El silencio es una tentación y un refugio cuando Apolo está cerca.
George Steiner
Apolodoro de Atenas nos narra en el libro I de su Biblioteca cómo Apolo y Marsias compiten en un certamen musical luego de que este hallara la flauta que Palas Atenea había despreciado por afearle el rostro cuando la tocaba. El dios pulsó su cítara invertida e invitó al sátiro a hacer lo propio con su instrumento, pero no pudo. En consecuencia, y habiendo acordado que el vencedor dispondría del vencido a su antojo, Apolo colgó a Marsias de un pino y lo desolló. Esta es la versión del mitógrafo ateniense.
Ovidio, por su parte, en el libro VI de Las metamorfosis, hace una tan detallada como cruenta y cruel descripción del desollamiento del sátiro. La carnicería concluye con el hecho de que las lágrimas vertidas por Marsias durante el suplicio terminaron convirtiéndose en el río «más transparente de Frigia», que lleva su nombre.
La tercera fuente clásica del mito de Marsias y Apolo es Higino. En sus Fábulas (la número 165) narra cómo Atenea inventó la flauta, pero habiéndose convertido en motivo de burla para Hera y Afrodita por la manera como se inflaban sus mejillas al tocarla, y habiéndolo comprobado por ella misma mirándose en un fontanar del bosque del Ida, la abandonó allí, no sin antes maldecir al que la hallara con un terrible suplicio. Fue el sátiro Marsias, hijo de Eagro, quien la encontró y se ejercitó con el instrumento hasta conseguir tal virtuosismo que se sintió animado a desafiar a Apolo.
El certamen tuvo lugar con las musas por jueces, y cuando parecía que el sátiro había ganado, Apolo tocó su cítara invertida, lo que no logró hacer Marsias con su flauta. Según esta versión, el dios entregó el pastor a manos de un escita que le dio muerte desollándolo. La sangre vertida por Marsias dio origen al río con su nombre.
En este mito tan particular tenemos varios aspectos a considerar partiendo, en principio, de la cosmovisión griega de entonces y terminando por extrapolar a nuestra actual concepción algunos elementos que nos sirvan de pretexto para iniciar una espiral reflexiva.
Para los antiguos griegos existía una falta gravísima (la noción de pecado era ajena a ellos): la ὕβρις (hýbris, ‘desmesura, soberbia, arrogancia contra los límites establecidos por los dioses’). Se partía del principio vital de que cada quien había recibido de las Moiras su porción de destino, con lo cual se establecía un equilibrio en la relación con la divinidad y el resto de los mortales. La hybris era la ambición por orgullo de lo que correspondía a otro por mandato divino —en el caso de Marsias, quiso arrebatar a Apolo su prestigio como dios de las artes— y era castigada con la venganza por parte de los dioses.
Diodoro de Sicilia, en el libro III de su Biblioteca histórica, exhibe una tan curiosa como interesante apreciación sobre el mito de Marsias y Apolo: nos muestra a un sátiro bastante atinado en sus argumentos y a un Apolo tan desbocado que rompe su cítara después de vencer con argucias en el certamen. En todo caso, Marsias parece encarnar en la cosmovisión griega el carácter prometeico, y este quizás sea su aspecto más moderno.
Marsias razona y habla con pertinencia y sin miedo ante Apolo y las musas, por consiguiente, encarna la παρρησία (parresía, ‘hablar con franqueza, libremente’) ideal muy apreciado más tarde por los epicúreos en cuanto que fundamento de la libertad de expresión. Sabía muy bien que se exponía a ser castigado por su hybris, pero eligió ser fiel a lo que pensaba y a lo que asumía como verdadero. La parresía no dejaba lugar al silencio ni a la falsedad y, en su momento, se constituyó en una virtud retórica. Marsias, por tanto, no es solo un músico virtuoso, sino un orador honesto y, ante todo, libre.
A tono personal, me parece que el mito de Marsias y Apolo logra codificar simbólicamente el valor de la parresía marsiana en el hecho de que la muerte del sátiro no es infecunda. De sus lágrimas (según Ovidio) o de su sangre (conforme a Higino) nacerá el río frigio que llevaba su nombre y que es afluente del portentoso Meandro en su nacimiento cerca de Dinar (antigua Celenas), conocido hoy como Büyük Menderes o Gran Meandro, en el sudoeste de Turquía.
Lágrimas y sangre… la palabra convertida en río, a pesar de Apolo y las musas. Un memento mori que deberíamos tener presente a menudo. No fue la osadía de retar al dios olímpico de las bellas artes con el instrumento musical fabricado por la diosa olímpica de la sabiduría y la guerra —lo cual no era poca cosa— lo que desencadenó la tragedia. Se trató de su audacia al atreverse a razonar y hablar recta y honestamente ante el poder omnímodo. Marsias no guardó silencio. Ejecutó virtuosamente la flauta de Atenea y argumentó impecablemente cuando debió defenderse del evidente ventajismo apolíneo. No olvidemos que las musas pertenecían al séquito divino de Apolo, y también eran sus amantes. Tampoco dejemos pasar por alto que, según algunas versiones, Marsias era hermano de Orfeo.
Marsias pudo no retar a Apolo, pero lo hizo. Decir que apenas fue hybris me parece una mirada muy restringida del asunto. ¿Y si Marsias no apeló a la soberbia, sino a su libertad? Eso, precisamente, es la parresía. A veces un hombre libre de espíritu puede parecer arrogante, especialmente a los sumisos y a los tiranos. Los espíritus libres se caracterizan por no temer el poder absoluto, pues solo reconocen uno como tal: el ser libre. La histeria de Apolo arrancando las cuerdas a su cítara no pareciera el comportamiento de un vencedor, sino de quien se sabe condenado al silencio más ominoso: el de los cobardes que se ceban en su poderío. La palabra pertenece únicamente a quienes hacen uso de ella portando el estandarte de la independencia de criterio. Lo demás es burda farándula de muladar.
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