¿Será posible que en este momento el señor Lula da Silva esté reflexionando, aunque sea un poquito, acerca de lo impropio e inconveniente que tal vez ha resultado ser su “excepcional” asociación política con el vecino caribeño?
Uno también se pregunta si el obstinado automatismo típico de las gentes de izquierda – ese que les permite voltear a un lado y justificar cualquier cosa que haga alguno de sus pares ideológicos, no importando lo atroz que sea – le podrá seguir sirviendo de parámetro al extraviado presidente de Brasil en sus relaciones con el régimen madurista.
A juzgar por las movidas de este primer año de su nuevo mandato, sigue siendo claro para muchos entendidos que ese corazoncito de Lula, que le recuerda a cada instante sus desventuras como precursor del Foro de Sao Paulo y su sagrada filiación al Grupo de Puebla, seguirá manteniéndose como faro y guía de sus próximos despropósitos.
Lula no perdió tiempo alguno, y apenas asumió el poder el 1º de enero de este año, ya había encomendado a su ministro de Relaciones Exteriores, Mauro Vieira, el expedito restablecimiento de las relaciones políticas y diplomáticas Caracas-Brasilia, que habían sido suspendidas por el expresidente Jair Bolsonaro.
Pero, eso sólo sería un abrebocas. A finales de mayo, en el marco de la cumbre para revivir el muerto de Unasur, Lula da Silva recibió, prácticamente con honores de Estado, la visita de Nicolás Maduro. Sin rubor alguno, y ante el asombro de propios y extraños, Lula dijo, muy conchudo él: “Compañero Maduro, usted sabe la narrativa que se construyó contra Venezuela: la de la antidemocracia, del autoritarismo. Cabe a Venezuela mostrar su narrativa, y que vuelva a ser un país soberano, donde sólo su pueblo, a través de la votación libre diga quién debe gobernar. Y entonces nuestros adversarios van a tener que pedir disculpas por el estrago que han hecho”.
En medio de las obvias críticas a este exabrupto, nunca quedó claro el sentido real de las palabras de Lula al expresar su deseo de que Venezuela vuelva a ser un país soberano en el que el pueblo, con su voto, sea el dueño de su propio destino.
Pero, por si esto generaba algunas dudas y ambigüedades, el presidente de Brasil no dejó de pasar la oportunidad para vender la especie de que esa reunión cumbre de Unasur representaba el regreso de Maduro al plano regional, cuyo encuentro con los demás líderes significaría la vuelta a la integración de América del Sur. Así, la operación blanqueo se ponía en marcha, y Lula se constituía en uno de los principales patrocinadores de la impunidad de un régimen investigado en la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad.
Lula ante la disputa por el Esequibo
Ahora mismo, el contencioso entre Venezuela y Guyana por el territorio del Esequibo y su muy jugosa proyección de derechos marítimos, le impone a Lula da Silva retos adicionales en su indigna empresa de lavar el rostro al régimen de Nicolás Maduro. En función de esta alianza con su homólogo venezolano y, por supuesto, atendiendo a sus propios intereses nacionales, los malabarismos de Lula no se hicieron esperar.
Uno de los estímulos mayores recibidos por el señor Lula tuvieron su origen en el sector defensa de su país, con algunos voceros aconsejando una mayor dureza en el lenguaje diplomático dirigido a Miraflores, acompañado de decisiones efectistas que implicasen el despliegue expedito de contingentes militares en puntos territoriales claves donde coinciden las fronteras entre los tres países.
Las preocupaciones del sector militar de Brasil se justifican por el eco que ha tenido el plan de acción anunciado por Maduro, luego del fracaso del referéndum consultivo del 3 de diciembre, que incluye, entre otras medidas: la creación de una autoridad única de la zona en reclamación, ya susceptible de anexión según el gobierno de facto, atendiendo a “los resultados de la consulta”, y con sede en la población de Tumeremo; el otorgamiento de licencias para la explotación petrolera y despliegues militares en las zonas fronterizas cercanas al área en reclamación.
