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Ojalá no nos amenace un meteorito

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Abundan las películas en las que el planeta se ve amenazado por hechos sin precedentes que anuncian la destrucción de la raza humana.  Van desde la invasión de alienígenas que sin motivo aparente desean apoderarse de nuestro lugar de vida hasta meteoritos que están en dirección de colisión con el planeta.  Otras producciones nos cuentan que, a causa de un extraño virus, los humanos se convierten en zombies que solo se sacian alimentándose de la carne y sangre de humanos sanos.

En todas esas películas las vicisitudes son superadas y los terrícolas se salvan gracias a la acción unos líderes valientes e inteligentes quienes unen sus fuerzas para luchar contra la adversidad, y logran que países y seres enfrentados descubran el valor del trabajo equipo por la defensa del bien común.  Que bello. Fin.

Sin embargo, cuando comparamos los argumentos de esas películas con la realidad del mundo actual retorno al significado de lo que llaman “ciencia ficción”: es una fantasía creer que los humanos nos vamos a unir para salvar el planeta.  Un ejemplo de ello es la conducta ante la pandemia del COVID-19.

En diciembre de 2019 se “descubre” un virus en China que causa una extraña neumonía y las autoridades de ese país persiguen al médico que hace la alerta, lo llevan a una estación de policía y le obligan a una disculpa pública.  Lamentablemente luego moriría de COVID-19.  De esas mismas autoridades aún se espera mayor transparencia y colaboración para determinar el origen de la enfermedad, pero aparentemente todo quedará en simples deseos.

Durante el año y siete meses de la pandemia hemos visto como su manejo ha estado más cercano a un control policial y de restricción de derechos humanos, que sanitario y empático con una poblacional que vio su vida trastocada y amenazada, testigo de la muerte a distancia de sus familiares, gente que perdió el trabajo o sus negocios.

Hubo –y sigue habiendo– “países negacionistas”, cuyos líderes tardaron en reconocer o minimizaron la enfermedad, expusieron a la población a los efectos del virus y su mal accionar contribuyó con el incremento del número de muertos.  Jefes de estado y gobierno que recomendaron medicamentos cuya efectividad ante el SARS-CoV-2 no estaba comprobada, y luego menospreciaron la importancia de las vacunas.  Muchas naciones realizaron campañas políticas y procesos electorales mientras los hospitales estaban colapsados, pero mantenían los parques al aire libre o las escuelas cerradas, demostrando que una pandemia no cambia las prioridades.

Muy frecuente ha sido la falta de coordinación entre regiones de un mismo país, entre países de un mismo continente, y de todas las naciones entre sí, lo cual deja en evidencia el errado pensamiento de ghetto en el manejo de un problema mundial, estrategia lejana al deber ser frente a una pandemia.

Imposible no mencionar la situación de las vacunas donde las culpas se comparten. Lamentable conocer como diversos gobiernos convirtieron la entrega de vacunas en un bozal político o sesgarla a afinidades ideológicas o económicas, y que la distribución de este factor indispensable para controlar la pandemia ha estado marcada por una gran desigualdad.  Por eso ahora, en los países del primer mundo más del 50% de los ciudadanos han recibido las dosis completas, mientras que en América Latina y África menos del 10% de la población global han sido vacunados.

En esta desacertada actuación ante la pandemia de COVID-19 merece una mención especial la acción de muchos ciudadanos que – con intención o sin ella – han jugado del lado de la anarquía, la desinformación y la falta de solidaridad.  Ciudadanos que han negado a la ciencia y que no miden las consecuencias de sus acciones.  Ciudadanos que, pudiendo hacerlo, se niegan a vacunarse, sin querer comprender que es vital para el planeta esa acción tan personal.

Ya van 19 meses de pandemia, en muchos países ya hablan de una quinta ola de contagios, surgen nuevas variantes, muchas empresas fabricantes de vacunas no han cumplido con sus compromisos, la opacidad sigue siendo un factor de amplia presencia y parece que el mundo decidió seguir como si nada pasara.

Por eso espero que el planeta no se vea amenazado por el choque de un meteorito o un virus zombie que convierta a todos los habitantes en armas de destrucción, porque analizando la experiencia de la pandemia del COVID-19, me temo que al final todos vamos a morir.

Pensar que muchos creían que de esta pandemia íbamos a salir siendo mejores personas.

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