La mayoría de las veces nos movemos sobre los rieles de una lógica lineal; con algo de suerte, quizás haya un poco de lógica en doble vía y hasta lateral; pero se echa de menos más lógica poliédrica. Desarrollar la capacidad de ver el mundo en múltiples y simultáneos sentidos sería un antídoto contra muchos conflictos. Se escucha con demasiada frecuencia lo de «ponerse en la perspectiva del otro», pero sería más interesante «ponerse en la perspectiva de los otros», del conjunto de personas involucradas en un evento.

Lograrlo resulta difícil porque a menudo están involucrados los sentimientos y las emociones, de modo tal que inmediatamente emitimos un juicio —paradójicamente, sin elementos de juicio suficientes— guiados por primeras y superficiales impresiones; convendría, por tanto y a la manera husserliana, hacer epojé y parentetizar el mundo, es decir, suspender el juicio y colocar temporalmente una parcela de la realidad entre paréntesis para solo contemplarla… hasta que restituyamos la capacidad de raciocinio.

La consecuencia de tal práctica sería que nos habríamos dado el permiso de mirar poliédricamente la realidad, una realidad que a menudo es más una ilusión óptica que un dogma de ciencia. Si vamos en sentido opuesto y procuramos observar el mundo desde múltiples miradores de la razón, si desarrollamos tal capacidad, repito, muchos conflictos ni siquiera alcanzarían a surgir, y menos a escalarse.

Claro, no todo tiene que ver con hábitos inveterados y marcas culturales; la lengua en uso hace lo suyo, así que el efecto contextual nos suele llevar a la interpretación más relevante de un signo; sin embargo, sabemos de profesiones en las que los especialistas deben aprender a suspender este tipo de lecturas para hacer otras más concienzudas, generalmente debatidas con sus pares.

En este punto gana mucho la intersubjetividad. Reconocer con Fichte que el yo es generador de racionalidad y, en consecuencia, de subjetividad supone entender que un yo más plural no se alcanza encerrado entre las cuatro paredes del egotismo; en la medida en que el yo se abre al otro, la propia subjetividad entra en diálogo con la subjetividad ajena, y las cosas —con los ajustes acertados — pueden cambiar hasta ser sensiblemente diferentes de cómo las veíamos. Ciertamente la empatía necesita comenzar en este punto para que sea auténtica, pues —lo sabemos— hay demasiada empatía impostada en el mundo.

Un buen ejercicio de lógica poliédrica consiste en plantearnos la doble vía de la realidad: ¿qué pasaría si esto fuera en un sentido y en el contrario? Hay realidades que no aceptan el doble canal, ciertamente, pero se trata de un simple ejercicio que revela mucho más de lo que parece, pues se suele aplicar a todo la misma receta lógica… y no todo es susceptible de ser mirado bajo una lógica única y unánime.

A menudo son los pequeños detalles los que tienen mayor significado y los que más hacen sufrir, especialmente cuando no se los mira poliédricamente. Preguntarse en determinadas situaciones por todas las acciones posibles puede aliviar en mucho el alma. Hace poco alguien me decía, con angustia, que debía hacer algo en un plazo perentorio, pero mi respuesta fue una pregunta chocante: ¿y si no lo haces?; lo que siguió fue una metralla de justificaciones, así que repetí la pregunta; al cabo, quedó claro que no había un plazo perentorio, al menos no en la realidad: todo estaba en la atormentada subjetividad de una persona ansiosa.

Preguntarse de cuántos modos se puede hacer algo nos previene contra los radicalismos, las recetas, los paradigmas fosilizados y toda una colección de rigores patológicos; la rigidez mental está detrás de mucha de la infelicidad que hay en el mundo. La lógica poliédrica supone desdoblar cada línea de espacio y tiempo hasta tener una perspectiva múltiple… un yo más plural.


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