La captura en Bogotá de una docena de delincuentes venezolanos relacionados con terribles asesinatos vinculados al tema del menudeo de la droga en la capital colombiana de nuevo coloca sobre el tapete la diatriba de la vinculación de la migración de nacionales de nuestro país con el auge de la delincuencia en el país receptor, en este caso el vecino. Esta semana se dio a conocer la aprehensión por parte de la policía de un grupo numeroso de una banda conocida como Los Maracuchos, a raíz de la lamentable aparición de cuerpos de personas ajusticiadas por esta banda y colocadas en bolsas de basura en sitios visibles de Bogotá.
Los delincuentes atrapados, de acuerdo con el informe de la Fiscalía, formaban parte de una banda que se enfrentó con otra similar que les disputaba el terreno de la distribución de droga en pequeñas cantidades. No sin razón el órgano oficial señalaba que el accionar de esta banda en varios puntos de la ciudad causaba “estados de zozobra a la comunidad en general, al generar intranquilidad pánico miedo y terror”.
De nuevo, las redes se llenan de reclamos a las autoridades colombianas en los que se pone de relieve el desmesurado incremento de la migración de “venecos” que penalizan a la sociedad colombiana con delitos de esta naturaleza. De nuevo, el gentilicio venezolano se ve sometido al escarnio y todos pasamos a apellidarnos con epítetos inmerecidos como consecuencia del accionar de criminales.
Lo cierto es que una migración descontrolada e ilegal como la nuestra hacia suelo neogranadino es un reto para Colombia desde muchos puntos de vista. Lo es desde el ángulo de lo económico, toda vez que el gigantesco número de inmigrantes venezolanos viene a agravar la compleja situación económica que los colombianos enfrentan y que no ha sido sino acentuada por la incapacidad de la administración actual de mejorar las variables que impactan a la población. También es cierto que una masa poblacional cercana a los 3 millones de nuevos ciudadanos, con un perfil socio económico precario, contribuye, por igual, a agravar los desajustes sociales que allí existen y que no son pocos. Ello sin hablar de las necesidades de vivienda, educación y servicios de todo género.
Pero es necesario desmentir con toda fuerza la especie de que existe una proporcionalidad entre el incremento de la delincuencia en Colombia y el flujo sostenido de nuestros nacionales hacia la tierra vecina.
No pretendo resaltar el hecho de que la inseguridad en Colombia tiene una raíz y un desarrollo histórico completamente doméstico y que atiende a variables internas que se han salido de su cauce. Eso es una verdad de Perogrullo. Tampoco pretendo restar importancia a hechos tan grotescos, depreciables y condenables como los acaecidos en estos días pasados y que dieron como resultado la captura de nacionales nuestros asociados con una actividad criminal atroz. Es una vergüenza para todos nosotros.
Solo quisiera traer a colación un interesante y reciente estudio de investigación que consiguió determinar que la tasa delincuencial que se manifiesta en algunos enclaves de Colombia y, particularmente en ciudades, no guarda relación alguna con la migración de venezolanos, aunque la prensa presente determinados hechos específicos como delitos únicos y como atribuibles a los originarios de la patria vecina. La investigación efectuada por un académico de la Universidad de Barranquilla y dos estudiantes de esa casa de estudios y publicada por la Revista Jurídica Ergomnes hacen tres años concluye, después de exhaustivas pesquisas, que no existe evidencia estadística social que compruebe tal cosa y que lo que sí produce tal falacia es xenofobia en el ciudadano común y genera parcialidad en el ciudadano encargado de impartir justicia. Es así como el trabajo de Juan Guillermo Vergara Márquez, Linda Carolina Zurbarán Armenta y Pamela Mejía Sierra concluye que “los venezolanos continuarán siendo, y con aún más fuerza a futuro, excluidos de la vida laboral, familiar y social, solo por creencias sin base científica, negando así uno de los principios universales del derecho, que es la igualdad de oportunidades, para nativos o no del país en el cual se resida”.
Un llamado es preciso hacer a los medios para no alimentar la exclusión. Los dos países lo que hemos conseguido a lo largo de la historia binacional es enriquecernos de la cercanía del otro y de la presencia física y el trabajo de los vecinos.
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