Por Antonio Pou, Universidad Autónoma de Madrid
Hace bastantes años, al norte de Guayaquil, me encontraba Daule arriba a bordo de una canoa estrecha y larga. Al poco de embarcar, el motor dejó de impulsarnos, aunque seguía funcionando. Nos quedamos a la deriva en mitad de la corriente y sin remos. El que nos llevaba a otro y a mí no sabía gran cosa de motores, y nosotros tampoco. No había herramientas a bordo, pero se me ocurrió que si al menos tuviéramos una cuerda, que no la había, quizá pudiéramos hacer un apaño. “¿Una cuerda? En seguidita…” dijo el de la canoa, y en un momento se quitó los cordones de los zapatos, los ató y me pasó la “cuerda”. Claro que la avería necesitaba más que una cuerda y terminamos siendo remolcados por otra de las canoas que circulaban por el río Daule.
Yo también llevaba cordones en las botas, pero mentalmente no contaba con ellos para la idea de “cuerda”. En mi mente, los cordones pertenecían a la idea de “botas”, así que no accedí a la neurona correcta. Esa compartimentación mental, ese no tener acceso rápido a lo obvio, de no disponer de la suficiente flexibilidad, de no ser suficientemente creativos, es decir, de no optimizar nuestros recursos como humanos, es frecuente, se produce por muchos motivos y es mejorable.
La creatividad es una capacidad humana para intentar dar respuesta a los problemas y para explorar las potencialidades de cada uno de nosotros. Se expresa en lo cotidiano, en lo real, y la mueve la necesidad. En mayor o menor grado está presente en todos nosotros y en campos muy diferentes, desde la expresión oral y musical hasta los aspectos técnicos y científicos pasando por los sociales y, sobre todo, en las pequeñas soluciones que encontramos en los asuntos de cada día.
Para algunas personas, la capacidad creativa, a base de usarla, la transforman en herramienta cotidiana, incentivados por la pequeña recompensa en forma de satisfacción que se recibe cuando se ha usado bien. Por el contrario, a la mayoría se les convierte en desesperación: “yo es que tengo dos manos izquierdas”, sin reconocer quizá que su creatividad se ejerce en otro campo, como el intelectual y no en el manual. El caso es que el mundo tecnológico asociado a la sociedad de consumo crea soluciones para facilitar la vida cotidiana. En principio, ya no hace falta ser tan creativo como antaño.
Pese a la comodidad de no tener que utilizarlo, el impulso creativo sigue existiendo en todos nosotros, más o menos activo. Socialmente se canaliza a través de la creatividad artística y se la fomenta por la vía de la educación, pero esa creatividad es solo un producto secundario del impulso creativo. El impulso creativo primario solo se nota a través de su ausencia y esa ausencia se hace evidente dentro de la trama social en forma de constantes brotes de nuevos problemas a resolver. Esa epidemia en parte es consustancial a la sociedad de consumo, porque para crear nuevas estructuras, nuevas soluciones, habitualmente se hace a base de desestructurar otras.
Por ejemplo, ahora vivimos el boom de la Inteligencia Artificial, cuya eficacia es indudable, pero cada consulta que hacemos mediante ese sistema consume diez veces más energía y produce más emisiones contaminantes que las consultas al buscador habitual (se estima que el 60% de la humanidad usa los buscadores). Está por ver si el beneficio compensa o no los daños, sobre todo porque lo primero repercute solo sobre una parte de la humanidad, mientras que los daños se reparten democráticamente a toda. La mayoría de los problemas ambientales son producto de esas desestructuraciones.
La solución de los problemas ambientales pasa inevitablemente por incrementar las capacidades individuales de todos y cada uno de nosotros, y la creatividad primaria es una de ellas. En el contexto de nuestra cultura racionalista, (o más bien racionalizante, porque racionalizamos todo lo que nos conviene) voy a intentar dar algunas pinceladas en este artículo sobre cómo se genera la creatividad primaria y cómo fomentarla, basado sobre todo en mi propia experiencia.
