¡Nuestro querido amigo Pou nos vuelve a regalar hoy otro de sus escritos! Publicaremos una serie total de cuatro artículos así que durante un mes esta columna estará dedicada a difundir esta serie. Creo que les puede apasionar…
Por Antonio Pou [1].
“¡Así no!, ¡pásala, pedazo de inútil!” “¡Parece mentira que en esta época aún ocurran estas cosas!” “¡No tienen ni idea!” “¡Si a mí me dejaran, esto no pasaría!” “Lo que tienen que hacer es…”
Sea con un botellín de cerveza delante del televisor, o comentando con alguien, soltamos cada día este tipo de frases, porque todo el mundo sabemos lo que habría que hacer… menos cuando tenemos que hacerlo. Luego, resulta que ese jugador inútil es un magnífico atleta y estratega con el que no podemos medirnos, que estamos mucho menos avanzados de lo que decimos, que no entendemos bien la situación, y que ni nos imaginábamos que las cosas de gobernanza iban a ser tan complicadas.
Si te ocurre esto, o algo parecido, no pasa nada. Lo único que quiere decir es que eres, que somos, humano(a)(e)s, que andas, andamos, un poco confusos, y que hay que rebuscar más en el paquete de herramientas que traemos incluido de fábrica. Por si te es de alguna utilidad, te comento sobre un par de escollos con los que me he topado muchas veces y que me da la impresión son tan comunes, que afectan a la mayor parte de la sociedad. Habitualmente no los tenemos en cuenta y como consecuencia solemos echar la culpa a los demás, fomentando así el conspiracionismo. El Roto (Andrés Rábago, excelente pintor y dibujante) en uno de sus innumerables chistes gráficos lo describe muy bien: un soldado se cuadra ante su superior y dice: “Mi general, hemos entrado en contacto con el enemigo y hemos descubierto que somos nosotros”.
El primer escollo tiene que ver con el funcionamiento del cerebro. Estamos dotados de una versión de hardware y software mucho más avanzada que la de los demás primates, pero aun así seguimos teniendo muchas limitaciones porque la sesera tiene que caber dentro del cráneo. El cerebro está compuesto de módulos multiuso y tiene un diseño asombroso, muy complejo, lleno de trucos y apaños para optimizar el funcionamiento. Entre ellos, el que no nos deja pensar-hacer más de cuatro o cinco cosas a la vez.
Aunque lo que estemos pensando sea una chorrada, requiere utilizar grandes partes del cerebro. Eso que se decía de que la mitad del cerebro casi no se utiliza no es cierto, otra cosa es que sepamos optimizar su funcionamiento. Cuando nos parece que estamos pensando mucho, más bien lo que suele ocurrir es que estamos repitiendo una y otra vez, obsesivamente, la misma subrutina, bloqueando el funcionamiento fluido del resto del cerebro.
Solo se da uno cuenta de la maravilla que es nuestra sesera, cuando te planteas enseñar a un ordenador a reconocer un objeto, por ejemplo, una cuchara. Le tienes que suministrar montones de imágenes, tiene que hacer muchos cálculos enrevesados, gastar bastante energía y memoria, y no siempre acierta. Sin embargo, un bebé aprende rápido a identificar su cuchara-comida desde cualquier ángulo que la vea, y genera una etiqueta mental con un retrato robot abstracto, asociado al sonido que empleen sus padres para designar el utensilio.
El trabajo que haya tenido que hacer el cerebro para aprender a identificar la cuchara se queda en un rincón de la mente y lo que maneja para referirse a la cuchara es la etiqueta, el concepto abstracto, que pesa mucho menos. Cuando el cerebro estima que la etiqueta no se parece lo suficiente a la idea que tiene de una cuchara, repasa y actualiza lo que tiene en el rincón. El servicio de limpieza neuronal elimina la información que no se utiliza.
