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Nuestra inevadible ecología social

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Estamos obligados a permanecer juntos para subsistir, vivir y convivir. Aislados, individualizados no somos nada ni nadie.

Por instinto, por aprendizajes y por necesidades desarrollamos de manera permanente la condición de humano acompañamiento; no por casualidad ni por causalidad, sino porque tenemos marcados objetivos comunes. 

Juntarnos, los seres humanos unos con otros, es un asunto absolutamente natural. Y lo hacemos esencial y fundamentalmente, para satisfacer nuestras necesidades: Sociales, económicas, políticas, humanas en sentido genérico; para lo cual el lenguaje oral, gestual o escrito es un extraordinario fenómeno de acercamiento, por cuanto lo practicamos con y para los demás. 

Así también la religión, las manifestaciones culturales, las simbologías las leyes positivas y consuetudinarias; en fin, producimos y distribuimos bienes y servicios, expresiones lúdicas y artísticas para procurar juntarnos.

Hay factores que facilitan la asociatividad, y que por lo tanto gravitan sobre nosotros, que nos comunalizan. Digamos que incitan a la estructuración de la sociedad y que nos posibilitan la ecología y los contextos sociales.

El factor más importante que se hace además condición necesaria y suficiente que nos vincula como sociedad es la cultura.

Algunas veces queda sintetizada la definición de cultura como cualquier desempeño de los seres humanos, y esta apreciación conceptual-categorial es perfectamente válida, legítima y aceptable.

Sin embargo, podemos ampliarla para exteriorizar que son además contenidos culturales los siguientes: ideas, ideologías, teorías, valores, modos ónticos, mitos, ritos, costumbres, idiomas, narrativas históricas, pulsiones sociales: porque, a partir del engranaje de todo lo anteriormente descrito -y mucho más- alcanzamos las legitimaciones que nos confieren identidad, nos dan idiosincrasia.

Entonces, podemos decir determinantemente que sociedad, comunidad y cultura conforman un tejido de nexos indisolubles; de allí que, si lo vemos como sistema, queda sentenciado lo siguiente: “Si algún elemento constitutivo de esa tríada que a su vez es elemento constituyente se descompone afecta severamente a los otros dos”.

Por lo que, asumimos conclusivamente que sociedad- comunidad-cultura se han imbricado, anudado de tal manera que no es posible separarlas; salvo que la intención sea causar un descalabro societal.

Sociedad-comunidad-cultura adquieren un modo específico y múltiple de producción material de bienes y servicios para poder subsistir, al tiempo que adquieren un modo de producción y reproducción simbólica.

Los seres humanos somos los únicos existentes, los que tenemos la capacidad de pensar y significar las cosas que aprehendemos.

Dicho en las claves narrativas de Merleau-Ponty “Estamos condenados al signo”. A cada cosa le ponemos un nombre

Otro aspecto que es oportuno tocar se refiere a que las sociedades y las comunidades avanzan o retrogradan según como piensen, o de los desenvolvimientos de ser de quienes hacen y difunden la cultura.

Un elemento concomitante, no menos importante, se refiere a la ciudadanía que  no es  un adminículo de moda para uso eventual y luego desechar a capricho. 

A la ciudadanía hay que estarla haciendo a cada instante y por más que ejerzamos tal condición ella no se agota, al contrario, se ensancha. 

La práctica de la ciudadanía “vive” en un constante devenir: Siendo y haciéndose.

Alguien puede llegar a preguntarse: ¿Dónde encontrar, aunque sea un pedazo aprovechable de ciudadanía?

Respondemos: Ella aflora en múltiples ámbitos. Allí, exactamente donde los seres humanos hacemos factibles nuestras existencias: la familia en su más amplia acepción (en su “tribu” diría Maffesoli), la escuela, la calle, las iglesias en sus distintas confesiones, en los espacios laborales. Además (con mayor o menor influencia) a través de los medios de comunicación y en las plataformas digitales (en las redes); en la espontánea socialidad que nace en el transporte público; en fin, en la congregación vivencial.

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