Por Dr. Alejandro Álvarez, Clima 21
En todo el mundo, pero en particular en Venezuela, crece una ola de violencia contra las mujeres, indígenas, niñas y niños, comunidades populares y la naturaleza.
Aunque estas acciones parecen ser temas distintos, en realidad son parte de un mismo modelo de desprecio, opresión y mercantilización de la vida y las personas.
Un estudio reciente, realizado por la UICN, encontró una clara relación entra la destrucción de la naturaleza y la violencia de género, incluyendo las agresiones sexuales, la violencia doméstica y la prostitución forzada.
Asimismo, el estudio mostró la existencia de vínculos entre la violencia de género y los delitos ambientales, incluyendo el tráfico sexual en torno a minas ilegales en algunos países de Suramérica, el abuso sexual y el trabajo infantil en la industria pesquera ilegal en el sureste asiático, y la de explotación sexual en torno a la tala y el comercio de carbón ilegales en zonas de África.
La mayoría de estos problemas son derivados de la pobreza, la debilidad institucional de los Estados, la ausencia de sistemas de protección de derechos humanos, la existencia de gobiernos dictatoriales y la persistencia de patrones culturales machistas.
En nuestro país, están presentes todas estas situaciones y sus consecuencias. Ellas son parte de la emergencia humanitaria compleja que está destruyendo nuestras vidas. Es claro que esas circunstancias nos están afectando de manera muy dura a todos, hombres y mujeres, pero las noticias cotidianas nos recuerdan que, es sobre la madre, la joven, la niña y la selva donde la crisis golpea de manera más violenta y despiadada.
Esta situación adicionalmente nos empuja hacia un espiral de violencia y destrucción cada vez más intenso y aún más peligroso que el resto de las crisis.
La economía se puede recuperar, la sociedad desarrollará más temprano que tarde estrategias de resistencia y cambio, pero es en la destrucción de los vínculos profundos de respeto y cuidado con la naturaleza, las mujeres, las niñas y los niños, donde los efectos serán más duraderos y perniciosos.
Algunos hombres, en particular los más conservadores, ven con reserva y hasta con rechazo las ideas feministas. Solo miran la superficie de las ideas más banales y caricaturizadas que han hecho los medios de comunicación y ciertos grupos de poder sobre estas luchas de las mujeres por sus derechos. Incluso algunos simplemente ven peligrar sus privilegios masculinos.
Pero todos, sin excepción, tenemos que darnos cuenta de que la mayor parte de nuestros problemas, incluyendo los ambientales, no se pueden explicar solo por la existencia de malos gobiernos, ideologías equivocadas y ni siquiera por las sucesivas crisis económicas y sociales. Ellos nacen de la imposición de regímenes de opresión, apoyados en la violencia, la destrucción, el despojo y la exclusión. Y que en esos regímenes han sido las mujeres y la naturaleza las víctimas más frecuentes y sobre las cuales la violencia y la opresión han actuado de manera más cruel.
Por ello, necesitamos trabajar todos juntos en la construcción de sociedades responsables, solidarias, justas y sostenibles en un contexto democrático. Para lograrlo, será necesario que los planes y acciones futuras que se realicen durante este proceso tengan siempre una mirada y una permanente presencia femenina y amorosa sobre nosotros y nuestro futuro.
Esa será también la vía para volver a encontrar y sanar la raíz profunda de nuestra relación con nuestro planeta.
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