OPINIÓN

Pandemia, salud y ambiente

por Ambiente: situación y retos Ambiente: situación y retos

 

Un completo estado de salud requiere condiciones de armonía entre el hombre y sus actividades y el ambiente natural en el cual las desarrolla. Foto Juan Luis Sandia

Este lunes esta columna se complace en presentar un nuevo colaborador. Es un honor, resumir la carrera del autor, un andino quien, además de geógrafo (ULA), master internacional en Salud y Ambiente (UPN-OMS), doctor en Ciencias Naturales de la  Freie Universtät (Berlín, Alemania), es el director del Centro de Investigación Ambiental y Territorial de la Universidad de los Andes (CIDIAT-ULA, Mérida, centro este que el día de hoy cumple 55 años de fundado), y miembro en calidad de primer vicepresidente de la correspondiente estadal Academia de Mérida. A continuación su texto.

Por Luis Alfonso Sandia Rondón

I. La salud y el ambiente

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como el estado de completo bienestar físico, mental y social de las personas y no solo la ausencia de enfermedades, de allí que implica un concepto más amplio que el que frecuentemente se piensa. Bajo esta perspectiva se podría alcanzar cierto grado de salud aun padeciendo alguna patología que afecte el estado físico o mental del ser humano, y por el contrario se podría carecer de un cierto grado de salud si, aunque no se presentaran afecciones físicas o mentales, se careciera de los elementos fundamentales que garanticen el bienestar de las personas y la satisfacción de sus necesidades básicas como alimento, vivienda, vestido, trabajo, reconocimiento social, libertad, libre desplazamiento y oportunidades para el desarrollo de todas las potencialidades creativas y de emprendimiento de la gente.

Por ello, al analizar el estado de salud de las personas y de los grupos sociales en general, un aspecto fundamental es el análisis global y particular del estado del ambiente en el cual habita la población. Un ambiente degradado o contaminado presenta para el hombre y su salud, una serie de factores de riesgo, mientras que un ambiente que ofrezca aire limpio, agua con calidad y cantidad suficiente, paisajes de armonía con la naturaleza, formas de uso racional de los recursos naturales, control de los riesgos y amenazas socio-naturales y tecnológicas, es un ambiente propicio para alcanzar un buen estado salud, todo ello en medio de un entorno social, cultural político y económico que garantice y proteja los derechos humanos fundamentales.

En el estudio del estado de salud y su relación con el ambiente es fundamental analizar las causas ambientales de los procesos de enfermedad, lo cual se hace desde la epidemiología ambiental, que estudia cómo los factores ambientales (físicos, químicos o biológicos) afectan a la salud de las personas. Desde allí se generan opciones estratégicas para el monitoreo, estudio, evaluación y control de enfermedades y de otros problemas de salud con incidencia en aspectos ambientales y sanitarios.

En un sentido integral, complejo y holístico, el estudio de la salud y su relación con los factores ambientales requiere no solamente de la participación del personal tradicionalmente ligado a ese sector como médicos, enfermeras o paramédicos, sino de otros profesionales de disciplinas tan amplias y variadas como amplio y complejo es el ambiente y sus relaciones con el hombre.

Por ejemplo, para analizar los niveles de contaminación atmosférica y sus efectos en la salud se requerirá de especialistas en enfermedades respiratorias, además de expertos en calidad del aire, pero también ingenieros y tecnólogos que generen soluciones para controlar las emisiones de gases contaminantes y para mejorar los procesos industriales y las fuentes de emisión de gases, mediante tecnologías limpias, sostenibles y cónsonas con un estado sano del ambiente y la salud de las personas. También, en esos equipos de trabajo serán necesarios los administradores públicos, equipos de asesoría legal y educadores, quienes usando medidas administrativas, legales y educativas propicien el cumplimiento de unos estándares mínimos de calidad ambiental del aire. Junto a este transdisciplinario equipo estará la comunidad y los representantes de los distintos grupos sociales, los medios de comunicación y la opinión pública en general, los que -como actores fundamentales- deben ser vigilantes y garantes del cumplimiento de las normas y acuerdos establecidos.

De la misma forma integral y compleja, se aborda también el análisis de los aspectos relativos a la calidad del agua de consumo y sus relaciones con la disminución o mejora de la salud humana y de la calidad de vida de la población, especialmente referida a enfermedades hídricas, infecciosas y parasitarias. Otros aspectos como el suelo, su contaminación y sus incidencias en la salud, debidas por ejemplo al mal manejo de los residuos sólidos, se analizan bajo el mismo enfoque.