Las etiquetas forman parte del lenguaje social y sobreviven mucho al paso del tiempo, no así los contenidos que representan, tanto si se trata de objetos como de ideas. Palabras como “libertad” albergan miles de contenidos diferentes, cosa que saben utilizar publicistas, políticos y vendedores de humo, para captar la atención y convencer a su público. Cada uno que las oye interpreta que se está refiriendo a sus propias experiencias concretas y que le va a resolver sus problemas. En esos casos conviene forzar a esos vendedores a que concreten qué quieren decir con esa etiqueta y a qué se están realmente comprometiendo. Esas gentes también aprovechan que a todos nos gusta que nos halaguen los oídos, aunque en el fondo sepamos que están intentando confundirnos para depredar nuestra economía o nuestra dignidad.
Cuando las sociedades cultivan la conservación de las etiquetas y descuidan los asuntos concretos, es decir, fomentan la fantasía a expensas de la realidad, los estados de confusión aumentan, así como las frustraciones y las depresiones. Sin embargo, también fomentan la creatividad y aunque suele estar mal dirigida, una parte de ella contribuye positivamente al progreso y al avance de la humanidad.
En ese sentido, los individuos tenemos bastante capacidad y responsabilidad para reconducir una buena parte de la situación actual si no se está de acuerdo con ella. Es simple pero no fácil. Simple porque consiste fundamentalmente en examinar en cada uno de nosotros, con una actitud clara y transparente, la relación entre sus etiquetas y lo que representan. No es fácil porque esa relación está muy intervenida por las historias emocionales de cada uno, en las que un componente importante es el eliminar incertidumbres y estar de acuerdo con las propuestas sociales, sean las que sean. Ser capaz de reconocer que el emperador no lleva ropas exige sinceridad con uno mismo y valor para mantener la posición, cosa que no todo el mundo tiene.
El segundo punto es que hemos construido un mundo (¿”Feliz”?) extremadamente complejo y altamente especializado. La sociedad crea constantemente etiquetas para todo, que solo son realmente comprensibles para los que están dentro o cerca de ese campo de especialización. Por ejemplo, un “analizador digital de espectro de frecuencias” remite a una etiqueta comprensible por un especialista en electrónica, pero no para el público general. Las explicaciones a medias (divulgativas), describen las etiquetas, no los contenidos, y aportan muy poco a la comprensión real. Por otro lado, pocas personas ajenas al ramo suelen estar interesadas en oírlas y menos aún dedicarle el tiempo que sería necesario para entender el asunto.
Nos gustan las explicaciones “sencillitas”, precisas y comprensibles. “Tengo tres minutos, ¿me podrías explicar cómo funciona y en qué consiste un reactor nuclear? Pero bien, ¿eh?, que yo no quiero tapujos” –Me temo que para eso necesitaría tres años en vez de tres minutos. “¡Ya me lo imaginaba yo!, porque se rumorea mucho por ahí, que hay una conspiración en marcha y no quieren que nos enteremos de lo mala que es la energía nuclear”. —Pero yo no estoy a favor de las centrales nucleares… “Peor me lo pones: eres un infiltrado, un agente de las nucleares que trata de comerme la sesera” — (¡¿?!).
Casi cualquier cosa es compleja en sí misma y lo es sobre todo cuando entra en interacción con varias o muchas personas. Yo lo aprendí a los cinco años. Vivía en un piso que consistía en un pasillo con tres puertas a cada lado. El aislamiento de paredes y ventanas era por aquel entonces desconocido y la única habitación que permanecía caliente en invierno era la cocina, que iba a carbón. Cada vez que salía o entraba de ella, tronaba la voz de mi madre que decía “¡Niño, cierra esa puerta, … y la otra también!”. Me tenía frito. Un día, mientras ella estaba en la compra, me decidí a poner en marcha una idea a la que había dado muchas vueltas en la cabeza y que ya estaba clara y simplificada. Agarré una cuerda y até entre sí los picaportes de todas las puertas, de modo que, al abrir una puerta del otro lado del pasillo, se cerraba automáticamente la que acababa de cruzar, ¡incluso se cerraban dos con una sola acción!
Yo estaba encantado con el funcionamiento de aquella red horizontal de cuerdas, que cruzaban de un lado a otro del pasillo justo por encima de mi cabeza. Me frustró mucho la bronca que me echó mi madre cuando llegó de la compra y, sobre todo, la nula apreciación que hizo del valor de mi invento, mascullando improperios mientras lo desmontaba quitando nudos de aquí y allá, haciéndose paso hacia la cocina, cargada con las bolsas de la compra.
