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Gloria efímera

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Zhandra Rodríguez y Vicente Nebrada | Foto Ricardo Armas

La Venezuela de mediados de los años setenta del siglo XX se observaba dinámica y con vocación de liderazgo continental. La percepción de riqueza proveniente de la renta petrolera con la cual se identificaba al país, de algún modo comenzó a tocar también a los sectores del arte y la cultura. Dentro de ese ambiente de bonanza económica surgió el proyecto de creación de una compañía de ballet de elevado nivel profesional, claramente competitiva en el circuito mundial de la danza.

Los logros alcanzados hasta ese momento por esta disciplina artística en el país, representados por el Ballet Nena Coronil y el Ballet Nacional de Venezuela, así como por la corta experiencia del Ballet del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes y la Compañía Nacional de Danza, debían ser sustancialmente superados, especialmente en relación con propuestas coreográficas y resolución escénica.

La Primera Reseña Nacional de Danza presentada en septiembre y octubre de 1974 en el Teatro Municipal y el Teatro Nacional de Caracas, suerte de termómetro sobre la situación del arte del movimiento en la capital en ese momento, propició el retorno a Venezuela de Zhandra Rodríguez convertida en primera bailarina internacional, en momentos en que acababa de ser promovida a Principal del American Ballet Theatre de Nueva York y seleccionada dentro de los 15 superhéroes de la danza mundial por la revista estadounidense Esquire.

Ballet Internacional de Caracas. Lento, a tempo e appassionato, de Vicente Nebrada. Zhandra Rodríguez y Zane Wilson | Foto Ricardo Armas

A partir de este regreso, se vislumbró la posibilidad de un proyecto de mayor alcance e influencia dentro del medio venezolano en el corto plazo. Así, en 1975 se concretó la creación y el debut del Ballet Internacional de Caracas (BIC), de las manos de Vicente Nebrada como director artístico y coreógrafo, quien venía de desempeñarse en el Ballet Harkness de Nueva York, y Zhandra Rodríguez como primera bailarina, gracias al auspicio de la promotora María Cristina Anzola desde la presidencia de la Fundación Pro Artes Coreográficas, así como al consenso político logrado a su alrededor. 40 años se cumplen del cierre de actividades de esta compañía emblema.

La nueva agrupación, que hizo su primera presentación el 4 de septiembre en el Teatro Municipal de Caracas a la cual asistieron el presidente Carlos Andrés Pérez y los ex presidentes Rafael Caldera y Rómulo Betancourt,  a través de sus cinco años de trayectoria logró elevar notablemente la consideración profesional de la danza escénica venezolana, tanto en lo coreográfico y lo interpretativo, como en lo relativo a puesta en escena, producción y gestión, e insertarla al más alto nivel dentro de los parámetros y las exigencias de la danza mundial.

Ballet Internacional de Caracas. El río, de Alvin Ailey. Everest Mayora y Manuel Molina | Foto Ricardo Armas

El elenco del BIC desde un principio estuvo conformado por un considerable número de bailarines extranjeros que veía al país como una atractiva plaza profesional, y otro menor de venezolanos que quizás llegó a sentirse en condiciones de desventaja desde el punto de vista profesional – aunque algunos alcanzaron un destacado desempeño –   lo que pudo producir conflictos tempranos en el seno de la naciente agrupación. Nebrada desestimaba el tema de la nacionalidad  y argumentaba con ironía y contundencia: “Cuando veo actuar a un artista no pregunto dónde nació, pues pienso que no tiene importancia. Fronterizar el arte me parece un error. ¿A quién le importa dónde nació Picasso?”.

Nebrada logró reunir alrededor de esta compañía a un grupo de intérpretes de diferentes gentilicios, portadores de una poderosa expresividad física y emocional, que llegaría a convertirse en mito. Su aspiración era crear una compañía de alto nivel profesional con un carácter altamente personalizado. La ideó como un imponente edificio donde todas las piezas eran diversas pero encajaban perfectamente unas con otras. Una suerte de unión de naciones, amplia y multicultural.

Las propias palabras de Vicente Nebrada documentan estos promisorios inicios: “En 1975 cuando Zhandra Rodríguez y yo trabajábamos en diferentes compañías norteamericanas, ella me habló del gran desarrollo económico que se veía en Venezuela y del entusiasmo con que había sido recibida después de largos años de ausencia. Para ambos, alejados del país por mucho tiempo, era una proposición comprometedora y atrayente contribuir desde nuestra posición de artistas al desarrollo cultural venezolano”.

Ballet Internacional de Caracas. Nuestros valses, de Vicente Nebrada. Plaza Diego Ibarra. 1977 | Foto Ricardo Armas

El BIC orientado fundamentalmente hacia la expresión neoclásica y contemporánea  fue un proyecto dorado, de notable impacto inicial, vertiginoso desarrollo y final traumático. Dentro las obras más representativas de su repertorio se cuentan  Nuestros valses (Carreño-Delgado Palacios), La luna y los hijos que tenía (Kamen) Percusión para seis hombres (Gurst), Géminis (Mahler), Batucada fantástica (Perrone), Una danza para ti (Carreño), Lento, a tempo e appassionato (Scriabin) y  Sombras (Debussy) de Vicente Nebrada. Con esta última obra, el creador venezolano obtuvo en 1976 el Premio Fokine por parte de la Universidad de la Danza con sede en París. El río (Ellington) de Alvin Ailey, Carmina Burana (Orff) de John Butler, Rodin mis en vie (Kamen) de Margo Sappington y Tres preludios (Rachmaninov) de Ben Stevenson, se convirtieron igualmente  en emblemas de la compañía.

La repercusión mundial del BIC fue notoria. Tres elevados momentos tan solo ejemplifican su destacada presencia internacional: el debut en París en el verano de 1976 en el escenario del Teatro de los Champs Elysées bajo el nombre de Ballet del Nuevo Mundo Internacional de Caracas, la temporada en el City Center de Nueva York en el otoño de 1979, y la actuación en el Teatro Colón de Buenos Aires en 1977.

El BIC representó una experiencia reveladora, aunque su gloria fuera fugaz. Establecer y proyectar una compañía en breve tiempo y con el nivel de desarrollo logrado, supuso en principio claridad de objetivos artísticos y conocimiento profundo de la profesión por parte de sus principales protagonistas. Al final, la compañía significó un elevado referente y una vivencia aleccionadora.

 

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