos emergentes del sistema global. Su acercamiento a Rusia es uno de los aspectos más controvertidos de su actual administración. Mientras que en su primer mandato mantuvo una relación ambigua con el Kremlin, en su segundo gobierno ha buscado consolidar una alianza estratégica con Moscú, alterando profundamente el equilibrio de poder en Europa. Este cambio ha generado una serie de consecuencias no previstas, incluyendo un distanciamiento con la Unión Europea y un debilitamiento de la OTAN. La guerra en Ucrania ha sido un punto crítico en esta reconfiguración geopolítica, ya que Trump ha culpado al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, por la prolongación del conflicto, argumentando que Ucrania debió aceptar la pérdida de territorio para evitar una escalada bélica. Esta postura ha fracturado la unidad occidental y ha fortalecido la posición de Rusia en la región.

El acuerdo entre Estados Unidos y Ucrania, que permite a Washington explotar los recursos minerales del país a cambio de financiamiento para la guerra, refleja la visión pragmática y transaccional de Trump en política exterior. Este tipo de acuerdos, aunque generan beneficios económicos para ambas partes, también introducen nuevas incertidumbres en la estabilidad regional y en la soberanía de los Estados involucrados. La dependencia de Ucrania de Estados Unidos para su financiamiento militar, combinada con las condiciones impuestas por Washington, ha llevado a una mayor polarización en la política ucraniana y a la incertidumbre sobre su futuro como nación independiente.

En el ámbito de la rivalidad con China, Trump ha intensificado la confrontación comercial y estratégica. Mientras que en su primer mandato implementó una guerra comercial a través de la imposición de aranceles, en su segunda administración ha llevado esta estrategia aún más lejos, restringiendo el acceso de China a tecnologías críticas y fortaleciendo alianzas con países de la región Indo-Pacífico. Sin embargo, este enfoque ha generado efectos secundarios inesperados, como el fortalecimiento de la autosuficiencia tecnológica de China y la búsqueda de Pekín de nuevas alianzas con países en desarrollo para contrarrestar la presión estadounidense. Este conflicto ha tenido repercusiones en la economía global, afectando las cadenas de suministro y provocando una incertidumbre económica generalizada.

En Oriente Medio, la política de Trump ha seguido una línea de apoyo incondicional a Israel y de alineación estratégica con Arabia Saudita. Durante su primer mandato, reconoció a Jerusalén como la capital de Israel y respaldó la soberanía israelí sobre los Altos del Golán. En su segundo mandato, ha reforzado estos lazos, promoviendo una mayor cooperación militar y económica con estos países. Sin embargo, su política en la región ha carecido de una visión clara para la resolución de conflictos a largo plazo. Su promesa de alcanzar una «paz rápida» en la región ha sido vista con escepticismo, ya que sus decisiones han exacerbado las tensiones en lugar de reducirlas.

En América Latina, la política exterior de Trump ha generado fricciones con varios países. Un ejemplo es su reciente disputa con Colombia, donde la negativa del presidente colombiano a aceptar la deportación masiva de migrantes llevó a Trump a imponer aranceles a productos colombianos. Asimismo, su postura frente a Venezuela ha sido ambigua y contradictoria. Mientras ha denunciado con firmeza el régimen de Nicolás Maduro y ha apoyado en el pasado a figuras opositoras, su administración no ha logrado articular una estrategia coherente para facilitar una transición democrática. La ausencia de una línea clara en su política bilateral ha dejado un vacío que otras potencias han aprovechado, debilitando la presión internacional sobre un país secuestrado por un tirano, donde la crisis humanitaria y la represión continúan sin una respuesta efectiva por parte de Estados Unidos.

Desde la perspectiva del paradigma de la complejidad de Edgar Morin, la política exterior de Trump no puede analizarse únicamente en términos de decisiones individuales o de estrategias lineales. Cada acción genera una serie de consecuencias imprevistas, que a su vez desencadenan nuevas dinámicas y reacciones en el sistema internacional. La interconexión de los distintos actores y factores hace que los efectos de la política exterior de Trump sean difíciles de predecir y controlar, lo que contribuye a la volatilidad del orden mundial.

Por ejemplo, su alianza con Rusia no solo afecta la relación bilateral entre ambos países, sino que también reconfigura el papel de la Unión Europea y debilita la estructura de seguridad transatlántica. De manera similar, su confrontación con China impacta no solo la relación entre Washington y Pekín, sino que también tiene efectos colaterales en la economía global, en las cadenas de suministro y en la estabilidad de países aliados de ambas potencias. Estos efectos emergentes y no lineales son una característica central de la complejidad en las relaciones internacionales.

La política exterior de Donald Trump ha sido un reflejo de su visión transaccional del poder y su enfoque pragmático de las relaciones internacionales. Aunque ha mantenido una línea de continuidad en ciertos aspectos, su segundo mandato ha introducido nuevas dinámicas que han alterado el equilibrio global. El paradigma de la complejidad de Edgar Morin nos permite comprender cómo sus decisiones generan efectos imprevistos y transforman el sistema global de maneras difíciles de anticipar. En un mundo cada vez más interconectado, la política exterior de Trump representa un desafío para la estabilidad internacional, al priorizar los intereses inmediatos de Estados Unidos sin considerar las repercusiones de largo plazo que sus acciones pueden desencadenar. En este sentido, su legado en política exterior estará marcado no solo por sus decisiones concretas, sino también por las dinámicas emergentes que ha contribuido a crear en el sistema internacional.

 

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