Ahora, de mayor, me doy cuenta de que casi todo el mundo quiere atar cuerdas para que las cosas funcionen a su gusto. Si aparece un problema más, pues se añade otra cuerdecita y a otra cosa mariposa. Sencillo ¿no? “¿Que dicen que el cambio climático se arregla dejando de emitir CO2? ¡Pues no se emite y ya está! Lo que hay que hacer es que las fábricas no contaminen, y que solo hagan productos sostenibles, pero que sean baratitos ¿eh? y, eso sí, que no suban el precio del combustible (¡por favor, hasta ahí podíamos llegar!). Ah, y quiero que me suban el sueldo, porque no me llega para irme un fin de semana al Caribe. De paso que se lo suban también a los currantes que hacen los productos baratitos (sin que suban los precios y sin que puedan ir al mismo hotel que yo, porque me quedaría sin plaza, jé, jé)”. Etc., etc…
Si alguien tiene interés en entender algo de lo que pasa hoy, solo tiene que seguir un hilo temático cualquiera, siguiendo el rastro de las cosas concretas, no el de las etiquetas. En qué consiste una cosa, de dónde procede, qué elementos contiene, de dónde proceden cada uno de esos elementos y así sucesivamente. Si, además, a cada eslabón de esa cadena se le pregunta de qué y de quién depende, a quién afecta, cuánto cuesta, de dónde sale el dinero, a quién beneficia, a quién esclaviza, qué modifica en la dinámica natural, qué modifica esa dinámica en nosotros, qué consecuencias positivas y negativas tiene y tendrá en el tiempo, la cadena se convierte en una maraña impenetrable.
En esa maraña se hace imposible diferenciar entre causas y efectos, porque la complejidad pertenece al reino de la incertidumbre. Pero, lo realmente incómodo, es cuando nos damos cuenta de que, todos y cada uno de nosotros, somos parte contributiva de esa maraña, imposible de abarcar, abrumadora.
A diferencia de lo que pasaba hace un par de siglos, ninguno de nosotros puede llegar a comprender la complejidad del mundo de hoy, donde todo depende en última instancia de todo, y lo que parece claro es porque no lo estamos mirando bien. Esa incapacidad afecta a todos, políticos, gobernantes, magnates, pobres, currantes, científicos y raperos. Pese al miedo e inseguridad que despierta, será la inteligencia artificial —si sigue progresando, la que tomará decisiones de qué y cómo hacer con el mundo de mañana, que entonces será hoy.
¿Se puede hacer algo mientras tanto? Yo creo que sí, o más bien estoy seguro de que sí, aunque requiere cierta dosis de valor dado que no resuelve la incertidumbre. Ante todo, partir de que solo podemos abarcar lo que cada uno, en su campo de acción, barriendo o haciendo una actividad puntera, sea capaz de abarcar. Dentro de ese campo de acción, es responsabilidad de cada uno intentar comprender y ser consciente de sus límites, de lo que piensa y hace, intentando prever las consecuencias de sus acciones, dedicando a ello el esfuerzo que sea capaz de realizar, y grandes dosis de sentido común.
Parecería poca cosa, pero multiplíquese por los 8.000 millones de personas que estamos ahora en este planeta y se produciría, como por arte de magia, una transformación total, sin grandes planes, depresiones ni alharacas. Para ello hay que preocuparse de hacer las cosas lo mejor que uno pueda y sepa, dejando de culpabilizar a troche y moche a los demás. Como oí decir una vez, hace muchos años, a una vieja en un corro de señoras haciendo punto, sentadas en sillas de enea, en la calle sin aceras de un pueblecito aragonés: “Callar y callemos, que todas tenemos pelicos en el culo, y no nos los vemos”.
Ambiente situación y retos es un espacio coordinado por Pablo Kaplún Hirsz
Email: movimientodeseraser@gmail.com, www.movimientoser.wordpress.com
[1] Antonio Pou es Profesor Honorario del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid. Como miembro de la delegación española participó en los tres primeros años del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas), en el Comité Directivo y en el Grupo de Respuestas Estratégicas. Actualmente realiza investigaciones sobre análisis automático de la circulación general atmosférica por medio de imágenes satelitales.