Es muy importante en este sentido, el análisis del impacto sobre el ambiente y la salud, que se deriva de las actividades productivas como la agricultura, la industria, la pesca, el turismo o el transporte terrestre, aéreo y marítimo. También se pueden y deben hacer estudios de las relaciones de la salud y el ambiente en los entornos urbanos y rurales donde, dadas sus singularidades, los análisis tienen características bien particulares en cada caso. Por ejemplo, en la ciudad, los factores de riesgo pueden ser el tráfico automotor, la contaminación atmosférica por los vehículos o la industria, la falta de espacios seguros para viviendas, la inseguridad pública, el hacinamiento, la pobreza o el estrés debido a la agitada vida urbana. En las zonas rurales los factores de riesgo están asociados a las actividades agrícolas, al uso inadecuado de plaguicidas y sus efectos en la salud humana y ambiental, la explotación e intervención indiscriminada de zonas naturales por el avance de la frontera agrícola y a los desequilibrios ecológicos que se derivan de los niveles intensos del uso de suelo para las actividades agrícolas y la ganadería.

Las consecuencias en la morbilidad y la mortalidad serán a su vez distintas, entre los medios urbanos y rurales, o entre ciudades o territorios con diferencias marcadas en cuanto a sus características ambientales o las formas dominantes del uso del suelo y las costumbres de las personas.  De allí que se presenten diferentes causas de enfermedades y de muerte dado que cambian los ambientes, los factores de riesgo, los estilos de vida y las formas de relación entre las personas y de éstas con el ambiente.

II. Zoonosis y covid-19

En el estudio de las relaciones del ambiente y la salud, un aspecto de fundamental importancia se refiere a las Zoonosis, que representan aquellas enfermedades infecciosas transmitidas desde los animales a los seres humanos. El riesgo de transmisión de enfermedades zoonóticas se produce por la exposición directa o indirecta de los humanos a los animales -entre ellos los insectos- que portan la enfermedad o que son hospederos de los agentes que las causan, tales como virus, parásitos o bacterias. Estos agentes también pueden estar en productos de origen animal y de consumo alimenticio como carne, leche o huevos. Otra vía de contagio se presenta mediante la invasión o contacto de poblaciones humanas o de animales domésticos con el hábitat de animales silvestres, hospederos de los patógenos. Destacan en este sentido, los efectos que tiene en la propagación de enfermedades zoonóticas, la alteración de los hábitats naturales y el desplazamiento inducido que se hace de las comunidades de animales portadoras hasta áreas rurales o urbanas, donde habita la población expuesta y potencialmente afectada. Entre las más recientes y conocidas enfermedades zoonóticas que han generado brotes epidémicos importantes en distintos países están dengue, zika, chikunguña, ébola, el síndrome respiratorio agudo grave (SARS) y el síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS).

Aunque no se tiene total certeza, se puede pensar que la pandemia del covid-19, que afecta al mundo en la actualidad se originó como una zoonosis. Muchos indicios orientan a que el virus, de tipo coronavirus, causante de la enfermedad covid-19 -o uno de muy similares características- usa como hospedero algunas especies de murciélagos, que habitan zonas rurales y silvestres cercanas a la ciudad de Wuhan, China, donde se dio inicio a esta pandemia, en forma de un brote epidémico localizado alrededor de un mercado de especies silvestres en diciembre de 2019. Allí es conocido que, por antiguas costumbres, propias de períodos de hambruna del pasado, muchas especies de animales silvestres son consumidas por la población local, costumbre que hoy en día mantiene libremente, o sin mayores restricciones, una parte importante de la población local.

Entre las especies de animales silvestres expendidos en mercados populares de Wuhan, y que son consumidos por la población, están los murciélagos que presumiblemente representan la vía de exposición y contagio del virus y de la consecuente enfermedad de covid-19. Por otro lado, también se sospecha que el medio de trasmisión haya sido los pangolines, animales silvestres muy populares en países asiáticos, donde son sometidos a fuertes presiones de consumo ilegal, con fines alimenticios y medicinales, y que también son portadores de un coronavirus muy parecido al causante de la pandemia del covid-19.

