Como quizá nunca antes, vivimos ahora una época marcada por el final de las hegemonías absolutas y el predominio de la multipolaridad.
Los fenómenos calificados por los analistas como señales del agotamiento de Europa o las fisuras y sombras del poder norteamericano coinciden con la presencia de nuevas fuerzas, nuevos polos de poder, nuevos compromisos y nuevas alineaciones. Es el caso de los BRICS, que sostendrán su reunión anual a fines de octubre en la ciudad rusa de Kazán. Para Putin será, sin duda, el escenario de su gloria; para la organización, la oportunidad para afirmar su condición de fuerza importante en el mundo global, en la multipolaridad.
Las dimensiones del BRICS hablan de su importancia. Según un reciente artículo de Reuters, sus actuales miembros representan el 35,6 % del PIB mundial en términos de paridad de poder adquisitivo (más que el 30,3 % del G-7) y el 45 %por ciento de la población mundial (menos del 10% el G-7) y tiene previsto incorporar en los próximos años a más de 40 países que ya han expresado el interés de hacerlo.
La “batalla por los BRICS”, a la que alude el título del artículo mencionado, pone de relieve la importancia de la agrupación, pero muy especialmente las diferencias internas entre sus integrantes, básicamente los desacuerdos entre el núcleo conformado por China, Rusia e Irán y el integrado por Brasil y la India, los primeros interesados en posicionar a la agrupación contra Occidente y el orden global creado por Estados Unidos, y los segundos en usar a los BRICS “para democratizar y alentar la reforma del orden existente, ayudando a guiar al mundo desde la unipolaridad hacia una multipolaridad más genuina” En opinión de la mayoría de los países del grupo, el mundo está pasando de la unipolaridad liderada por Estados Unidos a la multipolaridad, con una geopolítica definida por la competencia entre varios centros de poder.
Esta posición debería influir en los responsables políticos occidentales que, a menudo, pasan por alto este acuerdo básico entre varios integrantes de los BRICS y el papel que han desempeñado para mantener comprometidos con él a todos los miembros de la agrupación. Está claro, para los analistas, que esta perspectiva que anima a la cooperación más que a la beligerancia, es compartida por gran parte del mundo en desarrollo que espera una mayor multipolaridad en el orden global. La dinámica dentro de los BRICS subraya la necesidad de tomar en serio esta posición y las razones de la desconfianza y la insatisfacción subyacente en muchos países con el orden actual.
No hay duda de que los países occidentales pueden hacer más para ampliar los espacios de oportunidades y de diálogo para las potencias medias y para garantizar que los BRICS no se conviertan en un bloque antioccidental. Algunos críticos desestiman al grupo como un conjunto heterogéneo, atrapado en sus diferencias, de futuro corto. Hay quienes lo ven, como una amenaza directa al orden global. Otros, como una realidad con la que se debe contar. Unos y otros harían bien en valorar lo que representa como agrupación política que refleja justificadas aspiraciones de crecimiento y propuestas alternativas para democratizar el orden global, aspiraciones y propuestas que no pueden ser desestimadas.
Como recuerdan los autores del artículo, “los países ricos pueden resolver mejor los problemas de los países más pobres, entre otras cosas compartiendo tecnología y ayudando a la transición tecnológica”. En lugar de lamentar el surgimiento de los BRICS, la política de Occidente debería orientarse a alentar los esfuerzos de los miembros que tienen interés en asegurarse de que no se convierta en un grupo abiertamente antioccidental y cuya intención sea básicamente la de socavar el orden global.
Venezuela ha manifestado su aspiración de integrarse a los BRICS. Piensa en lo que puede aportar y en lo que puede esperar. La decisión, en cualquier caso, supone poner en primera línea las capacidades y los intereses del país. En ningún caso los intereses políticos ni las simples afinidades ideológicas.
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