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May 12, 2025


La guerra de ChatGPT contra Ghibli

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Recientemente ChatGPT duplicó la estética del estudio Ghibli para reproducir fotos. De tal modo, la inteligencia artificial busca legitimar un acto de piratería cultural, de hackeo de un sistema artesanal, de apropiacionismo populista, sobre la base de una serie de sofismas y falsos argumentos.

De hecho, la misma aplicación no hace lo mismo con Pixar, por poner un ejemplo.

Por tanto se fundamentan en una doble moral, en un doble rasero, para justificar su prédica de libre derecho de explotación de licencias ajenas.

El concepto, por demás, banaliza un trabajo fabril de mucho empeño y dedicación, de meses y años en la creación de un dibujo, en la depuración de una técnica personal, generalmente atribuida a Hayao Mizayaki, quien considera la afrenta un verdadero insulto a la inteligencia, un camelo contemporáneo.

Por supuesto, los profetas demagógicos de la inteligencia artificial, venden el asunto como novedad o como algo normal, una situación inevitable.

Pero no es así.

Ghibli debe pasar a la ofensiva y demandar para recupera su estética, su derecho a instrumentarla como quiera.

Es Ghibli la que debe tener el derecho de decidir si su estética queda para la fotocopia y el usufructo de sus fanáticos, no ChatGPT o cualquier otra plataforma de inteligencia artificial.

De cualquier modo, lo que circula como réplica de Ghibli, en redes sociales, nada tiene que ver con la esencia de sus películas, con el aura noble que las anima y la diseña como propuestas de reconciliar lo humano con su entorno natural y espiritual.

Por eso, El niño y la garza tardó tanto en hacerse realidad, para contar una fábula sobre un joven díscolo y un animal salvaje.

No hay arte, ni parte, en el acto de copiar y pegar, solo por moda o por subirse al trend de la semana.

De aceptarse, se correrá el riesgo de tomar las estéticas de compañías y empresas de cine, cuasi artesanales como Ghibli, para vandalizarlas y saquearles su patrimonio cultural, su legado, por medio de su libre reproducción mecánica, sin el consentimiento de sus fundadores, ilustradores y propietarios.

De nuevo, ChatGPT se vale de huecos y de subterfugios para poner en jaque a empresas de la competencia, en países de la periferia, dando como resultado un escenario de guerra cultural y cinematográfica.

Uno de tantos en la actualidad, bajo la sombra de las inteligencias artificiales.

Personalmente, no tengo problema en usar y emplear una técnica de inteligencia artificial, siempre y cuando esté reglamentada como corresponde. Así puedo aprovechar para conversar y valerme del cerebro de Gemini, con el fin de encontrar soluciones prácticas.

No obstante, en materia de desarrollo audiovisual, estamos en un terreno todavía virgen y sujeto a discusión. Por ende, se fue a una larga huelga de Hollywood en tiempos cercanos, con el propósito de establecer unas normativas claras y de consenso.

Estimo que en casos como el de Ghibli tendrá que ocurrir lo mismo, so pena de sufrir otras defraudaciones y estafas, instaladas como gracias, como si nada, hasta por gentes pensantes.

El comportamiento de manada, el gen tribal que establece la inteligencia artificial, conduce a que precisamente las personas acepten memes y discursos perniciosos, como el regreso de la racionalidad autoritaria y violenta, valiéndose del chantaje de la popularidad y la aceptación general que imponen los algoritmos, a su conveniencia y en contra de intereses comunes.

Es una ley de la selva, a la que hemos vuelto, como de retorno a las batallas del cine en su génesis, por criterios de distribución y copyrights.

Las luchas de depredación y concentración que se registraron a principios del siglo XX, que provocaron la expansión y el crecimiento más horizontal del negocio.

Así surgió Hollywood, tras el cruento conflicto de los monopolistas de Edison y las grandes casas.

Hoy son las inteligencias artificiales las que declaran una guerra a las compañías del cine, como Ghibli, por la explotación de sus licencias.

Imagínense si sucede lo mismo con la imagen de la poderosa Disney, para duplicar a placer sus princesas, al alcance de un click y hasta hacer películas como Blancanieves en cuestión de segundos. O con todo el universo de Star Wars.

Supongo que para allá vamos. Pero estoy seguro de que no sin antes que los dueños de las licencias defiendan sus derechos, a riesgo de perecer y ser arrasados por las máquinas.

Veremos qué pasa.

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