Hoy, en homenaje a un gran uruvenezolano que acaba de partir, repetimos un escrito que hace un tiempo escribimos en su honor. Que en paz descanse querido paisano.
Por Dr. Pablo Kaplún (Geografía Viva)
Mérida tiene una particularidad. Es ciudad (con merecido título de urbe con sus casi 400.000 habitantes dentro del territorio considerado como metropolitano que discurre desde Tabay hasta Ejido, incluyendo obviamente la propia urbe emeritense). En ese periplo se solían ver entremezclados en el tránsito jinetes a caballo y no porque faltara gasolina, como ahora, sino debido a su condición de ciudad que mezcla parte de lo más alto del academicismo venezolano con también lo mejor del tradicionalismo, la productividad agrícola y una de las vertientes más poderosas del otrora prometedor movimiento ambientalista venezolano: los montañistas defensores de los últimos glaciares venezolanos.
Hoy por hoy, Mérida y Venezuela tienen diagnosticado en convertirnos en el primer país del mundo desde el comienzo del registro sistemático de seguimiento que, habiendo tenido glaciares, quedarse completamente sin ellos: los mismos se han reducido hoy a 1% del total que tenía hacia 1930, cuando don Tulio Febres Cordero, decano de las letras merideñas, escribía acerca de las 5 águilas blancas.
El cambio climático -y con él la reducción mundial del territorio glaciar- es un problema global, cosa en la cual, tal vez, aun contando hoy con políticas ambientales adecuadas y devenir normal de los citados movimientos montañistas en democracia, posiblemente, solo hubiésemos podido retrasar un poco ese final.
Sin duda, el referido cambio global, como decimos, escapa a la capacidad de control de un país como Venezuela que, aun sin haber caído en el marasmo que hoy está, no pasaría de una potencia regional de carácter intermedio en el concierto mundial.
Sin embargo, debemos señalar que ese movimiento ambientalista, apoyado con relativa efectividad por la Guardia Nacional en funciones de Guardería Ambiental en tiempos de vida de Juan Félix Sánchez, logró vigorosas victorias tales como evitar el avance de la frontera agrícolas en algunas áreas de parque nacional, controlar a tiempo peligrosos incendios forestales y ya, en otro ámbito, impedir la explotación de minas de cobalto en las cercanías de Bailadores, cuestión que hoy tiene desesperados a los pobladores de esa, hasta ahora, una de las últimas áreas de tierras productivas agrícolas del país: unos generales han interpretado de una manera muy curiosa -el ya de por sí caprichoso- mapa del Arco Minero del Orinoco y piensan cargarse zonas de parque nacional y explotación agrícola (como si en el país lo prioritario no fuera la producción de alimentos en medio de la crisis humanitaria compleja que vivimos) y así todo Mérida parece conminada a un tristísimo padecer.
No es para nada especulativo decir que una Venezuela democrática hubiese retrasado la muerte de nuestros glaciares. Los referidos grupos ambientalistas, también controlaban quién subía a las montañas sagradas y así como denunciaban -y muchas veces paraban- atropellos a los Parques Nacionales de Alta Montaña, eran determinantes en el rescate de aventureros ignorantes (muchas veces turistas extranjeros) del peligro que nuestros Andes encierran.
Una Venezuela democrática hubiese cumplido los mínimos del Acuerdo de París, y como tal sería menos mentirosa en lo que hoy se informa a la ONU en sus comunicaciones sobre avances en políticas de adaptación y mitigación al cambio climático.
En la ULA, algunos defendiendo el derecho a soñar, intentan «rescatar» el último glaciar, a pesar de que toda su labor tiene todo en contra. Tal iniciativa, debió haber sido acompañada hace tiempo, con medidas una serie de medidas complementarias, como por ejemplo, reducción del tránsito vehicular en la ciudad de Mérida y otras difíciles de consensuar.
