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Mínimo prolegómeno al idealismo simbólico (II)

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Logos de las cosas mudas

Hugo von Hofmannsthal planteó superficialmente en Una carta (más conocida como Carta de lord Chandos, 1902) la posibilidad de «una lengua en la que me hablan las cosas mudas», esto es, un logos de las cosas mudas —que después retomarán Ortega y Gasset y su discípula María Zambrano—. También asumimos como fundamento esta concepción heraclítea del logos (λóγος) que Hofmannsthal insinúa en su carta como imposibilidad del lenguaje, y que remite explícitamente al fragmento 54 de Heráclito: «La armonía oculta es superior a la evidente».

Ahora bien, en este logos oculto es donde la conciencia como razón profunda (Johannes von Lotz dixit) se une al todo y hace posible el continuum armónico de belleza entre el alma y el anima mundi. Aquella, el alma, a su vez, «tiene un logos que a sí mismo se acrece» (Heráclito, fragmento 115), con lo cual la posibilidad del continuum es tan infinita como la eternidad interior en que reposa.

Logos y razón poética

María Zambrano planteó en Hacia un saber del alma (1934) que «el acto específicamente cultural es el creador, aquel en que extraemos el logos de algo que todavía era insignificante (i-lógico)». Complementariamente, dijo en Delirio y destino (1953) que para ello se precisa «saber mirar con toda el alma, con toda la inteligencia y hasta con todo el cuerpo, lo cual es participar de la esencia contemplada en la imagen, hacerla vida». Este saber mirar con toda el alma lo asumimos como el vector gnoseológico de la razón poética en que deviene la conciencia una vez que es penetrada por el misterio del logos y consustanciada con él, y que abre el compás de ascenso abstractivo a la razón simbólica. Es entonces cuando él alma se revela a sí misma en el anima mundi.

Afato poético

Ramón Llull en De ascensu et descensu intellectus (1304) planteó una de las rarezas de la filosofía: la noción de afato. Se trata de un sentido adicional a los cinco conocidos, definido por el autor como «el natural medio de que el entendimiento perciba y explique sus conceptos» y sin el cual «no puede haber perfecta ciencia ni tenerse de las cosas». Este afato produce, a nuestro juicio, un lenguaje interior que se corresponde con el estado ulterior de la razón poética de Zambrano. Ahora bien, este sentido del afato solo se completa en la enunciación de dicho lenguaje interior, que no es otra cosa que su objetivación en el poema, la poiesis.

El afato poético —en tanto que síntesis que hacemos de la noción llulliana con el idealismo mágico de Novalis— supone, por consiguiente, la afectación del tu enunciatario, la poetización del anima mundi en una poiesis que va más allá de los límites de la ontología del lenguaje toda vez que construye el mundo —y no solo el texto poético— en tanto que símbolo: la belleza.

Razón simbólica

La razón simbólica que concebimos supone una racionalidad —impregnada por el sentimiento moral— que penetra y es penetrada por el misterio del mundo, un modo de conocer regido por el sentimiento moral y en el que la naturaleza y el yo son un todo concitado por la belleza. A esta racionalidad corresponde una peculiar temporalidad, pues el símbolo habita en la eternidad de sus múltiples posibilidades. Reconocer nuestra alma en el anima mundi como símbolo es contemplar nuestro ser innumerable y, por consiguiente, una libertad plural del ser que es fiel a sí mismo. El mundo —en cuanto que construcción simbólica y reflectante del alma— es el significante cuyo significado es el alma y cuyo signo es la belleza. Esta, por tanto, la belleza, es el símbolo más elevado de la racionalidad humana.

Semiosis postergada

Cuando al lenguaje interior producido en el ascenso abstractivo —propio de la razón simbólica— corresponde un lenguaje exterior que rompe su vínculo discursivo de contemporaneidad, sobreviene, en nuestra forma de ver las cosas, lo que hemos dado en llamar semiosis postergada, es decir, el retardo de la simultaneidad entre enunciación y enunciado. A esta ruptura corresponde otra más profunda, la del temporal hiato ontológico entre el alma y el ánima mundi como partes constitutivas del símbolo de la belleza.

Las razones para construir la semiosis postergada pueden ser múltiples y deliberadamente asumidas o no; pero, en todo caso, supondrán una temporal anulación del símbolo, que se revelará, posteriormente y con inusitada fuerza, cuando la audiencia a la que dicho símbolo fue destinado alcance también el ascenso abstractivo que produjo aquel y, con ello, su discursividad.

Prospectiva del idealismo simbólico

El sistema, sin embargo, no está concluido. Cualquier lector acucioso se percatará de que el andamiaje conceptual de aquel sigue siendo muy europeo. Ahora nos ocupamos en deconstruir nuestro propio sistema para redimensionarlo en una perspectiva local, latinoamericana, pero particularmente venezolana, y creemos que el momento histórico que vive nuestro país no podía ser más prometedor a tal fin: en pocos lugares sería tan difícil probar nuestra teoría como en este aquí y en este ahora, pues, a donde quiera que miremos, la niebla del caos no nos deja ver ni el «claro del bosque» ni el espejo que en él habita y en cuyo azogue nuestra alma podría ver reflejada la belleza de su eternidad interior.

Sabemos, sin embargo, que allí está. Podemos oír su débil voz llamándonos, y sospechamos que la belleza más alta que podremos hallar, en nuestro propio país, se llama, a pesar de todo, libertad, la libertad de ser en la belleza cuando la libertad de estar ya no es posible… Esto es lo que buscamos: comprender cómo hacer posible el afato poético en la libertad plural de la razón simbólica cuando el mundo que elegimos para ello carece de libertad. La belleza es el fulgor de la verdad, y solo un espíritu libre puede alcanzarla.

@Jeronimo_Alayon

 

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