En el mundo coexisten tres esquemas de organización económica. Uno, la economía de mercado, llamada comúnmente capitalismo. Otro, el colectivismo o economía planificada y centralizada, cuyo origen está en el marxismo-leninismo. Y, en tercer término, la llamada economía mixta, que pretende ser una síntesis de elementos de los otros dos sistemas.
Sin embargo, se argumenta que en realidad sólo existen los dos sistemas nombrados de primero, por ende, la tercera opción es una variante de las otras dos. Unos afirman que no es más que una cierta forma de economía de mercado, mientras que otros piensan que es una variedad de colectivismo atenuado.
La economía mixta es una vía distinta, aun cuando está evolucionando hacia el esquema colectivista; pero hay que decir que no existe un sistema económico completamente puro, en ambos casos coexisten mezclas, aproximaciones, son en mayor o en menor grado economías mixtas.
En el caso de Venezuela, es evidente que el sistema que rige la organización económica es mixto; a la vista está el gigantismo del Estado, el creciente gasto fiscal, la burocracia, la ineficiencia, los déficits de las empresas estatales, así como la intervención gubernamental de los derechos de propiedad que limita el acceso a los mercados.
Al mismo tiempo, estas deficiencias van mermando la libertad individual. Durante siglos, los pueblos han luchado por obtener una independencia integral y el desarrollo de un sistema de economía de mercado, ha fomentado esta causa tan deseada por el hombre, que no es otra que ser libre.
Ante ello, el sistema de mercado ha demostrado a la humanidad que vivir con bienestar y al mismo tiempo con libertad, nunca ha soportado los límites establecidos por la sociedad, y más aún de un Estado regulador de las actividades de los ciudadanos.
Sin embargo, nadie escapa de la inflación, ya que, a pesar de contar con un sistema monetario estable, siempre hay elementos foráneos e internos que presionan sobre la economía. Entonces, para poder hablar de inflación, vamos a recordar un cuento narrado muchas veces por nuestros padres, o simplemente por nuestras vivencias pasadas.
En los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado, un trabajador que ganaba 1.000 bolívares mensuales, podía montarse en un autobús 2.000 veces, ya que el pasaje costaba 0,50 céntimos o, mejor dicho, un realito.
Hoy en 2022, un trabajador gana alrededor de 180 bolívares, más 14 ceros, es decir, 18.000.000.000.000.000, y el pasaje de autobús cuesta 1 dólar, es decir, 5,5 bolívares, más 14 ceros, es decir, 5.500.000.000.000.000, pero se puede montar en un autobús solo 32 veces, con el pasaje costando 5,5 bolívares, esta es la inflación.
Pero más importante que nombrar la enfermedad hay que resaltar su causa, y la más inmediata de la inflación es siempre y en todas partes la misma: un incremento vertiginoso de la cantidad de dinero en circulación con respecto a la producción.
Para apoyar esta tesis, sobran las pruebas históricas tomadas en diversas épocas y países. Jamás ha habido un período inflacionario prolongado y continuo que no haya sido acompañado de un crecimiento del dinero circulante mayor al de la producción, provocando la aparición de los correspondientes fenómenos inflacionarios.
Hay que reiterar que la inflación no es un fenómeno capitalista ni comunista, sino el efecto de usar desconsideradamente la máquina de imprimir billetes, lo que provoca que ese dinero valga muy poco, porque no está acorde a la producción.
Decir que la inflación es producto de estampar papel moneda es sólo el principio para entender el problema; hay que preguntarse, ¿por qué se toma una decisión así?, y al ser tomada, ¿por qué se procede a una impresión desaforada del dinero?
Un ejemplo muy real, en Venezuela la única fuente de emisión de circulante es el Estado, a través del Banco Central de Venezuela. El cual, de acuerdo con lo que poseen sus arcas, emite 35% de billetes para distribuirlos en la sociedad. Esto provoca una gran cantidad de dinero en la calle, que no está respaldada por una producción cónsona de bienes y servicios de consumo.
Ese dinero circulante que no tiene respaldo es llamado dinero inorgánico. Esto comienza a afectar los precios, porque hay una relación directa entre la cantidad de bolívares que circulan y la producción de esos bienes.
