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¿La guerra o la paz?

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Sembrar un falso dilema es una manera innoble de luchar en cualquier plano, tratar de arrinconar al contrincante amenazándolo con una gran mentira. Este es el caso de confrontar a los ciudadanos con un falso dilema. ¿Qué escoges, la guerra o la paz? Es un falso dilema porque es evidente que los venezolanos sólo quieren rescatar la paz y vivir con dignidad. Sabemos que la guerra es destrucción y ya lo hemos vivido.

Esta convicción generalizada no se deriva de un argumento superficial, los venezolanos se hastiaron de sufrir, de las penalidades, ver cómo la pobreza se extiende como un cáncer que los sume en la desesperación. No se trata de ciudadanos cansados, se trata de seres humanos que han aprendido, saben cuál es el camino errado, lo que conduce al fracaso, saben que odiar no es la fórmula emocional como argumentan los creyentes en el socialismo. Odiar es creer que nuestra existencia se decide en una pelea de enemigos, el empresario contra el trabajador,  pobres contra los que más tienen, del civil contra el militar. Robar al que tiene algo que ha construido con su trabajo para remediar falsamente al que no tiene. Imponer un tramposo igualitarismo basado en cambiar de manos del que produce al que no lo hace.

Hemos visto con claridad que el camino de expropiar al propietario de un bien (sin pagarlo) para luego dejarlo en el abandono sólo ha producido más miseria y desempleo. Podemos preguntarnos: ¿Cuántas empresas expropiadas, arrebatadas a sus dueños han prosperado posteriormente, han mejorado lo que hacían y ahora son más grandes, más ricas y generan más riquezas a los supuestos beneficiarios del proceso expropiatorio? ¿Cuántas empresas instaladas con capital de otros países han sido destruidas, saqueadas y hoy son motivo de litigios internacionales por el robo cometido por el régimen venezolano, una deuda que se devuelve a los hombros de cada ciudadano?

En realidad, la expropiación como argumento de guerra lo que ha logrado en Venezuela ha sido destruir empleos, acabar con la producción y los productos que antes iban al mercado, ha destruido salarios y beneficios que recibía la sociedad, empobrecido al trabajador al robarle sus salarios, sus beneficios y ha expulsado del mercado a los que antes producían. Expropiar es una expresión de guerra, es acabar con un esfuerzo, con un campo de producción de bienes para todos, para supuestamente favorecer a unos pocos. La historia ha dado su veredicto, expropiar es un camino tan negativo que sus autores, encarnizados en esa lucha, no han tenido más remedio que abandonarla sin siquiera explicar al país por qué expropiaban y por qué han dejado de hacerlo. Allí están inclementes las cifras de pobreza que cubre a más del 80% de la población, luego de vivir inhumanos actos de expropiación. ¿Qué vivieron los productores agrícolas y los consumidores en las ciudades después de Chávez haber irresponsablemente expropiado Agroisleña? Acaso mejoraron, produjeron más o se arruinaron y muchos se vieron forzados a emigrar casi como mendigos. Esta expropiación fue un acto de guerra contra todo el país, productores y consumidores en el campo y en las ciudades.

También hemos aprendido que el camino no es callar al que se atreve a oponerse, al que tiene el valor de afrontar. En Venezuela, se ha practicado una guerra inclemente contra los medios de comunicación. Conatel ha sido tan implacable como cualquier ente represivo, colectivos como la Piedrita, GNB, PNB, Sebin o FAES, con los periodistas, los comunicadores, las estaciones de radio de los pueblos, los periódicos nacionales y locales, la televisión. Esta feroz guerra de Conatel contra la posibilidad de que el ciudadano este informado y pueda expresarse,  busca  un ciudadano que desconozca lo que está viviendo, que permanezca indolente ante el camino de la guerra y la destrucción, ante las injusticias y la corrupción.

En todo el país se está imponiendo un mar de leva imposible de acallar . El pueblo está demostrando que el modelo de gobierno ha fracasado y está apoyando con una energía sin límites al nuevo liderazgo, la gente salta barreras, camina durante horas para mostrar su rechazo al clima de violencia que se impone desde el corazón del régimen. Destrozan caminos, tumban puentes, colocan obstáculos en las entradas, detienen a quienes brindan alimentos, empanaderas, cierran restaurantes y hoteles, destruyen viviendas donde los acogen, niegan combustible a los vehículos y sin embargo esta ruta de guerra contra el ciudadano libre ha sido, al final, totalmente inútil.

La gente sabe, ha aprendido que la realidad no se puede ocultar con represión, mentiras y falsas promesas. Se ha construido una conciencia ciudadana gracias a una genuina forma de transmitir el sentir de los venezolanos, basada en la esperanza y la certeza de una nueva posibilidad.

También hemos aprendido que las necesidades de nuestra vida cotidiana no se resuelven con falsas donaciones, regalando lo que no les pertenece, una bolsa CLAP jamás resolverá las necesidades alimentarias de la familia que hubiese preferido haber comprado con su salario aquello que le gusta, lo que prefiere, su queso de mano, su tajada de Paisa. La bolsa CLAP no ha sido una donación benevolente a la familia, por el contrario, ha sido una forma de robar, especular, atesorar dinero a costa de la mala alimentación de un pueblo cuyo salario es el más bajo del mundo.

Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que de una manera contradictoria hemos aprendido o reafirmado que el núcleo básico de nuestra sociedad es “la familia”. Ahora cuando vivimos episodios de separación, cuando vemos a los padres separados de sus hijos, al jefe de familia tomando un rumbo incierto para conseguir duramente una manera de sostener a su familia. Huyendo porque el mercado de trabajo ha sido destruido por el odio, las expropiaciones, el manejo deshonesto de los recursos públicos, maniobras que han empobrecido las familias, separado a hijos de padres, a hermanos, han construido un mundo de abuelos solitarios con una familia desvanecida por el hambre y la pobreza.

La reacción de la sociedad frente a esta profunda herida inferida en el alma de las familias ha sido un reconocimiento colectivo, a los abuelos llorando por sus nietos, a las madres por sus maridos e hijos, un reclamo que esta en el fondo de los corazones de todos esos millones de personas que han sufrido la fractura de sus familias. Esa gente, la mayoría de los venezolanos sabe hoy mas que nunca lo importante que es “su familia” se preguntan qué nos separó, que obligó a la gente a marcharse, a buscar soluciones desesperadas en otros países. Fruto del odio y la guerra contra el ciudadano ha sido la marcha forzada de 9 millones de venezolanos que se vieron obligados a separarse de sus familias y hoy todos lloran por esa soledad infligida.

La explicación real y profunda de la diáspora es la destrucción del mercado de trabajo por el socialismo y la urgencia de salir a buscar trabajo donde sea.

La familia hoy como institución ocupa un lugar privilegiado, anteriormente era algo normal, tener la familia cerca, hoy cuando la hemos visto despedazarse, valoramos lo que nos han arrebatado, esto no es más que producto del odio y de la guerra contra los seres humanos que habitamos estas tierras.

Hemos aprendido a los golpes, nuestras convicciones de hoy son distintas, sabemos lo que no se debe hacer. No se puede comprar conciencias, no se puede obligar al trabajador a marchar por una causa que lo maltrata, le roba su salario, le destroza su familia, le quita el pan de la boca a sus hijos sin piedad y deja a los abuelos morir en soledad.

La paz no es el silencio de los sepulcros, ni la vergüenza por soportar los escarnios, las vejaciones, verse obligado a marchar en defensa de una causa que ha sido el motivo de sus sufrimientos, de su desesperación.

Vimos una escena de un funcionario que pregunta a otro, ante la inminencia de celebrar una concentración pública: “Y dónde están los trabajadores que venían a recibirme”; la respuesta es: “Ya los mandé a buscar”. Este miserable diálogo muestra la consideración que se tiene del trabajador, al cual se manda a buscar, no viene por cuenta propia, viene obligado en un transporte colectivo, después de haber confirmado su asistencia en un acta infame que muestra la represión que significa traer obligadas a personas a participar en actos que rechazan desde el fondo de sus conciencias.

Los venezolanos no estamos cansados, hemos aprendido, ahora toca demostrar con valor las ideas que tenemos dentro, en lo más profundo de nuestras conciencias, comenzando por la libertad, somos libres o esclavos. Ya no aplaudimos a quien nos oprime, ni caminamos para celebrar a quien nos ha robado nuestra familia, salario, la unidad del hogar y la paz.

No hay un dilema entre optar por la guerra o la paz, el país entero ya aprendió que el único camino es la paz, la reunión de la familia. El poder vivir del trabajo sin poner rodilla en tierra. Estar orgullosos del país que podemos construir, al cual Dios ha bendecido y llenado de riquezas naturales, con mucha agua, ser el quinto país con más pájaros en el mundo y tener unos llanos forjadores de riqueza, Guayana, la tierra de los dos ríos, mágica, por su fauna, frutos y minerales. Oriente con la gente capaz de hacerte sonreír con dos frases que pronuncien y unos Andes maravillosos, esos pueblos con calles que van subiendo al cielo.

No es necesario un acta simbólica para declarar que los venezolanos queremos la paz, aprendimos que esta paz no se logra a martillazos, cerrando periódicos, radios, encarcelando gente inocente dejándolas desaparecer en sus celdas sin piedad. Albergamos una total confianza en la gente de armas, que tienen familia, que aspiran comprar honradamente una vivienda, que quieren ver a sus familias reunidas, padres, madres, abuelos todos junto en paz celebrando la alegría que representa la unidad familiar.

El 28 de julio continuemos el noble camino que cubrimos en las elecciones primarias, allí expresamos nuestro sentir sin miedo, solo convencidos que queremos un país de convivencia, dónde existan oportunidades para todos y la amenaza de la guerra no se imponga desde corazones oscuros que pregonan actos que luego no tendrán el valor de defender. ¿Maduro ha defendido alguna vez las expropiaciones? O sólo propició, respaldó que ocurrieran.

La paz y la prosperidad, la justicia y la felicidad están a nuestro alcance, con valor sigamos como hasta ahora mostrándonos a nosotros mismos y al mundo que los venezolanos si podemos alcanzar nuestros sueños, queremos ser felices y vivir en paz, libertad y justicia.

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