Tres son los tiempos: presente de las cosas pasadas, presente de las presentes y presente de las futuras.
San Agustín
Con frecuencia vivimos el espejismo de creer que discurrimos del pasado al futuro transitando por el presente. Eso que llamamos pasado no existe sin la memoria. Lo que denominamos futuro no es posible sin la imaginación. Apenas tenemos un evanescente presente, el instante, aquí y ahora. In momento. En un instante nacemos y morimos, y en medio vivimos… en una sucesión de presentes fugaces. Tempus fugit.
Se parte de la creencia de que el pasado nos condiciona, pero olvidamos que la calidad del pretérito es directamente proporcional a la de nuestra memoria. Fuimos en la medida en que podamos recordar. Ciertamente, una de las prerrogativas del ayer es darnos sentido porque dibuja la parábola de la flecha vital entre el antes y el después, solo que esa razón de ser no depende tanto de lo que hicimos cuanto de cómo recordamos haberlo hecho. Por consiguiente, fuimos lo que la memoria nos dicta haber sido.
Por ello es de primera importancia educar la memoria en la belleza, ejercitarla en el hábito de hallar un sentido estético en la evocación. Aun en medio del horror, podemos encontrar un resquicio de belleza que nos diga que es posible salvarse de la barbarie humana. No se trata de edulcorar con maquillajes baratos la infamia, sino de descubrir en ella el resto de humanidad que nos pueda decir algo esperanzador sobre el futuro. Quien solo halla en el ayer esperpentos termina por hacer del presente la escenografía idónea a dicha tragedia.
Pasado ni futuro existen, solo el presente, que en el momento siguiente será memoria, preterición. No solemos detenernos a considerarlo, pero quien vive el hoy de prisa y superficialmente a menudo es dueño de un ayer afantasmado, poblado de sombras y recuerdos sin contornos definidos… un espeluznante sarcófago de la memoria. No pocos viven obstinados en hacer elipsis de su instante actual, y con ello mutilan el poder de la evocación.
Tener un propósito en la vida guarda relación con la imaginación y el mañana, aun cuando halla su inercia, para bien o mal, en lo que fuimos: la memoria puede paralizar o impulsar el presente. Si aquella es deforme, será un esperpento al cual exorcizar de continuo. Si, por el contrario, sabemos descubrir en ella lo que hay de posible, será un motor de la voluntad. El pasado no tiene por qué subsidiar nuestro presente, pero la calidad de aquel estará supeditada a cómo vivamos el instante y el modo en que evoquemos nuestras reminiscencias. Si bien el antes no existe, sí su impronta en el ahora.
El futuro tampoco existe, pero en la capacidad de imaginarlo residen la esperanza y la desesperanza, una suerte de resistencia menor o mayor a nuestra posibilidad de actualizarlo en el presente. El modo en que miramos expectantes el mañana condicionará el hoy. Así como el pasado no es subsidiario del presente, tampoco lo es el futuro. Lo que nos marca a fuego no es un tiempo, sino una temporalidad: una racionalidad presente que construye el tiempo —evocado o imaginado— de una manera peculiar estableciendo un vínculo con él. La calidad de dicho vínculo es la que nos supedita en formas a veces grotescas o maravillosas.
¿Y el presente? ¿Qué es? Un instante actual, pero ¿cuánto mide? Una respuesta aceptable sería decir que la mínima partición temporal admitida. ¿Acaso el cronón de Planck? En ese infinitesimal lapso de tiempo reside el presente, algo tan mínimamente posible que asusta saber que nuestra existencia dependa de él. No hay tal cosa como el minuto presente, pues en el quinto de sus sesenta segundos, una parte de él ya no es y otra aún no es. Y aun en el segundo actual, una fracción de sí es pasado y otra futuro. In momento tempus fugit (‘el tiempo se escapa al instante’). En latín, momentum significa tres cosas: ‘movimiento, importancia y lapso de tiempo o instante’. De algún modo, el momento es eso: un lapso relevante de tiempo que se va… para siempre.
Pasado y futuro no existen. Solo son posibles en un presente infinitesimal cuando la memoria y la imaginación proyectan sobre aquel una imagen de ellos, a veces deformada. Visto así, y a la luz de los recursos que ofrece hoy la tecnología, nunca hemos sido más dueños del ayer y del mañana, pero… ¿los somos? Eso implica ser dueños del hoy. ¿Realmente lo somos?
@JeronimoAlayon