El tránsito merideño, la revolución bolivariana, efectivamente, lo ha podido reducir, cuando un habitante con vehículo hace cola de hasta 4 días para conseguir gasolina y la emigración; en la urbe universitaria cercana a la frontera, se nota aún más que en otras partes del país. Pero la depredación absurda que significó hacer un nuevo teleférico completo -cuando perfectamente hubiese podido reparar el anterior-, haber roto el tejido social que suponían los referidos grupos y el de toda la sociedad merideña, es un mal muy superior al modesto «logro» de dejar a Mérida casi sin transporte público ni tráfico vehicular.
Tal vez este tránsito cuasi nulo se anime un poco cuando en los días por venir se desarrolle nuevamente la Feria del Sol, algo que con todo y la “mamá de las crisis” las autoridades regionales de los distintos signos políticos insisten en cumplir. Se trata de una fiesta centrada en la matanza de toros en una plaza que, desde la Coalición Antitaurina de Mérida (en la que participa casi todo lo que aún queda de los movimientos ambientales que subsisten en Mérida) intentamos transformar en “Plaza de Todos”, espacio para la cultura. Queremos parar que, en la cuidad más académica del país, se siga consumando una barbarie que hasta la propia España está erradicando, y que se mantiene a base de unas divisas que nadie sabe de dónde provienen.
Varios años hemos ganado en instancias judiciales que, al menos, niños, niñas y adolescentes, sean separados de este terrible ejemplo, pero a última hora, manos extrañas terminan burlando las disposiciones acordadas.
No obstante, mi artículo de hoy está centrado, como ambientalista, en una colonia muy particular a la que orgullosamente pertenezco. La colectividad uruguaya de Mérida. Nunca fuimos muchos, es verdad. Tal vez no más de 200. Recientemente, murió uno de nosotros, David Gianni, esposo de una profusa artista Leonor Lezama.
Curiosamente, nuestra comunidad, tuvo como referentes públicos a dos personajes de gran valía para la relación hombre-medio. Un geógrafo y un músico. Los geógrafos somos, en realidad, al menos tres los uruvenezolanos de Mérida, pero el de más difundida trayectoria es, sin duda, Germán Wetsttein. El otro referente es el músico (clásico) Hugo López, quien desarrolló una labor que invita a la armonía con la naturaleza. Así nuestra comunidad ya quedó indisolublemente ligada al quehacer ambientalista de la ciudad. Hoy ambos no moran aquí: los dos se fueron a Uruguay.
Es momento particular de hacer mención a los uruvenezolanos de Mérida, dado que en estos días murió David Gianni, esposo de la reconocida ceramista -también uruguaya- Leonor Lezama, a quien enviamos sentido pésame.
También, es necesario recordar que nuestra colonia ha aportado estrellas máximas del arraigado club de fútbol “Estudiantes de Mérida”. Carlos Ancheta y Carlos De Castro son nombres para la gran historia de la ciudad.
Bien, transcribo, a continuación el testimonio de nuestra actual principal referente como comunidad, cuyo nombre me solicitó guardar en reserva. Sin embargo, debo decir que gracias a su tesonero accionar y al de su hermana, la comunidad se ha mantenido en contacto con el Consulado uruguayo de Caracas y este ha logrado extender algunas acciones de protección de la hoy muy reducida comunidad, pero todavía aportadora, presente en el gentilicio merideño y también activa en la defensa del ambiente.
Hoy cuando, sabemos que en los campos del estado Mérida, la gente tala a un ritmo no visto en décadas, producto de no conseguir gas para sus cocinas y caza especies animales de todo tipo por hambre, el enterarnos que el caballito sostenido por el padre de nuestra representante, el testimonio que sigue no hace se nos vuelve obligatorio hacerlo público.
“Mi padre nació en 1943 en Jesús Maria… [ahorro para los lectores un impresionante periplo por pueblitos perdidos del mundo rural del Uruguay que supuso más de 20 años de vida procurando estabilizar a su familia]. En todo ese tiempo desde que se casó se dedicó al campo pero la economía en Uruguay no estaba bien y decidió salir de allá para buscar un mejor futuro en Venezuela. Él se vino primero, en octubre del año 1974 y, en enero de 1975, nos mandó los pasajes a nosotros. Llegamos a un país maravilloso el día que el presidente Carlos Andrés Pérez nacionalizó el petróleo [el subrayado es nuestro pero vale recordar esto para quienes deforman la historia patria hoy día]. Mi padre fue tratado con afecto, con respeto; era querido por todas las personas con las que trabajaba y siempre correspondió con igual o mejor trato. Trabajaba en la zona Sur del Lago”.
