Poder argumental
Este es el tercer eje del liderazgo comunicante y el más importante. Antes de decir por qué, expliquemos un aspecto previo. Aristóteles, uno de los grandes filósofos griegos de la Antigüedad, estableció tres valores esenciales a la oratoria: ethos, pathos y logos.
El ethos es la autoridad ética del orador. Viene de su prestigio, de su honor, podría decirse. Todos hemos dicho alguna vez: «Si lo dice Fulano, es verdad». En ese momento hemos reconocido el ethos de esa persona al enunciar determinada afirmación. Su importancia radica en que hace creíble lo que el orador dice, y eso es crucial para ser un buen comunicador.
El pathos ya lo hemos mencionado a propósito del relieve elocutivo. Es la emoción que el orador lleva dentro y con la cual conecta a la hora de hablar. Si lo logra, debe traducirla en el relieve emotivo del discurso, con el fin de hacer que la audiencia sintonice con dicha emoción reproduciéndola. Es difícil y fascinante a la vez: recrear una emoción propia en quienes nos oyen. Esto también es parte de la empatía.
Todo cuanto nos comuniquen puede pasar desapercibido si carece de pathos. Este es la clave de que comencemos a prestar atención. Es más: la memoria tiene una base emocional porque recordamos por más tiempo aquellos contenidos asociados a una emoción, con lo cual ya podemos entender la importancia del pathos. Podemos tener una técnica oratoria precisa, pero si no hay emoción en lo que decimos, será como si nunca hubiésemos hablado…
Soy un melómano empedernido, así que hace unos días escuchaba versiones de «The Sound of Silence», una balada de folk rock compuesta por Paul Simon en 1964, y comencé con la legendaria interpretación de su propio autor en compañía de Arthur Garfunkel. Cuando me decidí a buscar versiones en metal, me topé con una rareza: una soprano. Al principio creí que estaba a punto de asistir a una revelación, pero… era pura técnica sin alma. No había emoción. La escuché hasta el final por cortesía, pero no movió nada en mi interior.
Después escuché la impresionante interpretación de Disturbed (la banda estadounidense de heavy metal liderada por David Draiman), grabada en 2015, y fue sorprendente escucharla mientras miraba el video clip oficial de la pieza. La interpretación musical y el acompañamiento visual están inteligentemente orientados a despertar en el receptor un poderoso pathos. En mi caso, me movió interiormente tanto que concebí un nuevo proyecto de creación literaria. Ese es el poder del pathos: hacer posible la vida.
Si han leído con atención, habrán notado que destaqué en dos oportunidades el verbo movió. Pues bien, esa es la función del pathos: movernos, ponernos en acción hacia determinada dirección y destino. La palabra carece de sentido si no produce movimiento y vida. No olvidemos que en la antigua cultura hebrea hablar y actuar eran lo mismo: palabra-acción. La emoción es la base de la persuasión, y la persuasión se traduce en una decisión de dirigirse hacia donde el orador nos sugiere hacerlo, por medio de un acto de voluntad.
Por último, está el logos. Este constituye la razón de ser (sentido) del discurso y las razones argumentales del mismo. Así como el pathos es la base de la persuasión, el logos es la base de la convicción, es decir, la capacidad de afiliarse a una tesis o idea. El pathos nos mueve; el logos nos fideliza. El primero opera en el corto plazo; el segundo, en el largo plazo. Cuando la emoción se extingue y pudiera parecer que ya no seguiremos por el impulso que nos dio el orador, la razón nos da argumentos de por qué seguir. Ambos, combinados, son la esencia de los más grandes discursos de la humanidad.
Ahora bien ¿y el poder argumental? Es la esencia del logos. Hace veinticinco siglos surgió, también en Grecia, una disciplina extraordinaria: la retórica, que sobrevivió evolucionando de diversas maneras hasta finales del siglo XIX. Luego, a mediados del siglo XX, resurgió. Hoy, algunos nos hemos empeñado en elevarla nuevamente a la categoría de saber académico impartido en las universidades. Pero ¿cuál es su importancia? Pues bien, es la responsable de los más grandes movimientos de masas a lo largo de la historia, tanto para bien como para mal.