Con base en lo anterior, cada vez se refuerza más la importancia del análisis del estado de la salud ambiental, de sus factores de riesgo y de las formas de intervención humana de la naturaleza para poder garantizar el estado de salud de las poblaciones humanas.

La situación es alarmante, pues ante las presiones de la economía, la industria y el aumento indiscriminado del consumo de energías y recursos, los gobiernos y las propias sociedades de muchos países no son totalmente capaces de actuar para frenar los procesos de alteración y deterioro ambiental.  Al final es evidente que todo eso se revierte de manera negativa sobe el hombre y la estabilidad natural de su ambiente, pues tales alteraciones generan pérdida de recursos naturales, contaminación, pérdida de hábitats naturales y de biodiversidad, efectos negativos en la salud y las fuertes amenazas del cambio climático, a la vez que hacen cada vez más lejano y complejo alcanzar los Objetivos del Desarrollo Sostenible.

En este escenario de deterioro ambiental y de una carrera casi indetenible por el crecimiento económico, sin reparo en el necesario y auténtico respeto por la naturaleza, el mundo está atónito frente a un virus, aparentemente presente en especies silvestres, que afecta a la salud humana como resultado de inadecuadas y no sostenibles prácticas de consumo e intervención de la naturaleza. Las consecuencias son dramáticas, tanto en lo económico, social y cultural, como en el dolor que embarga a miles y miles de familias en todos los países, afectadas ya con casi 15 millones de infectados y más de 600.000 fallecidos.

III. La pandemia y el ambiente

Como tal la pandemia o la propagación global de este coronavirus, de tipo SARS Cov-2, causante de la enfermedad covid-19, no tiene una incidencia directa resaltante sobre el ambiente natural, más allá de aquella que implica la diseminación de un virus que probablemente salió de su entorno natural y de su origen animal (murciélagos y pangolines) y que tiene consecuencias que afectan a millones de personas en países tan distantes como China, España, Estados Unidos o Brasil.  Pero directamente sobre la naturaleza, el covid-19 no es responsable de contaminación ambiental del agua, del aire o del suelo. Tampoco podría decirse que el coronavirus y su diseminación en un país o globalmente es responsable de una recuperación directa de la naturaleza. Por ejemplo, sería erróneo afirmar que el ambiente se revitaliza o se recupera por la pandemia, cuando lo más probable es que haya sido la intervención humana e inadecuada del ambiente la que haya causado tal pandemia.

En realidad, lo que ha pasado es que las decisiones y acciones que han tomado los gobiernos de la mayoría de los países para contener la expansión del contagio del virus y la consecuente pandemia, han tenido efectos favorables en la recuperación de componentes ambientales y espacios naturales degradados, mejorándose en algunos casos la calidad del aire, del agua, del suelo, mientras que la fauna silvestre y la flora de espacios naturales se revitaliza y recuperan.

En efecto, debido a la pandemia, los gobiernos de la mayoría de los países han impuesto una serie de restricciones a la movilidad de las personas, el transporte de mercancías y el desarrollo de las actividades productivas, las cuales han tenido un efecto muy significativo en la reducción de las presiones de uso y explotación del ambiente y de sus recursos naturales. Aunque esta “tregua ambiental”, o este “descanso” en las presiones humanas hacia la naturaleza es momentáneo y se ha mantenido o se mantendrá en unos países mientras se consideren estas medidas necesarias para evitar la propagación del virus, se puede apreciar que la naturaleza ha tenido un leve “respiro” y en muchos casos ha mostrado unos niveles de recuperación tan importantes y evidentes que son percibidos por la sociedad en general en campos y ciudades, y no solo por los grupos de especialistas que en el mundo han registrado ese importante y alentador fenómeno entre las relaciones del hombre y la naturaleza.

Uno de los primeros indicadores ha sido la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero debido a la paralización de buena parte de la industria de China, Estados Unidos, Europa y América Latina, especialmente en el primer semestre de 2020. Al respecto, distintas fuentes han reportado lo que grupos de investigación a nivel global han comprobado: se han reducido las emisiones de contaminantes atmosféricos producto de la desaceleración de la industria, el comercio, el tráfico de vehículos de motor en las ciudades y campos, el transporte aéreo de personas y mercancías y la movilización de naves en mares y océanos. Esto ha tenido un efecto evidente en la calidad del aire de las ciudades, que luce más limpio, sano y respirable. Sin embargo, la Organización Meteorológica Mundial (OMM), indica que es pronto para afirmar que esto tenga un efecto definidamente beneficioso en la concentración de gases de efecto invernadero en el mediano y largo plazo, por lo que este organismo ha señalado  por distintos medios que la pandemia no puede sustituir a la lucha contra el cambio climático.

