El silencio es una contingencia polisémica. Antes de morir, Hamlet diría: «The rest is silence» (‘lo demás es silencio’). ¿La muerte y la locura no tienen texto posible? ¿Son afasia textual? Nos enfrentamos con solvencia intelectual a las palabras, pero el mutismo entraña el desafío de su enigma. Heidegger entendía el silencio como la máxima posibilidad expresiva de la palabra, una presencia plural.
Logos y silencio son ontológicamente complementarios y equiparables entre sí. Uno es la alteridad del otro, y ninguno se realiza por sí mismo. Steiner diría en Lenguaje y silencio que «si el silencio hubiera de retornar a una civilización destruida, sería un silencio doble, clamoroso y desesperado por el recuerdo de la palabra». Hoy podríamos parafrasearlo diciendo que si la palabra llegara a una civilización sobremoderna, sería una palabra desesperada por el recuerdo del silencio.
La ausencia de discurso es una posibilidad semántica ilimitada. Mientras es posible dar con la palabra precisa, el silencio acertado es casi irrealizable, y a su vez solo cobra sentido desde el logos. Así pues, ¿cuál sería la razón de ser del mutismo de Jesús ante Pilato? ¿Tal vez el del final del Tractatus Logico Philosophicus, de Wittgenstein?: «De lo que no se puede hablar, es mejor callarse». Si los dilemas filosóficos son —según entendía Wittgenstein— problemas de lenguaje, el silencio que concurre en ellos es aún más problemático.
El mundo es una construcción lingüística. Su límite se encuentra demarcado por el lindero del logos. Los textos del silencio, no obstante, difuminan sus confines en una antimateria textual. Más allá de la palabra está el logos del silencio, una nada discursiva poblada de múltiples sentidos. La sentencia final de Hamlet no habla de la simple ausencia de palabras tras la muerte, sino de la equivocidad del silencio indiciario.
Gastamos nuestras vidas en nombrar y decir. Los mayores honores son causados por quienes acertaron eligiendo las etiquetas semánticas. Nuestros héroes son aquellos que mejor mojonan los límites del lenguaje y del mundo. Ruido… solo eso. Haría falta tanto o más silencio para que tal verborrea adquiriese un mínimo sentido. Vivimos el infortunio de ver morir las palabras antes que sus decidores. Únicamente los callados saben que Eurídice estará siempre a un paso de hallar la luz…
La expresión más citada de Wittgenstein es una tragedia: «Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo». Dejando de lado el problema que supone la multiplicidad de mundos y lenguajes y la babel de los innumerables diálogos/monólogos fronterizos, el auténtico límite de mi mundo es el silencio y su factibilidad polisémica. El silencio es el aura polifónica de la palabra.
Verbo y silencio se transustancian en lo tácito, un silencio fecundo en el que lo no dicho de lo dicho se carga de infinitas resonancias. El mundo no se extiende hasta los confines del logos, sino que alcanza el vaporoso término del silencio indiciario, oblicuo, metafórico. Hay, por consiguiente, un lenguaje posible en el silencio en cuanto que símbolo, la poiesis de lo tácito. En tal sentido, la muerte es la más ambiciosa metáfora cuyo enigma es indescifrable a priori.
La literatura puede entenderse, por tanto, como un esfuerzo por domesticar la muerte. Un vano esfuerzo. Solo la retórica del silencio podría. La oblicuidad verbal apenas puede dar cuenta de una mirada estética del mundo. Es su frontera más exquisita. Pero más allá de esta yace la sintaxis de lo no dicho, que es en sí una poética. La literatura es, en definitiva, un anhelo de lo tácito, una máscara tras la cual se cruza al otro lado del lenguaje, un viaje al silencio.
Se trata de un viaje signado por los textos del silencio. Callar y sospechar la otredad del lenguaje, interpelar la máscara, hallar el fulgor polifónico que las palabras son incapaces de dar. La presencia está bajo el amparo de la ausencia, una presencia plural e invocada que obliga a intuir la distancia entre la muerte y el morir. Es entonces cuando comprendemos que no es el verbo quien nos revela el mundo, sino lo tácito. Lo demás es silencio.