A Brasil se le presenta en sus narices un escenario prebélico, aunque muchos analistas coincidan en la baja probabilidad de un enfrentamiento armado. Previendo cualquier eventualidad, el gobierno de Irfaan Ali dio a conocer las maniobras militares conjuntas con componentes del Comando Sur de Estados Unidos, en el territorio en reclamación, un día después de que el secretario de Estado, Antony Blinken, ratificara el apoyo irrestricto de su país a la integridad territorial y soberanía de Guyana.
Estamos hablando de preocupaciones adicionales para la seguridad de Brasil que inflaman aun más la vena antiimperialista de Lula da Silva, y le hace temer la posibilidad de que, como bien dijera su asesor estratégico de política exterior, Celso Amorim, “se siente un precedente para la presencia de bases y tropas extranjeras en la región”.
La presunción de Amorim no sólo se refiere al establecimiento de bases militares estadounidenses en territorio guyanés, sino por igual a una de las preocupaciones manifestadas por el propio gobierno de Joe Biden respecto al papel que pueda jugar Vladimir Putin en la escalada del conflicto. Hay que recordar que está en agenda la próxima visita de Nicolás Maduro al Kremlin este mismo mes de diciembre, oportunidad que no desperdiciará el régimen para consultar su estrategia inmediata respecto a la contingencia actual. El aumento de las tensiones en este sector geográfico y estratégico de Suramérica, por sus obvios recursos materiales, representa en potencia un escenario más de la guerra geopolítica que hoy día tiene lugar en el planeta.
Lula, como es lógico pensar, no las tiene todas consigo. En un intento por evitar que el tren llegue a descarrilarse, ha estado muy activo diplomáticamente con el fin de aplacar las ínfulas y prepotencia de su “apreciado vecino”.
En una llamada sostenida el pasado sábado 9 de diciembre, Lula le transmitió a su colega venezolano la preocupación manifestada, dos días antes, por los presidentes participantes en la cumbre del Mercosur, debido a “la creciente tensión generada en la disputa con Guyana por la región del Esequibo”. Durante el contacto originado en Caracas, seguramente con la anuencia de La Habana, Lula le recordó a Maduro la larga tradición de diálogo en Latinoamérica y su rasgo principal como región de paz. Tal vez lo más contundente del mensaje, a pesar de las acciones que ya Maduro había adoptado en su plan de acción, fue el exhorto dirigido a evitar a toda costa la implementación de medidas unilaterales que desemboquen en una escalada mayor de la disputa.
Y en lo que puede interpretarse como una estrategia consensuada entre Brasil, Cuba y el régimen de Maduro, los medios dieron a conocer que, producto de este contacto telefónico, tanto Nicolás Maduro como Irfaan Ali, habían aceptado una reunión cara a cara con la “mediación” del primer ministro de San Vicente y las Granadinas, Ralph Gonsalves, en su calidad de presidente pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que se realizará hoy jueves 14 de diciembre.
Nuevamente, Lula da Silva –al margen de su obligación de salvaguardar sus propios intereses nacionales– trata de emplear todas las maniobras diplomáticas posibles para velar por el pellejo de su incómodo y mal portado vecino.
El encuentro presidencial entre Maduro y Ali en San Vicente y las Granadinas, ambos con expectativas diametralmente opuestas, tendrá como único resultado el establecimiento de una pequeña tregua, cuya continuación se perfila ciertamente frágil, por lo que se espera sea la permanente estrategia de choque del gobierno de facto venezolano con fines estrictamente electorales.
Es posible que Maduro se haya apuntado un triunfo relativo al lograr imprimirle un toque multilateral y regional al contencioso con su vecino oriental, pero no hay duda de que enfrente seguirá teniendo a un hueso duro de roer, que no aceptará ningún medio de solución pacífica distinto al ya escogido por el secretario general de las Naciones Unidas.
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