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Itinerarios del homo academicus

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Corría el año de 1980, es decir, hace poco menos de 45 años, y yo recién terminaba el 5to año de bachillerato en Humanidades en el Liceo Néstor Luis Pérez de Tucupita, en el estado Delta Amacuro. Mis compañeros de estudio por aquellos lejanos años del liceo, a saber; Nilda, Chacate, Luis Felipe, Isol, Enrique y otros estudiantes de
Humanidades que a fuerza de tesón, perseverancia y sacrificios lograron culminar la etapa de estudios de bachillerato que en el Delta del Orinoco se ofrecía en el único Ciclo Diversificado que oficialmente ofertaba el Ministerio de Educación en aquella entidad federal que aún no había alcanzado la condición de “estadidad”. Con apenas 19 años a cuestas y una precoz “militancia política” en los movimientos estudiantiles en el otrora Territorio Federal Delta Amacuro que inicié en el mítico y legendario Ciclo Básico Común, Liceo José Enrique Rodó, dirigido por la magistral conducción de la profesora Carmen Magilbray,  continué en el Ciclo Básico Aníbal Rojas
Pérez, a la sazón, bajo la sabia dirección del profesor Celestino Gómez, cariñosamente llamado “Tino”. Superado académicamente el tercer año del Ciclo Básico en el Aníbal Rojas, opté por la prosecución de mis estudios de bachillerato inscribiéndome en la mención de Humanidades en el Liceo Néstor Luis Pérez. Ya cursando 4to año del Ciclo Diversificado tuve la inmensa suerte o fortuna de estudiar bajo la tutoría académica de profesores de una impecable solvencia moral, cívica y profesional como el profesor de origen haitiano Luc Hilaire Zanon, el sacerdote misionero capuchino Elías Martín, autor del memorable libro nunca suficientemente leído, estudiado y mucho menos divulgado, En las bocas del Orinoco (1979).

La mayoría de mis compañeros de estudios que alcanzaron graduarse en mi promoción de bachilleres en Humanidades cuyo padrino fue el cantautor de música de protesta Alí Primera, una vez recibido el
título de Bachiller optaron por proseguir estudios universitarios en universidades nacionales autónomas que estaban diseminadas por todo el territorio de la república. Yo elegí irme a luchar por mi cupo en la
bicentenaria Universidad de los Andes, optando a ingresar a la carrera de Historia, meta que logré no sin inenarrables tropiezos y obstáculos en el semestre II del año 1982.

Lo recuerdo asaz nítido, tan diáfano como que fuera ayer; una vez que ingresé a estudiar Historia en la Facultad de Humanidades y Educación de la ULA, en la vieja sede que quedaba ubicada en la avenida Universidad, enfrente de las Residencias Los Caciques, mismas en la que el filósofo y políglota Dr. José Manuel Briceño Guerrero dictaba
sus clases y seminarios de griego antiguo y ejercía su magisterio de proyección continental y, tal vez, mundial. Por cosas del destino mi tesis de grado para optar al título de Licenciado en Historia fue asesorada y tutelada por el insigne filósofo que -cómo olvidarlo- me asesoró durante el proceso de búsqueda y localización de fuentes documentales biblio-hemerográficas y facilitó el acceso a datos de poco dominio público sobre el objeto de mi investigación de la memoria de licenciatura sobre “La concepción de la Historia en E.M. Cioran”.

Mis amados profesores en el primer semestre de la carrera: Dra. Jacqueline Clarac de Briceño (Antropología I); Dr. Ernesto Pérez Baptista (Introducción a la Historia); Prof. Ana Rita Tiberi (Sociología I); Prof. Ramón Rivas Aguilar (Economía Política I); Prof. Guillermo Matera, (Pre-Seminario I). Estos fueron mis profesores en el primer semestre de la carrera de Historia.

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