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Poesía fractal (III)

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En el artículo anterior desarrollábamos las características de lo que, conforme a lo que se considera un fractal, debería ser un texto en consecuencia. En este ensayo abordaré los aspectos teórico-procedimentales de mi poiesis fractálica, y mostraré algunos poemas en los que he intentado construir la dimensión retórico-estructural de la recursividad. Si bien el fractalismo en cuanto movimiento tiene un par de décadas, todavía sigue siendo una asignatura pendiente la elaboración de múltiples poéticas fractalistas y el necesario diálogo entre sí, de modo que se pueda admitir con propiedad que exista, al respecto, una propuesta estética de valor.

En mis últimos poemas, en especial los que conformarán el libro Fulgores, que aún estoy escribiendo, he trabajado la fractalidad poética. Algunos de esos textos pueden leerse en mi blog. De todos, quizás el más ilustrativo sea «El relámpago». No me es posible transcribirlos aquí porque ello requeriría del equipo de edición un esfuerzo de diagramación que es bastante complejo, de modo que remito a la lectura de aquellos en mi página web.

En «El relámpago» puede notarse la recursividad semántica en la reiteración de ciertos tópicos que funcionan a lo largo del texto como una suerte de leitmotiv. El final del poema no es circular, según lo que podría pensarse, sino espiralado. La estrofa última se asemeja a la primera, ciertamente, pero aumentada. Los leitmotive, sin embargo, siguen una estructura autosemejante lineal lograda con recursos de retórica fractal, tal es el caso del paralelismo semántico entre «otros no la escuchan» y «solo yo escucho su voz» o la epífora «Soy tan extraño… / todo es tan extraño…».

A lo largo del poema aparece con frecuencia el polisíndeton, cuya finalidad es la de hacer sentir el carácter expansivo de las estructuras recursivas: «y la eternidad estaba dentro de mí / y vi la eternidad abriéndome sus brazos / y fue tan cálido su abrazo». También, en este sentido, opera la anadiplosis, por ejemplo, de «palpitaba prisionera la hija de la luz / Luz y oscuridad eran una sola en tiempos diversos…». Y un recurso algo más complejo, la expolición, que permite lograr la recursividad semántico-retórica: «supe de un lugar / un hogar / que me espera / lejos / muy lejos / en la más distante / antípoda / de mí mismo».

Ahora bien, esto apenas sería un aspecto de mi poiesis fractálica: el semántico-retórico. La propuesta fractalista de mis poemas, no obstante, reposa esencialmente sobre la dimensión estrófica, donde me parece que está la novedad. En tal sentido, he procurado fractalizar —si se me permite el neologismo, pues el término fragmentar no supone necesariamente el carácter recursivo-autosemejante— la estrofa creando fragmentos recursivos de esta, por tanto, hay subestructuras que son, semánticamente y a escala, autosemejantes a la estructura mayor.

Así pues, las subestrofas «un puente / en cuyas barandas / todos los versos / habrá» y «yo era el puente / y era el caminante / en una sola eternidad» son recursivos respecto de la estrofa que los contiene. Aquellas son, por decirlo de alguna manera, réplicas no exactas y a escala de esta, en las que también tiene un papel preponderante la geometría del cuerpo estrófico. En consecuencia, las unidades y subunidades estróficas no obedecen solo a una alineación vertical, sino que además se corresponden con alineaciones en diagonal o en líneas quebradas y, en algunos casos, creando formas geométricas en su interior, por ejemplo, en la que comienza «Y en la caída vi los siglos idos y por venir».

Todo este trabajo estructural lo he orientado a dar relieve a la recursividad autosemejante, de manera tal de poder hacer de la estrofa un conjunto no exacto de cajas chinas, en el que se consiga captar en las subunidades cierta semejanza semántica de estas con la unidad mayor. Soy consciente de que estoy llevando mi poiesis a ciertos límites barrocos, pero como ya he dicho, el fractalismo y el barroquismo guardan entre sí algún parentesco por lo recursivo que ambos son.

En este sentido del barroquismo fractal, he querido otorgar a mi poética fractalista una última dimensión en la que estoy personalmente muy interesado: la del símbolo y la posibilidad que supone forzar eso que he dado en llamar, dentro de mi idealismo simbólico, la semiosis postergada. Por consiguiente, algunos de mis poemas no son solo expresiones metafóricamente codificadas, sino que además lo están simbólicamente.

En ellas hay construcciones de compleja significación en las que intento que su hermetismo provoque una semiosis postergada, es decir, las haga refractarias a las audiencias actuales, de modo tal que aquellas terminen revelándose extemporáneamente a un tu enunciatario que quizás se halle a un par de décadas en el futuro, cuando este lleve a cabo el mismo ascenso abstractivo que yo al enunciar mis textos poéticos

¿La razón para este aparente absurdo? No es tan complicada como se podría imaginar: se trata de honrar el misterio sagrado que debe guardar con su velo toda expedición a la luz, y puesto que la belleza es el fulgor de la verdad, la que habita en mis poemas es la refulgencia de la que hay en mi eternidad interior. No aspiro al reconocimiento. No me interesa. Así que poco me importa la inmediata semiosis de mis textos. Escribo solo por hallar la belleza absoluta y su correspondencia más alta con la palabra, de manera tal que cuando el lector la haya encontrado, sea porque efectuó un viaje hacia el misterio interior cruzando por la sacralidad del sigilo, mi propio viaje…

Yo no estaré ahí para verlo, pero en ese futuro mis poemas se cargarán de una potencia expresiva que el presente les niega hoy porque solo el devenir logrará construir en ellos la dimensión simbólica que los hará legibles entonces. Yo he concebido unos poemas, ciertamente, pero hay en todos ellos una parte que no he escrito y que será aún mejor que la ya escrita, pues la habrá compuesto finalmente un autor al que nunca podré igualar en maestría: el tiempo.

@Jeronimo_Alayon

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