Aquí hago una interrupción como geógrafo al relato, para exponer una opinión profesional sobre algo que con nuestros colegas, no hemos analizado a fondo acerca del devenir agrícola de nuestro país. Y es que en un tiempo pasado pudimos – en tanto muchos de nosotros de izquierda y en mi caso personal lo sigo siendo, pero una cosa es la visión ideológica y otra es si un país llega a los actuales niveles demoledores de autoritarismo vividos hoy en Venezuela-; personalmente he cambiado de parecer acerca de lo que normalmente se conoce como “empresariado agrario”.
Con compañeros estudiantes de la Escuela de Geografía de la UCV, haciendo extrapolaciones poco rigurosas, del referente académico merideño Luis Fernando Chaves, juzgábamos como grandes dañadores del ambiente a este perfil de empresarios. Hoy mi mirada es distinta, después de patear el Sur del Lago o adentrarnos en los Llanos venezolanos y conocer la bravura de esas tierras, con escasa fertilidad y alta acidificación del suelo (lo último vale para los del Llano, no es así el Sur del Lago), he pasado a admirar a esos emprendedores que arriesgaron capitales no siempre provenientes de las arcas del Estado (como generalizábamos burdamente) y lograban niveles de productividad notorios ante condiciones tan adversas….una cosa es pasearse por los campos europeos y otra, muy distinta, salir de tu casa con muy poca indumentaria y encontrarte a una serpiente mapanare en medio de tu caminata o hasta un jaguar…o que simplemente te ataquen los mosquitos en esas calientes tierras…o lograr dominar esa espesura de sabana tropical y saber cuál árbol tumbar y cuál es útil como sombra o como equilibrio de especies en el ecosistema.
Hay toda una sabiduría allí que esta “revolución” ha anulado, vejado, humillado, expulsado, expropiado en forma arbitraria sus tierras, calificando de “ociosas” terrenos sabiamente separados para el imprescindible barbecho…y, sin embargo, ni siquiera pagado a sus antiguos dueños, para entregarlos a dudosas asociaciones, integradas casi todas por personas que no sabían cómo carrizo (“know how” es el término gringo) gerenciar esas tierras para hacerlas producir más allá de saber el hecho de sembrar y cosechar. Claro que no todos estos empresarios eran iguales: los hubo muy humanistas y justos, como también los hubo zánganos, explotadores y corruptos. Pero no es una clase social lo que hace a una persona buena o mala, sino su formación e integridad moral, esto lo aprendí yo a sangre y fuego en estos años de sistemática destrucción nacional. La idea de “latifundio” es muy diferente en Europa, de extensiones mínimas y carísimas frente a lo que pueden ser en países de dimensiones enormes y con áreas de poblamiento de apenas 2 habitantes por kilómetro cuadrado.
Sigamos ahora con el testimonio, parte del cual puede que no comparta algún izquierdista pero se trata de alguien que vive en carne propia injusticias muy duras y trato de ser lo más fiel que me es posible “Su trabajo dio frutos y surgió en poco tiempo gracias a un país que ofrecía oportunidades le abría las puertas a todo aquel que quisiera progresar; un país que era de seguro desarrollo. Como hombre de campo se dedicó a comprar campos en mal estado, sin producción y los ponía en poco tiempo a producir, luego los vendía y así seguía. Además de trabajar con el fin de proveer para la familia; él siempre fue una persona muy solidaria y con gran respeto y conciencia hacia los empleados que trabajan con él. Llegó a tener más de 87 empleados a los que ayudó a construir sus casas. Siempre trató con respeto y consideración a todos; nunca permitió que un trabajador de él le faltara algo o pasara necesidades, tratando de devolver a esta maravillosa tierra tanta oportunidad que le brindó. Trabajó con el campo, con ganado lechero, con el plátano, el cual comercializaba a la capital Caracas y todo iba muy bien”.
