OPINIÓN

Las edades de la vida (1834)

por Jerónimo Alayón Jerónimo Alayón

Cierra tu ojo corporal para que puedas

ver la imagen primero con el ojo espiritual.

Caspar David Friedrich

Estamos hablando de Las edades de la vida (1834), cuadro de Caspar David Friedrich (1774-1840), quien nació en una ciudad afortunada: Greifswald (al noreste de Alemania, en la Pomerania Occidental) porque su vida gira, desde 1456, en torno a su universidad, la segunda más antigua de la Europa del Norte. Friedrich fue un pintor del romanticismo alemán, así que sus óleos representan al hombre y la naturaleza —rasgo común a casi todos los románticos—, pero su estética dota a sus pinturas de un altísimo valor simbólico.

Su historia es particularmente desafortunada. En vida, Friedrich cosechó gran reconocimiento, pero hacia el ocaso de su existencia fue olvidado y murió pobre y apoplético. A mediados del s. xix lo redescubrieron tímidamente los simbolistas, al punto de considerarlo su precursor. Luego, a principios del s. xx, los expresionistas lo ensalzaron, con lo cual su obra quedó otra vez en la perspectiva de la desgracia, pues el nazismo fijó su mirada en él. Con la caída de la esvástica, la creación pictórica de Friedrich volvió a la sombra, y no sería hasta la década de 1980 cuando la crítica, con justicia, lo rescataría como un icono de la pintura romántica alemana.

Lo que hace que la obra de Friedrich destaque por encima del panorama de sus contemporáneos es la carga de simbolismo que arroja sobre aquella. Sus cuadros, unos trescientos y tantos, suelen ser alegorías religiosas, políticas y filosóficas de su tiempo. Siempre me ha gustado decir que Friedrich fue el más filósofo de los pintores alemanes.

De entre sus obras destaca Las edades de la vida (1834), pintado poco antes de su accidente apoplético. La obra versa acerca de un tema tratado con anterioridad en la pictórica occidental: el paso del tiempo y la fugacidad de la vida. Hacia 1500, el italiano Giorgione ya había realizado el óleo Las tres edades del hombre. Luego, en 1541, el alemán Hans Baldung pintó Las tres edades y la muerte. Más tarde, en 1561, Tiziano pintaría su célebre Alegoría del tiempo gobernado por la prudencia. En Giorgione, Baldung y Tiziano, el fondo es neutro y sobre este aparecen tres personajes –un niño, un joven y un anciano–, a excepción del cuadro de Baldung, en el que aparece un cuarto personaje, alegoría de la muerte. En el de Tiziano, hay además tres animales: un perro, un león y un lobo.

Sin embargo, Friedrich dará un salto cualitativo con su óleo Las edades de la vida. Comparado con los de Giorgione, Baldung y Tiziano, la de Friedrich es una pintura de una compleja riqueza simbólica. Lo primero que destaca es el contexto, distinto de sus predecesores. En Friedrich el paisaje es fondo y contenido a un mismo tiempo. Se trata de una vista a orillas del mar, aludiendo a la simbología bíblica del mar como peligro mortal y espiritual (recuérdese a Jesús venciendo las aguas al caminar encima de estas). Sobre dicha panorámica, hay cinco veleros, ubicados a distancias diversas.

En primer plano, sobre la costa, hay algunos aperos navales. Más allá, un hombre anciano viste un largo abrigo, birrete y porta un bastón. Se adivina que es el propio Friedrich. De frente a él, un joven con sombrero de copa le indica con un gesto que se acerque, al par que apunta con el dedo a dos niñas que juegan en la arena con un banderín. Junto a estas, yace sentada una mujer que las señala tímidamente. A excepción del que hace señas, los otros cuatro personajes se hallan de espaldas al espectador. Así pues, quedan representadas las tres edades en el grupo pictórico.

Dada la inclinación de Friedrich a representar de manera realista paisajes y personajes, no sería de extrañar que el grupo pictórico fuera humanamente cercano al pintor, quizás su propia familia. Sabemos que casualmente tenía dos hijas con Christiane (Emma y Agnes), y que estas andarían rondando la misma edad que representan las niñas del cuadro para el momento en que lo pintó. También existe la posibilidad de que el joven de sombrero de copa sea una bilocación del anciano, esto es, Friedrich con menos años.

Este hombre joven, de frente al espectador del cuadro, es una rareza en la obra pictórica de Friedrich, pues los sujetos de sus óleos se hallan de espaldas, con lo cual le era posible construir el concepto de paisaje íntimo, que el propio pintor definía así: «El artista debe pintar no solo lo que ve delante de él, sino también lo que ve dentro de él». Por consiguiente, al mirar la pintura contemplamos así mismo la vista junto a quienes, dándonos su dorso, lo contemplan. En algún sentido podría decirse que, al lado de sus personajes, miramos el mundo interior de Friedrich. El sujeto que llama al anciano igualmente nos requiere… Nos mira, nos interpela, nos recuerda que somos pasajeros del tiempo.

La escena del hombre joven que llama al anciano tiene resonancias bíblicas. Recuerda a Jesús de Nazareth, a orillas del mar de Galilea, pidiendo a Simón Pedro subir a la barca y navegar lago adentro para conseguir una copiosa pesca, tras la cual lo invitaría a hacerse «pescador de hombres» (Lc 5, 4-11). En este caso, la singladura de la embarcación es la eternidad y el índice señalando a las niñas pareciera decir: «¿Estás listo para cruzar tu propio Tiberíades, para el escrutinio de tu red? Cada vez que contemplo esta pintura, soy el anciano de cara a las aguas preguntándome si me hallo preparado para entrar en la noche más luminosa… porque todos tenemos redes deshilachadas que remendar, y a veces perdemos tanto…

Según dijimos, hay cinco veleros. Cada uno representa la marcha hacia la muerte, y corresponde (y apunta) a un personaje específico del cuadro. El del anciano es el de mayor calado y está muy próximo, pero inquieta saber que el de la dama joven es el más cercano a la orilla. Ella no lo sabe, pues permanece abstraída en sus infantes. No menos lejos, se encuentra el del hombre de sombrero de copa, también demasiado cerca. Los de ambos niños están lejanos y brumosos, uno adelantado respecto del otro. Toda una alegoría del caprichoso tempo vital. Sobre esta escena, un cielo intensamente amarillo simboliza el ocaso de la vida. Lo hermoso de la pintura de Friedrich es que aborda el paso del tiempo como un viaje existencial que hacemos acompañados de quienes amamos. En esto desborda con creces la simbología de Tiziano y Baldung.

Queda un último elemento del cuadro que desconcierta. Junto al anciano hay un pequeño bote volteado al revés y un par de mástiles con sus banderillas algo raídas. Es una nave adicional, a medio armar, y está en tierra. A cada personaje le corresponde la suya en el mar, símbolo de la vitalidad que se extingue paulatinamente, con lo cual puede inferirse que la dama joven pudiera hallarse embarazada, y que aquella barquita es la del niño nonato. Este rasgo, además de acentuar el dramatismo de que el bajel más próximo se la llevará pronto, hace de Friedrich un contemplativo de la vida y sus misterios. Por ello David d’Angers diría de Friedrich que creó un nuevo género: la tragedia del paisaje.