Ante todo, conviene recordar que todo lo que pensamos, percibimos, notamos y existimos, es producto del macro chip que llevamos alojado en el cráneo. Si se apaga, nos apagamos y ya da igual todo lo demás. En algunos aspectos el cerebro no es tan diferente de una computadora y ambos necesitamos de la electricidad para funcionar. La diferencia es que a nosotros no nos hace falta tener un enchufe cerca, porque la corriente eléctrica en nuestro cuerpo no consiste en un flujo de electrones sino de iones; va más lenta, pero, según dicen, solo consume 15 watios y eso se genera con un poco de comida.
Vivimos envueltos en campos eléctricos en constante variación. Como son transparentes no los detectamos visualmente, pero eso no quiere decir que no nos afecten. A muchos nos incomodan los minutos que preceden a las tormentas veraniegas. El aire se electrifica de cargas positivas, abunda el mal humor y se nota un incremento de descuidos en la conducción. Nada más descargar la tormenta, retornan las cargas negativas y el tráfico se fluidifica.
Las cargas eléctricas del aire influyen en el funcionamiento de todos los seres vivos; por ejemplo, afecta a la polinización, apelmazando o liberando el polen. Y también ocurre al contrario, y así la fricción del aleteo de las bandadas de insectos o pájaros modifican las cargas eléctricas del aire.
Playas, ríos y cascadas de agua, desprenden cargas negativas y nos gusta su cercanía. Suelen ser lugares inspiradores porque nuestro cerebro funciona allí mejor y la creatividad también. Por el contrario, el aire acondicionado, las fotocopiadoras y muchos aparatos desprenden cargas positivas y distorsionan la actividad de las neuronas (argumentos más que suficientes —me parece a mí, para intentar convencer al jefe o jefa más recalcitrante de la necesidad de unas vacaciones).
Mucho más que las cargas eléctricas lo que condiciona a la creatividad es que la sangre que llega a las neuronas tenga una proporción adecuada entre el oxígeno y el CO2 que lleva disuelto: demasiado oxígeno y produce ansiedad, demasiado CO2 y produce apatía, depresión. Tanto en un caso como en el otro la creatividad no funciona.
El ajetreo de la vida urbana, los horarios ajustados y la incertidumbre del transporte, inducen grandes dosis de ansiedad en la población. Si a eso se le suma una sensación de frustración cada vez más generalizada, en unos por incapacidad de satisfacer el abismo del consumo infinito, y en otros por incapacidad de satisfacer las necesidades básicas, la mayor parte de la gente va todo el día fuera del rango de su funcionamiento mental óptimo. En esas condiciones es mucho más complicado encontrar soluciones adecuadas a los problemas de cada día.
Respirar fue lo primero que hicimos al venir al mundo y será lo último que hagamos. Funciona en automático, pero tenemos bastante capacidad de intervención e incluso podemos detenerla a voluntad durante algunos minutos. Nuestra emoción utiliza esa capacidad para, por ejemplo, preparar nuestra huida ante un animal peligroso, a base de adrenalina y de aumentar el ritmo de la respiración, lo cual aumenta temporalmente el nivel de oxígeno en sangre. El vehículo que se nos viene encima en el mundo urbano es tan peligroso como una fiera en la jungla y provoca las mismas descargas emocionales, pero en vez de salir huyendo a toda velocidad lo que hacemos es dar un pisotón al freno. El chute de adrenalina no consumido y el exceso de oxígeno en sangre nos deja temporalmente descolocados. En unas pocas horas de conducción en medio urbano, a no ser que seas una persona tranquila de por sí, es posible que vayamos de chute en chute, lo cual se une a los problemas cotidianos, amplificándolos. En ese contexto, la creatividad no asoma la cabeza.
“Pues yo respiro perfectamente, no tengo estrés y por más vueltas que le doy a la cabeza no consigo ver las orejas a la creatividad”. A casi todos nos acompaña una voz interna que describe nuestros pensamientos y disquisiciones, dando vueltas y vueltas. Con esa voz nos entrenamos, manteniendo diálogos ficticios que repetimos una y otra vez hasta salir victoriosos. Claro que, al pedir un aumento de sueldo, todo el ejercicio intelectual previo se esfuma ante el rotundo sonido de la palabra “¡NO!”. Por esa vía, por muchos razonamientos que hagamos, la creatividad no se asoma, aunque otras partes del cerebro pueden haberse enterado de que se solicitan sus servicios.
