OPINIÓN

The Black Hole

por Jerónimo Alayón Jerónimo Alayón

Un oficinista encuentra, mientras hace fotocopias, una hoja en blanco con un agujero negro que ocupa casi todo el centro del papel. Al colocar un vaso encima, descubre accidentalmente que tiene la propiedad de permitir el paso de objetos físicos a través de él. Intrigado por el hallazgo, coloca la hoja sobre el cristal de un dispensador de golosinas y comprueba que, en efecto, puede meter su mano en el exhibidor y extraer gratuitamente una barra de chocolate. Aguijoneado por la ambición, se dirige a la caja fuerte de la empresa y fija con cinta adhesiva el pliego (que parece haber aumentado su tamaño) al panel frontal. Así logra sustraer varios fajos de billetes. No pudiendo alcanzar los del fondo, decide entrar a la caja, pero la fotocopia se desprende y el sujeto queda atrapado dentro.

The Black Hole (2008), El agujero negro, es un cortometraje fantástico (además, mudo), de factura británica, escrito y dirigido por Philip Sansom y Olly Williams, y protagonizado por Napoleon Ryan. Narra un episodio extraordinario en un día común de oficina, y es una alegoría de la fragilidad de la condición humana. Un filme que nos recuerda ciertos límites ontológicos, metafísicos y morales en una época en la que se nos repite hasta el hartazgo que podemos ser capaces de todo…

La línea narrativa natural repentinamente es interrumpida por un hecho fantástico que sorprende al espectador. Lo extraordinario siempre es disruptivo. En el decurso de la trama, sin embargo, lo fantástico se hace maravilloso, puesto que pasa a formar parte de las reglas del nuevo orden ficcional. Así pues, se vuelve verosímil que la materia física pueda ser traspasada por otra materia física. Se entiende, por tanto, que lo que hoy es excepcional mañana podría ser corriente, una clara advertencia de cómo vamos normalizando ciertas circunstancias que no son normales: violaciones de derechos humanos, corrupción, drogas, terrorismo y mucho más.

En menos de dos minutos, el protagonista ha experimentado una transformación óntica, metafísica y moral. Ante nuestra mirada ha desaparecido, y suponemos, por los golpecitos del final, que ha quedado atrapado en esa metáfora de ataúd que es la caja fuerte, una situación que hace evocar la literatura finisecular y de principios del s. XX —tanto oral como escrita— sobre personas que fueron enterradas vivas… con todo el horror que ello supone. Aquel oficinista que al principio del cortometraje estaba vivo y haciendo su trabajo, se ha colocado en uno de esos que la teología cristiana llama novísimos del ser humano. Ha sufrido, por consiguiente, un cambio en su esencia y las causas finales de su ser.

También ha padecido un cambio moral. Ahora es un delincuente. Su deterioro ético —al menos en la evidencia narrativa del filme— ha comenzado con el hurto de una golosina, luego con la violación de un espacio cerrado abriendo la oficina donde está resguardado el dinero y ha concluido con la sustracción de una gran cantidad de efectivo. Este periplo ha sido la causa de una mutación en su ser, en la que ha terminado engullido por una caja fuerte. El mal moral lo es porque su comisión entraña siempre la conciencia de estar perpetrando un daño y la conculcación de alguna ley moral. El ladrón sabe que robar es inmoral y, sin embargo, lo hace.

La banalización del mal es, justamente, pretender disminuir la propia responsabilidad en la comisión de un mal moral, casi siempre adjudicando aquella a otros y exculpándose tras la fachada de alguna obediencia mal entendida. La objeción de conciencia es, ni más ni menos, que el acto de rebeldía de quien se niega a banalizar un daño moral. En The Black Hole no hay rastro de ello, pero quienes suelen cometer actos antiéticos con semejante flagrancia son aquellos mismos que un día pretenderán adelgazar su culpabilidad.

Una cuestión insoslayable es que, en el filme, el agujero negro parece aumentar su tamaño. El pliego de papel es el medio para que sea posible la comisión del mal moral, y los medios se incrementan en proporción directa a los fines y en proporción inversa al calibre moral del individuo. En la medida en que más tiene el protagonista, más desea tener. Así mismo, en la medida en que menos correcto es, más quiere poseer. La ética es un asunto de valores, pero lo es sobre todo de hábitos y de disciplina. Es imperativo hacer gimnasia ética para evitar que el fin justifique el medio.

En dos momentos del filme el protagonista mira a los lados, justo antes de realizar los hurtos. Podemos entender no solo que se ha asegurado de no ser visto y, por tanto, de que no sea posteriormente inculpado: algo de la conciencia moral le advierte que lo que hace será censurado si los demás se aperciben de ello. La tragedia de quien comete el daño moral es que lo lleva a cabo con conocimiento de sus consecuencias, pero las acalla.

Hay un sonido que acompaña el corto de principio a fin: el de la fotocopiadora. Parece más el pulso sonoro de un equipo de monitoreo cardíaco, y se intensifica cuando el protagonista divisa la puerta del cuarto donde está resguardado el dinero y al final, cuando queda atrapado en la caja fuerte. Obviamente es un recurso fílmico al servicio de la tensión narrativa, pero también significa el riesgo, en un caso, de robar el contenido asegurado en la caja, y en otro, el del desenlace incierto hecho prisionero dentro de aquella. Toda acción moral supone arriesgarse a decidir, e implica también la riesgosa asunción de sus consecuencias. No hay libertad gratuita, pues a ella le es inherente la responsabilidad. Hay que tener cuidado con los agujeros negros.

@JeronimoAlayon