Al respecto, el diario El País de España en abril de 2020 indicó que en el caso de la calidad del aire, en las 80 ciudades más grandes de España, los niveles de dióxido de nitrógeno -un contaminante vinculado principalmente al tráfico que afecta a la salud de los seres humanos-  se redujo en 51% durante las tres primeras semanas de confinamiento respecto a las mismas tres semanas de 2019. En el caso de los gases de efecto invernadero, un estudio de Goldman Sachs señala que este año las emisiones de dióxido de carbono cerrarán con una caída del 5,4%. Esta es una caída significativa, pero seguramente no suficiente para que se puedan frenar las concentraciones en la atmósfera. De todas formas, es pronto para afirmar que la paralización de las actividades económicas y la reducción de las emisiones de gases industriales y del tráfico automotor motivadas por la pandemia, tengan un efecto en el mediano y largo plazo en la tendencia global del cambio climático.

Las ciudades especialmente, al paralizar la movilización del tránsito automotor y de personas, se volvieron en la etapa de confinamiento más silenciosas. Las áreas verdes de las ciudades estuvieron desoladas y eso ha permitido que la fauna y la flora, a ellas asociadas, no tengan la presión del ruido y de la movilización de la gente y vehículos, permitiéndose de alguna manera su recuperación. Es evidente cómo comunidades de aves pudieron verse y oírse más, mientras que otras especies terrestres como las ardillas corrían libremente por las zonas verdes dentro o cercanas a las ciudades. En muchas ciudades también se vieron animales silvestres como osos, zorros o venados, solos o en bandadas. Estos, al no tener la presencia de gente en sus hábitats (vehículos en las carreteras, excursionistas o caminantes) se atreven a salir de sus entornos para pasear por calles y avenidas y a veces para buscar alimentos.

El caso de Venecia en Italia, es emblemático en ese sentido. La ausencia de los miles de turistas que la visitan diariamente, hizo que no se generaran los residuos líquidos y sólidos de las temporadas turísticas normales y que los canales ya no estuvieran llenos de los vaporettos y las más de 400 góndolas que los cruzan de manera interminable todos los días y las noches del año. Allí, el agua de la laguna recuperó su claridad porque no hay sólidos en suspensión, ni la basura que genera el tráfico y los turistas. En consecuencia, los peces, antes escondidos y alejados de la ciudad, regresan a los canales y hasta las aves tienen allí áreas de esparcimiento en medio de la cuarentena o en la etapa ya iniciada de turismo de baja intensidad.

Al respecto cabe indicar que, como consecuencia de estas circunstancias, habitantes de Venecia ya han planteado la posibilidad de exigir a las autoridades italianas controlar la masiva llegada de turistas a los fines de mantener las recuperadas condiciones ambientales del ecosistema natural y social, permitiendo que Venecia vuelva en cierta forma a ser una ciudad vivible y disfrutable para los venecianos y no solo para los más de 25 millones de turistas que la visitan anualmente.

En estas circunstancias y por un tiempo limitado, el hombre y sus actividades, que tanto perturban a la fauna y la flora, debido a las cuarentenas impuestas en los distintos países, estuvieron confinados en sus casas, en cierta manera “enjaulados”, dando chance así, para que la fauna y flora acuática y terrestre recuperaran su vigor y los espacios perdidos.

Dentro de los aspectos ambientales favorables de la cuarentena destaca la intensificación de formas de trabajo y estudio a distancia, lo que ha disminuido los niveles de impacto ambiental que esas actividades generan cuando se realizan de manera convencional. Por ejemplo, en los países en cuarentena, la casi la totalidad de los sistemas educativos, desde el preescolar y primaria hasta el nivel universitario, se han llevado a cabo por vía online. También se popularizaron muchos trabajos con procesos administrativos o tomas de decisiones susceptibles de ser realizados a distancia mediante el uso de las tecnologías de información y comunicación. Con ello, se pusieron en marcha avances en los procesos de enseñanza aprendizaje y los sistemas productivos o administrativos, que impidió una paralización total de esas actividades. Estos procesos a distancia tienen un aspecto positivo desde el punto de vista ambiental, pues se llevan a cabo sin necesidad de incurrir en desplazamiento de personas desde sus hogares hasta los lugares de estudio o trabajo, con ello se reduce el impacto ambiental del tránsito de vehículos particulares y transporte público en las ciudades, así como se disminuye el uso de grandes infraestructuras educativas e instalaciones industriales, comerciales o administrativas, que implican uso de energía y movilización adicional del personal de apoyo.