Esa voz interior se fabrica en la parte izquierda del cerebro, donde en la mayor parte de las personas está la unidad que crea y gestiona el lenguaje. En esa unidad se estructuran y convierten en lenguaje los paquetes de pensamiento que le llegan de otras partes del neocortex. La voz interior es una especie de sala de ensayo, donde probamos distintos tipos de estructuración y juegos lingüísticos, pero la oralidad que sale de nuestra boca no necesita que pase previamente por la sala de ensayo, y de hecho muchas veces es más un estorbo que una ayuda.
Esas personas con facilidad de palabra que contestan con frases ingeniosas con la velocidad del rayo no necesitan la sala de ensayo. El pensamiento no se genera a base de un discurso interno racionalizador que es lento en sí mismo. Tampoco las personas que son bilingües o eficientes en varios idiomas necesitan de la sala de ensayo para traducir lo que dicen, conectan la unidad oral al idioma correspondiente y ya está.
De forma análoga al caso del lenguaje, debe haber otras salas de reproducción y ensayo para cada uno de los sensores que aportan información del mundo exterior (los sentidos). Dado que todos los mamíferos hemos sido construido con los mismos procedimientos, es de imaginar que todos tengan salas de realidad virtual como las nuestras, más o menos perfeccionadas.
Parece que unos preferimos unas salas más que otras. Del orden del 90-95% de la población usamos la sala de la voz interna y quizá aún más la de visualización. Sin embargo, uno de mis profesores de psicoterapia nos confesaba que tenía dificultades para jugar mentalmente con representaciones visuales, pero que sin embargo era capaz de reproducir fielmente en su mente las sensaciones táctiles o térmicas. Para mí, la sala preferida es la visual, con lo cual posiblemente esté descuidando otras salas, porque imagino que la suma total de capacidad virtual debe ser bastante parecida en todos los humanos.
El pensamiento (supongo yo, porque todavía no se conoce bien) debe consistir en un amasijo de informaciones diversas rebuscadas por los distintos rincones de las memorias de la mente, a cargo del hemisferio derecho, fundamentalmente. Supongo también que cada pedacito de memoria debe llevar adosada una lista de links a todas las memorias cerebrales con las que está asociada, para que desde cualquiera de ellas se pueda tener acceso a la información.
Esas memorias deben estar agrupadas en el cerebro en zonas especializadas por temas. Quizá en cada persona esas agrupaciones estarán determinadas por sus hábitos de comportamiento y a su vez esos hábitos condicionarán a las agrupaciones. En mi caso, soy consciente de que las ubicaciones de tipo espacio-geográfico son una de las agrupaciones básicas que estructuran mi pensamiento. Por ejemplo, a medida que me acerco, físico o mentalmente, a una de esas ubicaciones, se van desplegando más y más detalles de memorias a las que normalmente no tengo acceso directo. Otras agrupaciones son visuales, o sonoras, y es seguro que habrá agrupaciones que recojan selectivamente las memorias de informaciones generadas por cada uno de nuestros sistemas sensoriales.
Todos los links remiten en última instancia a un etiquetado emocional. No hay que perder de vista que el objetivo de todo el sistema cerebral es garantizar la supervivencia del individuo y que no ha sido específicamente diseñado para que pueda resolver problemas cuánticos o de alto nivel intelectual. Somos seres emocionales, porque las emociones son las que nos permiten interaccionar con el planeta y explorarlo, obtener de él los medios de subsistencia y promocionar la reproducción para pasar el encargo a otros, dado que la organización biológica del planeta solo nos permite un tiempo de estancia limitado.
