OPINIÓN

Las gamberradas literarias de aquel Madrid

por Jerónimo Alayón Jerónimo Alayón

Las gamberradas literarias han sido propias de todos los tiempos, lugares y clases sociales. Nunca han faltado las refriegas y pugilatos si de honrar las posturas se trata.El Madrid de finales del siglo XIXy principios del XX fue testigo de feroces encuentros entre literatos… ¿Dónde sino en los cafés? Allí discurría nada plácida la bohemia de aquellaépoca. Valle-Inclán —connotado provocador en su día— llegaría a decir dela cafetería de Levante, por ejemplo, que «ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte modernos que dos o tres universidades y academias». Así iban las cosas por entonces, cuando ir al café no era lo de hoy.

De Valle-Inclán ya daremos cuenta en un rato de la famosa refriega con Manuel Bueno que terminó costándole la amputación de su brazo izquierdo, pero no todo era trompadas y empellones, que Valle también sabía pegar duro con el verbo. Una vez llamó «pedazo de bruto» a un contertulio, y como este le exigiera que retirara sus palabras, el dramaturgo gallego accedió de buena gana diciendo: «Está bien. Retiro lo de “pedazo”».

En otra tertulia de café estaba reunido Valle con sus camaradas cuando alguien soltó al voleo que Vicente Blasco Ibáñez había muerto. El gallego, que no las tenía todas con el escritor valenciano, entró en buena liza soltando aquello de «ese Blasco ya no sabe qué hacer para llamar la atención», con lo cual se armó la de Troya en la prensa levantina que tanto admiraba y defendía al autor de La barraca.

Eso sí… seguramente ninguna camorra superará en truculencia a la protagonizada por Valle-Inclán y Manuel Bueno. Mediaba el año de 1899. Valle y Bueno discutían en el café La Montaña acerca de la ilegalidad de un duelo que librarían dos amigos en común cuando el escritor vasco asestó un golpe de bastón sobre la muñeca izquierda del gallego, claro está, luego de que este lo amenazara con una botella. Como consecuencia del leñazo, el gemelo del puño de la camisa se incrustó en las carnes de Valle-Inclán.

Al principio pareció cosa de poca monta, pero con el pasar de los días la herida se infectó y hubo necesidad de amputarle el brazo, ocasión que el autor pontevedrés no desperdició para narrar su propia desgracia con el mayor tono melodramático del que era capaz.

Así pues, no dudó en decir que él mismo había apremiado al médico para que le amputase el brazo poco más arriba del codo, y que no siendo suficiente para contener la infección, compelió a los galenos para que al día siguiente, y sin cloroformo, le cercenaran el resto hasta el hombro. En el paroxismo de su melodrama llegó a asegurar no solo que durante la carnicería nunca profirió quejido alguno, sino que se hizo cortar la barba del lado izquierdo para no perder detalle de la misma.

Nunca echó de menos el brazo perdido y siempre se jactó de no necesitarlo para hacerse el nudo de la corbata. Su manquera —no sería exagerado decirlo— es junto a la del de Lepanto de las más famosas de la literatura universal. Sobre ella corrió toda suerte de chanzas y leyendas, y a mitificar el prodigioso muñón —que tenía la rara propiedad de haber recogido el vello que antes tuviera su brazo— contribuyó, y no poco, su amigo y tocayo Ramón Gómez de la Serna.

Fue esta, quizás, y por mucho, la más famosa de las riñas de aquella canalla literaria con que la bohemia finisecular de Madrid, de cuando en cuando, solía animarsus tertulias, pero no todo empezaba en el café ni terminando el siglo. En otra célebre gamberrada figuraron los nombres de los no menos reputados de la Generación del 27.

Hacia la década de 1920 se daban cita en la Residencia de Estudiantes de Madrid varios de los jóvenes que más tarde conformarían la Generación del 27: Salvador Dalí, Luis Buñuel, Federico García Lorca, Pepín Bello, etc. Ya creciditos y frisando los treinta, en 1929, Dalí y Buñuel decidieron que había que hacer tronar la prensa madrileña y pensaron en atacar a una figura emblemática de la cultura española. Metieron en un sombrero dos o tres nombres y sacaron uno al azar: Juan Ramón Jiménez. Ni cortos ni perezosos, redactaron y enviaron esta joya al poeta andaluz y futuro Nobel de Literatura:

Nuestro distinguido amigo:

Nos creemos en el deber de decirle —sí, desinteresadamente— que su obra nos repugna profundamente, por inmoral, por histérica, por cadavérica, por arbitraria. Especialmente: ¡¡Merde!! para su Platero y yo, para su fácil y malintencionado Platero y yo, el burro menos burro, el burro más odioso con que hemos tropezado.

Y para Ud., para su funesta actuación también:

¡¡¡¡Mierda!!!!

Sinceramente:

Luis Buñuel – Salvador Dalí

Lo más estrambótico de todo es que el dúo había visitado a Jiménez el día antes, y este había sido un afectuoso anfitrión con ellos. No fue tardo el autor del asno más famoso de la literatura española, y respondió con dura elegancia:

Mis muy «surrealistas» y muy conocidos:

Estoy completamente de acuerdo con ustedes y con el tercero que se oculta con ustedes: cuanto yo he publicado hasta el día no tiene valor alguno, y me avergüenzo, lo he dicho muchas veces, de la mayor parte de mi obra escrita; y cuanto puedan ustedes decirme de ella me lo he dicho yo con mi propio léxico, aun cuando, por desdicha mía, y según dicen constantemente los críticos de ambos sexos y del otro sexo de ustedes, haya salido de ella la mejor parte de la escritura actual española e hispanoamericana en verso y prosa, lírica y crítica. Pero ustedes son, además de unos surrealistas, unos majaderos y unos cobardes. Porque al escribir en esa jerga francocatalana, ni siquiera saben ustedes ponerse a hacer en español sus más imperiosas necesidades; porque para mí «merde» no es nada; y, además, porque ustedes saben de antemano que yo no puedo contestarles en esa lengua trasera que es la palabra propia de ustedes. No iba yo a cometer la ridiculez tampoco de enviarles mis padrinos masculinos, femeninos ni «manfloritas» como les dicen a ustedes en mi Moguer. También sabrán ustedes que mis amigos se alegran mucho de su carta y juzgan que ustedes han hecho bien en expeler en ella el vivo retrato de los dos.

Gracias de este admirador de sus técnicas.

J. R. J.

Así, entre puñetazos, dimes y diretes se despachaban aquellos apasionados escritores españoles de entonces con no menos displicencia que ingenio. Eran tiempos en los que no había palabra inocente y lo que empezaba mal en el café terminaba peor en la prensa, años en los que las diferencias se zanjaban rápido y con amargo sarcasmo… quizás el mismo que un par de décadas más tarde se hizo cruel virulencia política en la que los bastonazos y golpes de agudeza verbal cedieron paso a la vanilocuencia de las balas y al silencio del exilio.

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