Entre la polémica agenda de noticias que suele copar cada semana la atención de los venezolanos, en esta oportunidad destacó una nota que resultó altisonante por lo insólita, pero que en el contexto de lo que es el diario vivir en esta tierra, no termina de causar asombro.
Nos referimos a las declaraciones recientes del vicecanciller del gobierno de Rusia, Sergei Ryabkov, sobre un eventual despliegue de tropas de las fuerzas armadas rusas en nuestro país.
La ligereza con la que se emitieron semejantes afirmaciones causa, por decir lo menos, asombro. Nada más pasearse con la imaginación por las implicaciones de una acción de tal naturaleza, es un ejercicio sumamente complejo por las implicaciones de lo que trae en sí.
Para bien o para mal, Venezuela ha pasado a ser una moneda de cambio en el tablero de la geopolítica internacional. Y nos parece que lo es en una manera que no es para nada la deseable.
Nuestra generación, así como la de nuestros padres y abuelos, tiene muy clara la importancia de nuestro país en el planeta. Vale decir, una ubicación geográfica privilegiada y una reserva gigantesca de petróleo; para no nombrar otras apetecidas riquezas de nuestro suelo.
Hace 100 años, nuestra patria era apenas consciente de estos privilegios. Pero el alucinante progreso del siglo XX nos colocó en el ojo de un huracán virtuoso, el cual atrajo la atención mundial sobre nuestro petróleo, además de poner de manifiesto nuestra posición como pivote entre Norte y Suramérica, Europa e incluso el muy medular canal de Panamá.
Esta privilegiada combinación se volvió motivo de orgullo. Y atinadamente manejada, trajo riqueza y prestigio a nuestra patria.
Sin embargo, de un tiempo para acá las últimas administraciones han enrarecido el ambiente en cuanto a estos activos y nuestra relación con el mundo.
Y es que se ha dejado de lado una visión de largo plazo y de conveniencia para el país, para sustituirla por alianzas circunstanciales que convengan a la agenda política del momento.
Un hábito –porque se ha hecho hábito- que torpedea gravemente la solidez de nuestro nombre como país.
A esto tenemos que agregar la circunstancial reedición de una nueva guerra fría entre Washington y Moscú. Aquella tensa calma de la segunda mitad del siglo pasado, apuntalada en el armamento nuclear de ambas potencias, y que se sustentaba en la amenaza y la disuasión mutua.
Un paso en falso de alguno de los dos enemigos y la extinción de la humanidad estaba garantizada.
Ahora entramos en un terreno pantanoso, donde el gobierno ruso se abroga la potestad de utilizarnos como un comodín en un discurso belicista que no es para nada un juego, con unos aires nefastos que intentan reproducir la tristemente célebre crisis de los misiles que involucró a Cuba en los tempranos años sesenta, cuando se emplazaron ojivas a apenas 90 millas de la costa estadounidense.
Y todo esto se origina en el tenso escenario que se desarrolla en Ucrania en estos momentos, cuando el Kremlin pretende que seamos una ficha de cambio ante las tensiones que ha provocado este hecho con Estados Unidos.
Saber hacia dónde se dirige esta circunstancia es imposible. Confiamos en que no pase de una grosera bravuconada de Moscú, en la cual se utilizó el nombre de nuestro país de una manera irrespetuosa.
Porque la soberanía es un asunto muy serio, no simplemente un vocablo para llenar a conveniencia panfletos propagandísticos cada vez que no haya nada de qué hablar. Y a cualquier pretensión de intervención extranjera sobre un país soberano, hay que condenarla inequívocamente.
No existen imperialismos buenos y malos según la conveniencia del momento. Venezuela tiene la suficiente talla como nación para rechazarlos inequívocamente a todos.
Existe una amplia gama de naciones que pueden enriquecernos a través de convenios y cooperación en áreas como la tecnología, la academia, la economía y otras áreas de conocimiento de interés mutuo.
Entre ellos, podemos contar a la misma Rusia, con quien en el pasado se tuvieron por ejemplo interesantes intercambios culturales, libres de todo matiz político, totalmente enriquecedores y en el marco del respeto mutuo a las diferencias de aquellos tiempos.
Pero las coordenadas para semejantes relaciones deben estar muy claras. El desdibujar nuestras fortalezas idiosincráticas como nación nunca será una buena idea. Puede traer una ganancia momentánea, pero nos deja torpedeados bajo la línea de flotación cuando plantemos cara al futuro.
Que este episodio nos invite a un honesto debate sobre lo que somos, lo que queremos ser y lo que representamos hoy en día ante la comunidad internacional. Algo se debe estar haciendo muy mal puertas adentro en nuestro país, para que nos terminen utilizando de vela en un entierro donde no pintamos nada.
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