El sistema límbico es el que se encarga del almacenaje, en cada hemisferio, de las etiquetas emocionales, ordenadas por grado de importancia y de proximidad espacio-temporal. Se ubica en una estructura alargada con forma de cuerno, el hipocampo, que parte de la amígdala. Cuanto más reciente, importante y cerca sea lo que produjo la etiqueta, más cerca se la sitúa de la amígala. A medida que pierde importancia se la va reubicando más y más lejos, hasta que se realiza un almacenamiento a largo plazo en algún lugar del cerebro.
Una labor básica del hemisferio derecho debe ser juntar, bajo demanda, informaciones relacionadas siguiendo esa complejísima trama. Si la persona está emocionalmente sobrecargada, la búsqueda se limita a ese grupo o situación emocional, y de ahí no sale. Para acceder a nuestros archivos de memoria, copiarlos y unirlos en una entidad diferente (inspiración), la condición imprescindible es la neutralidad emocional.
Desbloquear emocionalmente la mente es la condición básica para que pueda darse un proceso creativo. Esa es la parte difícil y por eso comencé este artículo advirtiendo de los bloqueos que pueden producir los campos eléctricos naturales y, sobre todo, la necesidad de que haya una correcta relación oxígeno/CO2 en nuestros pulmones.
La labor de búsqueda supongo que culmina en un paquete de paquetes de información, suministrado por el hemisferio derecho. Viene en bruto, y que hay que seleccionar y estructurar su contenido en función de la necesidad que motivó la búsqueda, los resultados de otras consultas previas y del grado de habilidad que tenga el individuo respecto a sus capacidades mentales y manuales. Esa labor debe residir sobre todo en el hemisferio izquierdo, que es de donde probablemente emanó inicialmente la petición de búsqueda, pero otras veces procede del propio hemisferio derecho, especialmente en los campos artísticos o de inventiva pura.
Un asunto básico es que los dos hemisferios se coordinen, tanto en la petición como en la recepción. Si el hemisferio derecho está hipercargado de peticiones, o hiperexcitado por substancias o vuelos mentales, no podrá hacer bien la búsqueda. Si cuando la concluye el hemisferio izquierdo está dándole vueltas a cualquier cosa, razonando por qué las mariposas vuelan en vez de nadar, el paquete de pensamiento se pierde. Otras veces llega, pero había sido tan mal formulado que el hemisferio derecho no llegó a entenderlo y envió un barullo imposible de descifrar. Así que lo habitual son desencuentros entre los dos hemisferios con lo que las ideas felices y luminosas no se generan.
Los momentos creativos suelen producirse al despertar, cuando el raciocinio todavía no se ha puesto en marcha, o cuando está ocupado resolviendo otros asuntos de forma automática y no se dedica a enredar. Al conducir, pelar patatas o realizar un trabajo manual, el paquete de pensamiento se auto desenvuelve y se auto estructura sin interferencias y emerge en la mente terminado, inesperadamente. ¡Eureka!, dijo Arquímedes, y, según dicen, salió corriendo desnudo del baño a informar en palacio del hallazgo. “Muy bien, Arquímedes, pero tápate los genitales, por favor”, le dijo su jefe.
Se necesita también coordinación de ambos hemisferios para desarrollar o poner en práctica cualquier idea o solución. Una idea creativa no vale para nada si el hemisferio izquierdo no tiene las herramientas mentales, manuales, habilidades o recursos para poder llevarla a cabo. Si le ha venido a la cabeza un acorde musical fabuloso, pero no sabe interpretarlo o escribirlo, no hay creatividad que valga. Si sabe interpretar, pintar o danzar, pero no le llega ese “algo” especial desde el hemisferio derecho, nunca será realmente un artista. La creatividad es un resultado de una buena coordinación cerebral.
Hay asuntos que difícilmente pueden ser creativos. Eso sucede por ejemplo en el pensamiento científico puro porque, tal como yo lo entiendo, es un lenguaje de comunicación, lógica pura de hemisferio izquierdo, preciso e imprescindible, que ha hecho posible el mundo tecnológico y científico del siglo XX y anteriores. Sin embargo, el desarrollo de la Inteligencia Artificial en el siglo XXI quizá ha sido posible porque se han aflojado algunas de las ataduras del método científico. En todo caso, la mayoría de los descubrimientos famosos en el mundo científico, como el de la relatividad, no surgen como resultado de un esfuerzo estructurante y racionalizante, de hemisferio izquierdo, sino como dijo el mismo Einstein, le vino cuando estaba distraído tocando el violín. Inventores, creadores y científicos relatan cosas parecidas.
