
David Sánchez, hermano del presidente del gobierno de España, durante su declaración ante la jueza / Captura de pantalla
En España, donde a uno le llueven etiquetas como si fueran confeti en Carnaval, se ha puesto de moda llamar «fascista» a cualquiera que ose discrepar de la sacrosanta narrativa de la izquierda. No importa si hablas con razones o con el sentido común de toda la vida; te cae encima el sambenito de «ultraderecha» y asunto arreglado. Y mientras tanto, la realidad sigue a lo suyo, la luz y la gasolina a precios de escándalo, la inflación devorando sueldos y un gobierno que, lejos de dar soluciones, nos pide que nos sacrifiquemos mientras ellos disfrutan de la vida a cuerpo de rey.
Uno ya está cansado de tanto cuento. Porque si este desaguisado lo estuviera firmando la derecha, las calles serían un pandemónium de contenedores ardiendo, proclamas incendiarias y manifestaciones diarias. Pero ahora, curiosamente, los mismos que antaño gritaban «no pasarán» se han quedado mudos, tragando bilis en silencio y aplaudiendo con las orejas. Nos han vendido que todo se arregla con gestos, quitándose la corbata o pidiéndonos que pongamos la calefacción a 19 grados, como si con eso bastara para tapar el agujero negro de la mala gestión.
Y mientras tanto, el poder se cierra sobre sí mismo como un cepo bien engrasado. Medios de comunicación, Poder Judicial, instituciones públicas… todo bien amarrado para que nada se les escape de las manos. Y si a alguien se le ocurre levantar la voz, ahí está la etiqueta de siempre, «facha». Más fácil imposible.
El caso del hermano del presidente, David Sánchez, es el ejemplo perfecto de este despropósito. Su declaración ante la jueza ha sido una antología del «no me acuerdo» y el «no lo entiendo así», mientras la magistrada le sacaba los colores con correos y documentos que demostraban lo contrario. Un culebrón de sobremesa en el que, como siempre, nadie asumirá responsabilidades y aquí paz y después gloria.
En fin, que ya va siendo hora de que despertemos del letargo. No se trata de izquierdas ni derechas, sino de que nos toman por personas que no entendemos. No es fascismo querer saber dónde va nuestro dinero ni exigir que los que gobiernan lo hagan con algo más de decencia y menos demagogia. Pero claro, eso es pedir demasiado.
Pedro Adolfo Morales Vera es economista, jurista, criminólogo y politólogo.
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