Intuidas las coordenadas ontológicas y metafísicas del tránsito de una concepción antropocéntrica a otra orbicéntrica, podemos aventurarnos a intuir, con toda la posibilidad de desacierto que ello suponga, la textura antropológica de dicho cambio.
En primer lugar, hemos vivido —en parte auspiciada por nosotros, los académicos— la fantasía de estar cursando una formidable globalización. El coronavirus nos ha revelado que no estábamos globalizados, al menos no en la magnitud en que creíamos. La cuarentena nos tomó por sorpresa sin que las escuelas, universidades y empresas estuvieran insertas en un protocolo global y virtual de educación y trabajo.
Pocas escuelas y universidades cuentan con planteles docentes formados en su totalidad para asumir, de manera exclusiva, un modelo pedagógico de aprendizaje virtual (que se distingue en mucho del presencial). He estado siguiendo con atención el asunto por las redes sociales y la queja en una docena de países es la misma: desorden, exceso de ejercicios, deficiencia de los materiales didácticos y poca comunicación. No luce como un escenario muy globalizado, ¿o sí?
Otro tanto podríamos decir del mundo empresarial. ¿Cuántas unidades productivas estaban preparadas para que sus plantillas de trabajadores laboraran desde casa? En otras palabras: ¿cuántas empresas estaban listas para emanciparse de la oficina como centro productivo de la Modernidad? Muy pocas. Asimismo, el costo social de la quiebra económica de las mismas ha sido muy alto. Claro, como en todo, hay matices particulares, pero muchas de las corporaciones que han cerrado sus puertas podrían haberse mantenido si hubiesen estado realmente globalizadas.
En segundo lugar, y ante la evidencia mencionada, el dedo acusador parece señalar a las escuelas y universidades. Yo, como miembro de la academia, me pregunto: ¿estamos educándonos y educando a fin de superar el analfabetismo tecnológico? ¿Cuánto de lo que aprendemos y enseñamos es pertinente para resolver el déficit cognitivo con el cual avanzamos hacia un mundo de saberes integrados a la tecnología? ¿Realmente hay una revolución educativa que esté dando respuestas efectivas a la Tercera Revolución Industrial, a la Revolución Informática y a lo que en poco les seguirá? Eso por no meter en la ecuación de interrogantes los desaciertos gubernamentales que causan más pobreza y rezago educativo.
Todo este maremágnum que apenas vamos intuyendo tendrá un impacto antropológico. El hombre de mediados de siglo estará verdaderamente globalizado… La oficina no será ya el centro productivo ni la escuela/universidad el centro escolar, al menos no en la concepción ptolemaica que de ellas seguimos teniendo. Vendrá el gran giro copernicano hacia un mundo atomizado, pero orbicéntrico, con un núcleo en torno del cual giren los grandes sistemas nucleares, alrededor de cuyos centros, a su vez, orbitarán los ecosistemas sociales que los conformen.
Esa panhumanidad atomizada se procurará necesariamente un núcleo para dotarse de cohesión ante la amenaza de la diversidad. Será factible, por tanto, contemplar la posibilidad de un gobierno mundial, no por las razones que esgrimen la ciencia ficción y los adalides de las teorías conspirativas, sino por el hecho contundente de que el obstáculo a tal fin —con que hoy se refuta a quienes han elevado a la ONU el respectivo petitorio— desaparecerá: el interés supremo ya no será el hombre y el Estado (modelo antropocéntrico), sino la humanidad y el mundo (modelo orbicéntrico).
Hace poco escuché una entrevista al físico estadounidense Michio Kaku en la que aseguraba que Internet dotará cada vez de más democracia a los pueblos. No estoy convencido de ello. Por ahora, es lo que parece, pero quizás no sea así en el futuro.
En un mundo donde las personas dispongan cada vez de más información, por ende, de más opciones y criterios electivos, el riesgo de la anarquía será inminente. Personalmente creo que viajamos hacia un futuro en el que estaremos muy controlados por los algoritmos predictivos. Ya estamos viviendo la era del Internet de las cosas y la computación ubicua o inteligencia ambiental. Avanzaremos a otra era en la que todos esos dispositivos interconectados ofrecerán datos muy precisos sobre nosotros, que permita a la analítica predictiva anticipar, sin margen de error, nuestros gustos, tendencias y decisiones… Será la era del Internet mental o mentalista.
Viajamos hacia una panhumanidad interconectada casi absolutamente, en la que los pocos resquicios de desconexión serán considerados signos de hostilidad. La futura socialidad estará condicionada más por la pertenencia tecnológica a una red que por los valores relacionales que todavía conocemos hoy, y la libertad estará determinada por el mejor mundo posible que, a cada instante, nos ofrezcan sabiamente los algoritmos predictivos. ¿Acaso no vivimos ya algo de esto? La voluntad, la razón y el criterio tendrán dimensiones aún insospechadas que modificarán dramáticamente nuestra actual concepción de la verdad y la libertad.
En ese contexto, el diseño antropológico de quienes vivan entonces será notablemente distinto del que tenemos hoy, de la misma manera en que el actual difiere en mucho del que tuvieron los que habitaron en la Edad Media. Recordando los planteamientos de Otis Duncan sobre los ecosistemas sociales, los del futuro determinarán una organización social y construirán una tecnología con las cuales adaptarse al medio que les tocará vivir, todo lo cual supondrá —agrego yo— el dibujo antropológico de un nuevo modo de ser-en-el-mundo. El reto de la filosofía y del arte será intuirlo…