En el mundo cotidiano, la inspiración para abordar los problemas también llega por una vía lateral, no cuando se piensa en ellos directamente. Hay personas que le piden ayuda a una imagen, santo, o ente de su devoción, confían ciegamente en que será satisfecha y muchas veces les funciona, especialmente cuando ya no están pensando en ello. La respuesta quizá sucede porque inicialmente la demanda fue formulada con claridad y porque cuando el hemisferio derecho responde, encuentra al izquierdo relajado y emocionalmente neutro, confiado en que recibirá la solución a tiempo. La creatividad es muy tímida y en seguida se asusta y se esconde.
Algunas personas son más propensas a la creatividad que otras. Quizá se lleva en los genes, o más bien en su expresión, que parcialmente se hereda en forma de habilidades y predisposiciones. En mi caso, mi padre tuvo que desarrollar su inventiva y creatividad forzado inicialmente por la necesidad de sustentar a una familia. Yo crecí en el taller familiar, viendo cómo él se enfrentaba a las situaciones y las resolvía a base de mucho ingenio, habilidad manual e intelectual. Viéndole a él, yo jugaba a hacer inventos y aunque nunca he podido acercarme al nivel que él tenía, al menos me permite expresar gráficamente mis ideas, como en el caso de las ilustraciones que acompañan a esta serie de artículos.
La aproximación a la creatividad en el mundo educativo suele ser nefasta. En primer lugar, la asocian con el mundo del arte, cuando la creatividad interviene en todos los asuntos cotidianos y en cualquier oficio. En segundo lugar, porque tratan de inculcar las bases del pensamiento racional y científico para todo tipo de situaciones. Mejorar esa situación requeriría, simultáneamente, de un profesorado más acostumbrado a explorar la vida en todas sus facetas y de una legislación que les amparara. Hoy en día, me parece una tarea imposible de llevar a cabo, pero individualmente sí se puede, por lo que animo al lector a que explore hasta dónde llegan sus capacidades y potencialidades.
Hasta aquí, la versión soportada por cosas que caben dentro de la concepción de realidad que tiene nuestra cultura y en algunas de las descripciones del funcionamiento de la creatividad que pueden apoyarse en el conocimiento científico al uso. Pero hay más. A partir de aquí, dejo a un lado mi formación tecno-científica y me aventuro en el terreno de la subjetividad de mis propias vivencias: un espacio de incertidumbre y de ignorancia total.
A lo largo de la historia de la tecnología, ha sucedido muchas veces que se ha realizado el mismo invento, alrededor de la misma época, pero en lugares del mundo apartados e incomunicados entre sí. Esa incomunicación comenzaba por el propio artesano, que se encerraba y ocultaba a la vista de los demás para que no le copiaran. Por ejemplo, eso sucedió con el invento de la bombilla eléctrica, teniendo en cuenta que una cosa es el registro de las patentes y otra cuándo y dónde se produjo la invención. Lo más conocido es que es obra de Thomas Edison que la registró en 1879, pero en los EEUU, con fechas anteriores, también figuran los nombres de William Sawyer y Albon Man, mientras que en Inglaterra fue Joseph Swan, en Rusia Alexander Lodygin, en Alemania Heinrich Göbel, en Japón Ichisuke Fujioka y quién sabe cuántos más durante el siglo XIX. Al final un nombre: Edison, pero muchas personas igualmente valiosas.