La retórica nos enseña cómo ordenar y administrar los recursos argumentales del discurso para potenciar al máximo la capacidad persuasiva de aquel. Un error en esto puede hacer la diferencia entre un desastre y la gloria eterna. Si digo Martin Luther King Jr., la gente pensará en I Have a Dream, aunque jamás hayan leído el discurso que cambió la historia de los derechos civiles en Estados Unidos.
El líder comunicante
Hay una corriente empeñada en desacreditar la palabra líder diciendo, por ejemplo, que en alemán se traduce Führer. Siempre me digo que este argumento es tan débil que si Hitler no hubiese existido, carecería de fuerza y sentido… Ni la palabra Führer representa exclusivamente a Adolf Hitler ni Hitler representa absolutamente al pueblo alemán y su idiosincrasia. Incluso, hay otras palabras en alemán con el significado de ‘líder’, por ejemplo, en música: der Leiter der Band (‘el líder de la banda’). Leiter es una hermosa palabra alemana porque también significa ‘escalera’: el líder como escalera a la excelencia…
Esta imagen de la escalera me gusta porque supone dos cosas: la vocación de servicio que debe haber en todo líder, el ofrecerse como soporte del tránsito desde un punto inicial hasta otro más alto: el del logro. En alemán, Leiter alude más exactamente a una escalera con pasamanos, es decir, a la seguridad en dicho tránsito hacia nuestra propia superación. Este es el segundo aspecto, pues un verdadero líder tiene que ofrecer seguridad a quienes guía, la seguridad de su inquebrantable compromiso. Una escalera cuyo pasamanos desaparece en el punto más riesgoso de su ascenso es muy peligrosa…
Un líder es alguien que dirige y codirige, que contagia a otros de un sueño propio y moviliza una poderosa energía social, sea en el modesto ámbito laboral de una microempresa o en la Jefatura de Estado, al punto de que los otros comienzan a tomar sus propias decisiones, en sintonía con un flujo de acciones que tiene una visión común.
Pero ¿cuál es la diferencia entre un líder convencional y el líder comunicante? El líder comunicante hace que lo soñado y planificado, el proyecto, sea posible construyendo una comunidad de discurso en la que la palabra engendre vida y la vida engendre más vida, incluso cuando el líder ya no esté, incluso más allá de las fronteras del proyecto original. Cuando Gandhi, aquel lejano 7 de agosto de 1947, utilizó el término nonviolence, comenzó a construir una comunidad de discurso que ha generado múltiples expresiones políticas de resistencia civil, incluso desligadas de sus postulados religiosos. Esto es el líder comunicante: un generador de vida por medio de la palabra.
¿Líder comunicante, comunicativo o comunicacional? Esta es una pregunta que con frecuencia me hacen… El matiz diferenciador entre comunicativo, comunicacional y comunicante es mínimo, pero suficiente como para separar en su similitud el ocaso del amanecer. Si buscamos otras palabras en las que opere la misma analogía, quizás lo veamos más claro, por ejemplo, entre emocional y emocionante. ¿Se nota que hay diferencia?
Los términos comunicacional y comunicativo significan los mismo: ‘relativo a la comunicación’; la palabra comunicante tiene un significado más activo, más enérgico y efectivo: ‘que comunica’. Así que vamos a poner las cosas en blanco y negro para que se entiendan mejor: todo acto comunicante es comunicacional, pero no todo acto comunicacional es comunicante. En lo comunicante hay una acción efectiva. Si alguien me pregunta algo, por ejemplo, y respondo Ich weiß nicht, es muy probable que perciba mi acto comunicacional, pero no se comunique conmigo si no habla alemán; pero si le respondo no sé, entonces me entenderá (salvo que no hable español) y el acto comunicacional será también comunicante.
Por consiguiente, el liderazgo comunicante es un liderazgo que comunicacionalmente aspira a ser siempre efectivo. Podría decirse que no hay liderazgo comunicante fallido…