Sin embargo, las alternativas de educación y trabajo a distancia, también han revelado las diferencias de las capacidades de acceso a esas tecnologías, resaltándose las brechas existentes entre los grupos sociales. Así, las poblaciones con mayores niveles de pobreza tienen limitaciones muy severas para acceder a estas modalidades educativas o de trabajo, dado que no cuentan con el equipamiento ni la accesibilidad a las conexiones de internet. Estas diferencias se marcan entre poblaciones pobres y ricas de las ciudades y entre los países, dado que, en aquellos más avanzados socialmente, un porcentaje mayor de la población puede acceder a estas posibilidades. De allí que uno de los grandes retos sociales que se refuerzan a partir de esta crisis pandémica es democratizar y socializar el acceso a la tecnología online de todos los habitantes de los países, con lo cual se aumentarían los beneficios ambientales y sociales, toda vez que las personas obtienen un mejor uso del tiempo al recuperar las horas del día que de forma convencional invierten en el traslado desde sus residencias hasta los centros de estudios o trabajo.

Otro aspecto interesante que se refuerza con la pandemia es la apreciable revalorización de los espacios rurales. En efecto, el campo ofrece ante una crisis como la vivida por la covid-19, unas posibilidades de aislamiento físico y de contactos muy restringidos entre las personas, espacios naturales abiertos, áreas de recreación, zonas de cultivos y huertos con oferta de alimentos sanos, entre otros aspectos difícilmente alcanzables en los entornos urbanos.  Si a estas condiciones se le suma las posibilidades de conectividad a internet que ofrecen las áreas rurales de los países más avanzados social y económicamente, el medio rural resulta altamente atractivo para ciertos grupos de población, tal y como en efecto está pasando en países como España o Italia.

Por otro lado, la cotidianidad impuesta por la pandemia presenta otras formas de impacto ambiental. Por ejemplo, en las ciudades han aumentado los servicios de entrega a domicilio, no solo de alimentos preparados, sino de víveres, utensilios y aparatos electrónicos, lo cual ha incrementado los residuos de cartón, papel y plástico, exigiéndose medidas de manejo adecuado de estos residuos altamente reciclables. Un aspecto que llama mucho la atención se refiere a las denuncias realizadas en relación a la aparición en ríos y mares de guantes y especialmente de mascarillas, usadas de forma obligatoria por disposiciones locales o nacionales de muchos gobiernos. Al respecto, es notable cómo una medida de protección ante la pandemia genere un problema ambiental que revela, no solo una conducta ciudadana de descuido frente a la naturaleza, sino la irresponsabilidad gubernamental al no establecer mecanismos adecuados para la disposición final de estos residuos sanitarios.

Ante esto cabe preguntarse: ¿qué pasará luego de que se levanten de forma definitiva las medidas de confinamiento?  ¿Todo regresará al punto donde se dejó? Es decir, ¿se volverá a la misma presión de uso indiscriminado de la naturaleza, y volverá ésta a verse afectada en los niveles que de forma normal es alterada y agredida por las actividades humanas? Lo deseable sería que por el contario, la sociedad, los gobiernos, las empresas, las familias y cada ciudadano de los distintos países sean capaces de aprender la lección referida a poder vivir -quizás no en condiciones limitadas de confinamiento debidas a la pandemia- pero sí,  tal vez, frenando las presiones sobre el ambiente, disminuyendo ese uso abusivo de la naturaleza y permitiéndole al aire, al agua, al suelo, a la flora y la fauna una mayor y mejor oportunidad para que toda la naturaleza, con su demostrada capacidad  de resiliencia, recupere toda su belleza y esplendor, lo cual en definitiva, hará al hombre más humano y le permitirá progresivamente alcanzar el tan ansiado desarrollo sostenible.

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