Cuando yo tenía unos trece años, mi padre me comentó que estaba diseñando una máquina con un plato rotatorio sobre el que se asentaban una serie de pinzas, a su vez rotatorias. Estaba buscando la forma de abrir y cerrar algunas de las pinzas sin interrumpir el movimiento de la máquina. Resolví contribuir al diseño y durante una serie de días, en vez de atender al profesor, yo me dediqué a realizar dibujos con posibles soluciones. Al final conseguí una que creí podía funcionar y se la enseñé a mi padre, triunfante. No me dijo nada, simplemente me llevó de la mano al edificio colindante, que era una fábrica de bombillas a la que nunca había entrado, y me paró delante de una máquina: allí estaba mi pinza, funcionando tan ricamente, y la máquina era antigua. Salí llorando, frustrado, porque mi “invento” ya había sido inventado. Si eso iba a ocurrirme con todo a lo largo de mi vida, pensaba, jamás podré llegar a nada.
De una forma u otra, eso me ha pasado muchas veces, incluso se me han ocurrido ideas, borrosas, poco definidas, de asuntos que nada tenían que ver con mis conocimientos, capacidades e intereses y que, simplemente, los dejas pasar como si fuesen espectros tecnológicos mentales. No soy el único, ni mucho menos, al que le pasan este tipo de cosas. Incluso me atrevería a decir que le pasa a mucha gente, quizá incluso a todo el mundo, en mayor o menor grado, paro nadie hablamos de ello porque en nuestra cultura occidental eso es tabú.
Quizá eso, sea lo que sea, tenga que ver con lo que llaman telepatía y que tiene tan mala prensa, porque se resiste a ser estudiada por los métodos científicos al uso y porque abre las puertas a la charlatanería, falsedad y el engaño. También porque se ha resistido a la domesticación en la que estaba interesada la marina para comunicar con los submarinos. La verdad es que los smartphones funcionan muy bien y no tenemos necesidad de artilugios y procedimientos extraños.
Si tuviera que racionalizar y dar una no-explicación a eso que no conozco, ni sé qué es, ni cómo funciona, diría lo siguiente: Es como si, el funcionamiento eléctrico de las células, con 47 milivoltios de diferencia potencial entre el núcleo y el exterior de la membrana celular, y la actividad cerebral, produjesen algún tipo de emisión que pudiese ser captada en cualquier lugar del planeta. Eso es algo imposible de considerar con el actual nivel de conocimientos, empezando porque requeriría emplear una cantidad de energía de la que el cerebro carece. Quizá nos dé por investigarlo dentro de unos decenios, o siglos, como ha sucedido con muchas o casi todas las tecnologías actuales.
También sucede como si, nuestros pensamientos, cuando están muy activos en una franja de intereses, pudiesen recibir pensamientos con algún grado de similitud y, sin saber de dónde vienen, les diesen unas cuantas vueltas con posibles mejoras y los volviesen a enviar a ni se sabe dónde. Las ideas, que a saber quién, qué o dónde comenzaron, irían rebotando de cerebro en cerebro, en unos casos diluyéndose, en otras concentrándose y clarificándose hasta llegar al individuo al que le son significativas y puede desarrollarlas, parcial o totalmente, para hacerlas factibles. De nuevo dispersas por el aire, o por los cauces sociales normales, llegan a la persona que tiene las circunstancias socio-económicas adecuadas y puede darlas salida, fabricarlas, comercializarlas, y ponerlas a disposición de la sociedad.
Si ese razonamiento-imaginación tuviese un ápice de realidad, implicaría que el desarrollo ambiental, tecnológico y social, dependería de la cantidad de población estante y de la sintonía con unos mismos objetivos. De hecho, eso sucede con el aprender a conducir, que ahora es mucho más fácil que hace cincuenta años, a pesar de que la velocidad ha aumentado y el tráfico se ha vuelto infernal. También cualquier idea o moda se extiende ahora rápidamente por el mundo, obviamente por la globalización, pero de niño siempre me intrigaba cómo de un día para otro se cambiaba de juego en todos los barrios de la ciudad, cuando raramente salíamos del nuestro.
(Si alguien se anima a hacer suyas estas hipótesis, allá ella, o él; yo solo soy un cuentacuentos y me limito a relatarlas).
Ambiente situación y retos es un espacio de El Nacional coordinado por Pablo Kaplún Hirsz
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