Cruzo como a través de un sueño turbio…Todo parece doble o triplemente silencioso.
Robert Walser
A monseñor Aldo Giordano, in memoriam.
De varias conversaciones que sostuve con monseñor Giordano, recuerdo con especial cariño una en la Nunciatura. Él comenzó hablando de Nietzsche y yo terminé disertando acerca de Walser. La rememoro por su sorpresa cuando dije que la poesía era un silencio atrás del silencio, un doble silencio. Era de esperarse. Siempre se piensa que la poesía es palabra, ¡claro!, pero también es silencio, un silencio que es contorno de otro silencio, doblemente silenciosa. Estas líneas serán, para mí, un memento mori, y un homenaje al hombre de Dios, extraordinario, que conocí.
Cada vez me convenzo más de que un poeta debe ser silencioso. Al menos es lo que me va sucediendo. Acercarse a lo primigenio de la vida y del mundo —mirarlo como el primer día— nos instala en el prodigio, por tanto, en la contemplación: dejar de mirar para comenzar a admirar. Solo se cruza hacia la contemplación por el umbral del sigilo. No hay modo de penetrar en el detalle si este yace sepultado bajo el ruido. La poesía, en especial, habita el reino de lo callado. En su pequeñez, «nada pide / ni siquiera palabras», dijo Eugenio Montejo. Apenas está, y no es poco. ¡Es inmensa!
El mundo es poesía, aunque los nefastos intenten, afeándolo, convencernos de lo contrario. Hay una poesía afuera de nosotros esperando a ser contemplada… en silencio,y otra dentro que aguarda por la de fuera y desde la cual contemplamos. Ambas se intuyen y anhelan, y en su roce está el prodigioso silencio que hace posible la prima luxdevenida más tarde en palabra, el atisbo luminoso que antecede al verbo. En todo maridaje entre la belleza externa y la interna susurra por debajo del silencio un fiat lux…
Cuando a la poesía que nos habita le falta la que silenciosa reposa fuera, aquella, traducida en palabra, solo es ruidoso artificio… vano artefacto. Es el silencio quien oficia la ausencia del poeta y la consustanciación en el poema de la belleza externa y la interna. Sí, he dicho bien, el autor ha de ser un ausente ante su propio poema… no interponerse en medio de este y su destino, si acaso tuviera alguno.
Visto así, el poeta es un silencio atrás del sigilo de la poesía, tanto la externa como la interna… «doble o triplemente silencioso», diríamos citando a Walser. Hay una poesía, podría decirse, silente y otra parlante. Aquella es misterio y esta epifanía. El bardo, por consiguiente, opera casi alquímicamente con símbolos la transustanciación de la belleza sigilosa hasta hacerla devenir en simbólica para que pueda dialogar con el mundo. Venimos del silencio y al silencio volvemos. Y en medio, el símbolo alzando el edificio de la palabra sobre cimientos mudos.
Ahora bien, en mi opinión, el silencio total no es demostrable por cuanto solo sería posible en el vacío absoluto y, en consecuencia, nadie podría estar allí para tener conciencia de aquel ni dar cuenta de él. Así pues, nos movemos entre sonidos de frecuencias inaudibles dado que se hallan fuera de nuestro rango de audición. Eso que llamamos silencio es nuestra incapacidad de oír toda la gama sónica, no una verificación de ausencia de sonido.
Partiendo de este principio, la belleza silente lo es porque no logramos captar a cabalidad el espectro de su manifestación. Por ello el silencio del poeta debe favorecer la escucha del ser de aquella… Es, por lo tanto, una escucha ontológica más que solo física, para la cual es necesario asordinar temporalmente la razón —en el sentido parentético de la epojé husserliana, y no en el de suspensión total que a esta noción daban los antiguos escépticos—. Al suspender transitoriamente la racionalidad, la belleza, libre de juicios y prejuicios, puede revelársenos en cuanto que epifanía. A menudo los prodigios mueren de raquitismo en las playas del juicio…
Si prestamos atención a los mitos cosmogónicos notaremos que, casi sin excepciones, parten de aquel, con lo cual podríamos sospechar que el mitema de la creación es una metáfora colmada de sabiduría. Estamos tan lejos de entender honesta y cabalmente el silencio que podemos dar cuenta de miles de frases afamadas, pero ¿cuántos silencios célebres recordamos? ¿El de Cristo ante Pilatos y cuáles más? Y, sin embargo… ¡tan fecundo en simbolismos el callar
Esto, más o menos, hablaba aquella mañana de finales de agosto de 2019 con monseñor Giordano, casualmente el día en el que se celebra el natalicio de san Agustín, aquel Padre de la Iglesia que tanto escribió sobre el hombre interior. Particularmente estoy convencido de que toda belleza se ordena hacia una Belleza Absoluta de la cual es eco, y en cuya contemplación podemos presentir su eternidad, solo si hacemos el suficiente silencio ontológico. Tal Belleza, por consiguiente, ha de ser el sigilo más escandalosamente hermoso y pleno de significados y resonancias, y sospecho que monseñor Aldo Giordano ya lo contempla.
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