El mundo se había licuado y, con él, la ilusión de que la vida vuelve aempezar a diario.
Albert Camus, Entre sí y no.
Hay todo tipo de literatura, pero la que a mí me interesa explorar y escribir se hace en el borde del propio ser, desde el cual podemos resbalar hacia la ruptura del lenguaje. Se trata, pues, de una escritura limítrofe habitada de incertidumbres, por tanto, en deuda con la esperanza. El ejercicio de la palabra en tales circunstancias no solo carece de seguridades, sino que se debate entre la belleza y el horror, siendo a un mismo tiempo subsidiaria de la honestidad y la libertad.
La condición de ser un escritor límite habilita cierta disposición al tránsito y —a su vez y paradójicamente— a la permanencia. Podríamos decir, en consecuencia, que la literatura limítrofe es por antonomasia bífida, propiedad que potencia significativamente el valor simbólico de la palabra. El signo, en dicho contexto, pierde las certezas del lenguaje civil para retornar a una equivocidad propia del mito. Así pues, la primera tarea del artista confinante es rescatar para su arte una libertad tal que lo emancipe de la tiranía de la razón.
Esto —que a primeras luces podría lucir descabellado—es un modo cierto de sobrevivir a la disolución propia de todo borde. En cada contorno algo deja de ser lo que era en el tránsito al otro lado. Quienes hemos estado allí, sabemos que los excesos de lucidez no salvan. Por el contrario, son reductivos e inútiles. La única fuerza que restaura su legitimidad al ser y, por consiguiente, su dignidad es el amor.
Cuando se escribe desde las lindes del alma y entre tan grandes incertidumbres, la inteligencia perfeccionada por el amor suele ser casi el único medio sensato para dar a las palabras —y a la existencia— un mínimo sentido por virtud de la esperanza. No se trata de un optimismo mojigato, sino de saber que la carencia de certezas espolea una mirada más atenta al mundo…a la espera de algo que está al margen de la infalible razón, ese prodigio que sin dejar de ser humano, comienza también a no serlo. Quizás no haya literatura tan humanista como la escrita intentando afinar las cuerdas del fuero interno a punto de romperse aquellas.
Es el amor quien nos devuelve la esperanza cuando el mundo se licúa y caen con su preterida solidez los cimientos interiores, puesto que nos aleja del nihilismo. Hay en este una suerte de infarto del pathos que imposibilita para empatizar con la miseria humana, horizonte obligado en la mirada del escritor limítrofe. No hay esperanza sin una conciencia de la existencia, propia y ajena, habitando la tensión entre Eros y Caos, esto es, el conflicto de la fuerza generatriz primordial que intenta hendir lo que de fecundo hay en el absurdo. No olvidemos que xάος (caos) significa en griego ‘hendidura’, así pues, en toda herida (surco doliente) yace la posibilidad de la vida.
En dicho sentido, la escritura desde el borde de sí mismo plantea el problema de la belleza ascendida del horror. ¿Cómo contemplar el caos con una mirada fecunda que pueda devenir estéticamente? Aquí es casi inevitable pensar en Nessun dorma —el aria final de Turandot, la última ópera de Puccini— y el amor sacrificial de Liu, la fiel vasalla del príncipe Calaf que se inmola enamorada de él y para hacer posible la unión entre aquel y la cruel princesa china: «Porque callando le doy, / le doy tu amor… / ¡Te lo doy, princesa, y lo pierdo todo!, / ¡hasta la imposible esperanza!».
Turandot es una de las óperas más hermosamente profundas, a mi juicio, claro está, que no es el parecer de un experto en operística. La obra carecería de sentido sin el sacrificio de Liu, puesto que es ella quien se constituye en significante de la «luce splenderà» que desvanecerá el caos de la sombra y el resentimiento haciendo posible el vincerò de Calaf.
Ahora bien, ¿por qué la alusión a Turandot? No deseo arrimarme a los chismes de alcoba (nada me causa tanta repugnancia), pero Liu es Doria Manfredi, la criada de Puccini que acusada falsamente de adulterio por su esposa Elvira se suicida. Es desde esa frontera que el compositor toscano compone su última obra… La crisis existencial que ocupó los últimos veinte años de su vida es palpable en una veintena de obras inconclusas, entre ellas la ópera de la que hemos hablado, y en una ruptura del lenguaje que lo acercó a las formas eclécticas.
Hemos hablado, sin embargo, del amor en tanto que tópico literario. También tiene que ser un asunto existencial. Es probable que la pregunta por aquel sea la cuestión vital más acuciante. Sabemos que Salinas, el insigne poeta español de la Generación del 27, compuso su tríptico La voz a ti debida en el límite de una pasión tan auténtica como profunda y prohibida, lo mismo que las tan hermosas líneas de Camus en torno del amor tienen de renglón sobre el que se soportan a la extraordinaria actriz española María Cáceres. Y no olvidemos a san Juan de la Cruz y su poesía insuflada de ardor divino, puesto que el amor propone variadas maneras de expresarse y condiciona un modo de miraren la frontera. El amor, casi sin excepción, es un lindero y, en cuanto tal, nos recuerda la posibilidad del exilio…
Esta posibilidad nos remite finalmente a la honestidad y a la libertad. No se puede ser un escritor límite sin ellas. Cuando se ha mirado desde el alma la miseria humana, no hay manera de mentir y ser leal a los opresores, no, al menos, sin traicionarse gravemente. Siento un particular asco por este tipo de autores, que son la negación más grotesca de sí mismos.Al contemplar el horror, lo que sigue es decirlo en clave de verdad y autenticidad, sin limitar los propios fueros expresivos. No hay, pues, lugar a la autocensura ni a la censura consensuada, sino para la ética de la estética, modo insobornable de vivir toda frontera creativa.
Habitando ya este límite del propio ser, sobreviene la cuestión del lenguaje y sus posibilidades, tanto más difíciles y excéntricas cuanto más intenso es el conflicto entre Eros y Caos. Una de las razones por las que elegí quedarme en mi país es esa, precisamente, puesto que me ofrece el diario reto de contemplar el horror y la miseria humana procurando ascender de ellos una abstracción poética, algo que, en mi caso, difícilmente podría hacer a la distancia.
Tristeza, por ejemplo, es un poema que empecé a escribir en 2014 cuando uno de mis estudiantes en la Universidad Central de Venezuela fue herido a manos de bandas armadas progubernamentales, y concluí a principios de 2021, tras saber de la muerte de una vecina de treinta años por inanición. Una parte de la barbarie siempre escribirá mi nombre entre signos de interrogación, y necesito mirarla a los ojos, directamente, para responder, pues uno de esos signos interrogativos será el caos, el otro el amor y en medio de ambos, yo…
Al cabo solo queda la evanescencia. El escritor límite es el duelo del humo, y su lenguaje no pocas veces es ruptura sígnica. Quien ha vivido allí, en la frontera de sí, sabe que cuando todo ha caído resta aún la rebeldía de insubordinar las palabras contra sí mismas buscando un nuevo orden que nos salve. Otro discurso, otro modo de decir que pueda finalmente flotar sobre ambas paredes de la herida limítrofe como una suerte de sutura. Escribimos para conmover la inteligencia y fecundar el desánimo. Mañana descubriremos que todo era simple fantasía y volveremos a tomar la pluma… con esperanza. No somos Sísifo, sino un Orfeo recurrente, la circularidad del amor que espera resucitar un día a Eurídice.
Imagen: extracto de Orphéeramenant Eurydice des enfers (1861), de Jean-Baptiste Camille Corot. TheMuseumof Fine Arts, Houston, Estados Unidos
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