Pase lo que pase el viernes o después, el país de ahora es muy distinto al de 2016, 2017, 2018 o 2019, años en los que el chavismo tenía un poder casi absoluto mientras la mayoría de la población se hundía en la pobreza, lo que provocó, junto con la sistemática represión, una migración masiva que hace prácticamente imposible conocer a un venezolano que no tenga un familiar fuera.
Pero no es la economía el punto de diferencia. La desigualdad, la inflación, la inestabilidad y la inseguridad alimentaria se mantienen. Ni hablar de la represión. Lo que diferencia al 2025 es la consciencia democrática de la gente en la calle, que sabe que tiene derechos y quiere exigirlos a pesar de la frustración y el miedo.
La alegría del 28 de julio lo demostró. Gente en cola que, sabiendo las dificultades que había, de igual modo esperó y votó, o las personas que se quedaron hasta tarde en centros de votación aguardando por las actas, esa palabra tan peligrosa ahora, y participar de la auditoría. Hubo centros en los que se vieron airadas discusiones y sin embargo la ciudadanía se mantuvo, otros en los que hasta rezaron Padres Nuestro o se agarraron de las manos llenos de esperanza.
En 2017, en una de las protestas convocadas por la oposición, se encontraron en una vía dos grupos frente a frente, uno pro gobierno y otro pro opositor. Desde ambos lados se lanzaron insultos y amenazas. Al final, las autoridades los dispersaron y evitaron una situación peor. Un desencuentro así sería más difícil hoy día, más bien, entre las familias hay agotamiento ante la crisis política —¿en este punto sigue siendo una crisis o es un sistema rigurosamente planificado?— y lo que se quiere es reconciliación. La herida de la migración es demasiado grande, hasta el mismo ministro de Cultura lo asomó públicamente pero su jefe le quitó la palabra.
Los últimos meses del año parecieron mostrar una tensa tranquilidad, con luces y celebraciones de un lado a otro, pero detrás de todo había padres y madres llorando a sus hijos frente a las cárceles y más personas siendo detenidas sin razón aparente. Enero, un mes noticioso a pesar de ser el primero del año, ha puesto la realidad en primera plana otra vez.
Si bien hay quienes consideran que tener esperanza no tiene sentido —y se entiende el sentimiento porque la realidad es demasiado oscura—, la verdad es que el país ya no es igual que antes. Mucha gente que quiere reconstruir, reparar, mejorar, crear o inventar está a la espera de una oportunidad. Ojalá se las den.
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