Tenía yo siete años cuando le pregunté a mi padre qué era aquello que flotaba en el haz de luz que entraba a la cocina de casa. «Una mota de polvo», respondió. Desde entonces me fascinan las motas de polvo. Estas líneas serán un intento de reunir lo poco que de ellas he observado y aprendido en el tiempo…
Las motas de polvo, contrario a lo que podría pensarse, no son gregarias, viajan solas en las corrientes de aire; sin embargo, pese a su independencia, forman en ocasiones verdaderas nubes de partículas que parecieran colonizar cualquier ambiente favorable a tal fin. No hay en ellas el sentido de colonia que tienen las hormigas, pero se las apañan para mantenerse lo suficientemente cerca de otras sin que por ello se obliguen a ninguna suerte de colectivización; por tanto, no existe entre ellas jerarquías, rangos, clases o niveles de alguna índole. Quizás no exista una libertad mayor que la que se procuran estos corpúsculos.
En descargo de lo dicho, ocurre que en rarísimas ocasiones dos motas de polvo se entrelazan. Entonces sucede que ya no se vuelven a separar y viajan en la brisa como si fuesen una sola partícula. Sin importar cuán violentos sean los jirones de aire, deambularán unidas hasta el ocaso de su periplo posándose sobre la epidermis de algún enser u objeto.
Personalmente admiro su invisibilidad: solo un haz de luz rasgando la oscuridad de una estancia o la impoluta superficie pulida de un mueble pueden dar buena cuenta de ellas. Una mota de polvo apenas se revela en presencia del brillo luminoso o reflexivo; en tanto no sean sorprendidas por el fulgor y el reflejo, se moverán haciendo gala de una de las más fascinantes anonimias que pudieran conocerse. Ahora, en este instante, millones de ellas se desplazan sin ser percibidas, casi del mismo modo en que algunas voluntades silenciosas trabajan hasta que ciertas inteligencias ruidosas las señalan con el índice de sus aspavientos.
Hay en las motas de polvo una persistencia casi milagrosa. No se ha terminado de pasar el paño sobre la superficie de un piano cuando media docena de ellas se han posado en aquel espejo de madera bruñida. Su vocación de estar, pese a todo, es un himno a la tenacidad; y, a un mismo tiempo, ¡son tan dóciles a cualquier corriente de aire! No existe en tales partículas el apego ni la esclavitud. Su empeño es estar… aquí o más allá. Nadie sabe si conversan entre sí o con sus anfitriones; pero si lo hacen, seguramente son como ángeles que llegan en el momento oportuno y luego siguen su viaje para volver a estar… aquí o más allá.
No hay dos motas de polvo iguales: cada una tiene su identidad. Algunas son como una s voladora, otras a la manera de una i, una u, una o… y hasta las hay que son una a o una d volátiles. Casi podría decirse que el alfabeto completo pulula de incógnito en el aire a nuestro alrededor. Cuando se las mira con cuidado, por ejemplo, en el haz de luz que se filtra al amanecer por alguna ventana de casa, pareciera que entre todas ellas hubiera una sintaxis que las ordenase en una suerte de belleza tan pasajera que un segundo después ya no estará más. A veces me pregunto si las motas de polvo son la escritura que nunca podremos leer… al modo de esas personas que, por una razón u otra, nos resultaron indescifrables en la vida.
Hay cementerios de motas de polvo. Son tristes. Constituyen la evidencia del abandono y la muerte de la pulsión volitiva. Allí donde alguien se ha rendido, se acumulan los cadáveres de estos corpúsculos advirtiendo a todos que el desánimo es el príncipe consorte de la depresión en aquellas tierras, o que hace mucho que nadie con nombre de pila respira por aquellos lares. En todo caso, hay relojes que miden el tiempo en motas de polvo…
Hay, no obstante, una prerrogativa propia de estas partículas que es, con mucho, la que más admiro: su silencio. ¡Cuánto que aprender del mutismo de las motas de polvo! Incluso cuando conformen verdaderas nubes lo harán sin aspavientos. En su circunspección está contenida la quintaesencia de la modestia. Pocas cosas son tan bellamente calladas en este mundo como una mota de polvo… Solo quizás el sigilo de los autistas… esas evanescentes motas de polvo, que están… aquí y más allá.
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