Naturalmente el Estado como medida para contrarrestar la inflación comienza a controlar los precios, los salarios y las divisas. Sin embargo, siempre se ha experimentado con esto, y jamás se ha obtenido un resultado positivo. Durante un tiempo, el alza de precios queda estancada, pero luego de un año o dos, la inflación aflora de la nada. Hay que tener presente que quien toma las decisiones es un político, lo que quiere decir que para él lo más importante es obtener soluciones a corto plazo; pues sólo le preocupa mantener su nivel de popularidad.
Cuando los políticos tomen conciencia que generar inflación no es la manera más idónea para mantenerse con gran nivel de aceptación en las encuestas, entonces el gobierno se limitará a sus funciones fundamentales, que es estructurar una sociedad donde el ciudadano en vez de hallarse sometido a la arbitrariedad del aparato estatal, domine su vida y su destino.
De lo narrado anteriormente, los más afectados por el encarecimiento de los precios y la devaluación de la moneda es la clase trabajadora, sean formales o informales. Estos obreros, operarios, jornaleros, artesanos y campesinos, acostumbran al casi vivir diario a pesar de las fluctuaciones de los precios de los artículos de primera necesidad y de las regulaciones actuales, hacen milagros para poder depositar los quince y los últimos algunos “realitos” para poder enfrentar aquellos años de vejez, que le impedirían desempeñar alguna actividad remunerativa.
El ahorro se convirtió en las clases más golpeadas de la sociedad en uno de los elementos esenciales para el progreso y, además, era una forma de asegurar el futuro. Esta es como una ley, si las personas tienen confianza en el futuro y en la estabilidad monetaria de su país, los niveles de captación de dinero por parte de los bancos son mayor; pero si en una nación reina la incertidumbre y la improvisación por parte del Estado en el manejo de la economía, aunado a una galopante inflación, los niveles de ahorro son menores.
Ahora bien, una de las maneras que tiene la mayor parte del pueblo venezolano de ahorrar es a través del dinero, pero cuando la moneda pierde su valor implica que el trabajo representado en sus ahorros es tomado por el gobierno sin que nos demos cuenta.
Esto ha definido a la inflación, en términos técnicos-económicos, como un proceso de ahorro forzado, aunque en el lenguaje judicial y común sea un robo, pues el Estado dispone de parte de nuestro dinero sin nuestro consentimiento, ya que usa esa plata para dárselo a los pobres, para financiar empresas de resultado incierto o en beneficio personal de los miembros de nuestro enrevesado sistema burocrático.
Pero cuando la inflación crece de una manera galopante, la mayor parte de los trabajadores prefieren gastar que ahorrar; tratan de utilizar ese dinero en la compra de inmuebles o en la adquisición de automóviles, ya que estos bienes no son afectados por la inflación, más bien van a la par de la subida del costo del nivel de vida.
Regularmente cuando las tasas de interés que pagan los bancos a los ahorristas son menores que las tasas de incremento del índice de precios, comienza así la disminución del ahorro.
Por ejemplo, si una institución bancaria paga 15% de interés sobre un depósito a un año, pero en el transcurso del mismo año los precios de los artículos de consumo sufren un alza de 30%, quiere decir que lo que se perciba al finalizar el plazo del depósito, o sea, la cantidad de dinero depositado más 15%, será en realidad menor a lo que se deposite, porque valdrá 30% menos.
Es decir, si deposita 100 bolívares a un interés anual de 15%, al terminar el año le darán 115 bolívares; pero la inflación de ese año aumentó 30%. En realidad esos 115 equivalen a 82 bolívares de los que depositó; ahora puede comprar menos con los 115 que recibió que con los 100 que depositó. En pocas palabras, ahorrar es un mal negocio en tiempos inflacionarios.
Pero en vista de que no hay mejores alternativas para esa gran mayoría de la población, que no tiene suficiente dinero para adquirir un auto o un inmueble, se resignan en depositar sus “churupitos” en un banco a tenerlos guardado bajo el colchón, donde la pérdida de su valor será mayor.
Los períodos inflacionarios causan una disminución y en última instancia, una destrucción del ahorro. El dinero deja de ser ese instrumento para atesorar, porque su estabilidad es incierta, debido a los vaivenes de un sistema económico que no presta ninguna garantía a la mayor parte de esa población trabajadora, que depende de ese sobrante que le queda para poder guardarlo y así asegurar su futuro.
Concluyendo, inflación, devaluación, escasez, control de precios, control cambiario, son ingredientes de una receta que lleva inexorablemente al fracaso y ataca directamente los preceptos de libertad que todo hombre y mujer necesita para ser libre, porque solo a través del libre albedrío, se podrá construir una mejor calidad de vida.
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