“Pero esto cambió al llegar el régimen del tirano Chávez al poder. Comenzaron los robos, le robaron más de 3 camiones, le quitaron ‘a la brava’ tierras, lo amenazó la guerrilla; continuamente le hacían pagar muchísimo dinero en las famosas ‘vacunas’ (extorsiones), después vinieron expropiaciones fincas de linderos del campo de mi padre, les quitaron todo sus animales su producción sus tierras y esto afectó a mi papá, el cual quedó rodeado de […] gente que lo único que hacían era robar y destruir y así también acabaron con las tierras de mi padre, porque para defenderlas ¿qué se podía hacer? Así que por más ganas que se le tenga al campo, al agro, a los animalitos y al trabajo sano y honrado, ¿quién y cómo se puede trabajar? Pese a todo, trató de seguir adelante, pagando las extorsiones -no por ser colaborador con estos sinvergüenzas-, lo hizo porque era su medio de trabajo, porque era su vida, era lo que amaba y no quería seguir perdiendo más y se defendió descapitalizándose día a día; tanto así que perdió vehículos de trabajo y viviendas, mal vendiendo lo que le iba quedando para poder sobrevivir a esa debacle para no sucumbir y no perder todo lo que con tanto sacrificio había logrado”.
“ Y ahora ese señor, mi padre, que tanto dio a esta tierra y tanto ayudó a cientos de trabajadores, lo perdió todo. Vive a duras penas hoy día de una pensión que le da su país de origen: Uruguay. Esto es un resumen muy corto de todo lo que hizo mi papá y apenas puedo escribir porque las lágrimas no me dejan y es el dolor la tristeza y la humillación a la que fue sometido. Está hoy deprimido notablemente… y no se trata de haber perdido cosas materiales, por culpa de este régimen anárquico; se trata de quebrar a un hombre trabajador en su afán de seguir adelante pese a las dificultades, pero este régimen le quitó todo”.
Y aquí viene el hecho que da título a mi crónica. Durante varios años, los vecinos de una popular urbanización de Mérida, vieron cómo un señor mayor criaba a un caballito y, sin pretender tenerlo siquiera para montar o trabajo alguno, solo por criarlo y amarlo, lo tuvo, prácticamente entre medio del tráfico y los edificios de la zona. Un hecho que conmovió y hasta se volvió identitario para la comunidad. Sí, un “gaucho”, y no un “gocho”, fue el último criador de caballos urbanos en mi adoptiva patria chica de Mérida. No hay ningún otro en la ciudad, déjenme decirles esto con total certeza.
Esta familia generó un conocimiento del campo del Sur del Lago (al igual que otros que también conozco y que he citado en anteriores escritos pero cuyos nombres aquí omito) que, especialmente en un decreto emitido por el presidente Chávez el cual ordenó expropiar a 43 fincas en diciembre de 2010, reventando todo el esquema de tenencias de tierras en un solo día, pero sin tener ningún plan concreto de cambio sostenible para ese acto de aparente “justicia” social.
Ahora sus nietos ya andan dispersos por el mundo, al igual que mis otros conocidos, y ellos eran quienes debían continuar -sin duda lo hubieran hecho- pues el Sur del Lago llegó a estar entre las áreas más prósperas de Venezuela, aun en pleno auge petrolero, gracias a una cualidad exportadora de plátano (no confundir con la banana o cambur) y cacao de una calidad fuera de serie a nivel mundial.
Nuestro gaucho está hoy deprimido, hasta del caballo se desprendió por no tener dinero para un repuesto de su camioneta… Igual pasa con otro criador de caballos silvestres en El Vallecito (esto es fuera del área urbana por lo que sigue haciendo único a mi protagonista de hoy). Unos animalitos tímidos y sociables, porque se dejan (espero le quede alguno cuando escribo estas líneas) acariciar por cualquiera que se acerque muy de a poquito… Pues bien, a este criador, ya le han robado varios ejemplares, posiblemente para comérselos, dada la desesperación que hay por la falta de proteínas.
Ese tipo de micro historias de criar caballos “por puro amor” es parte de Mérida, la bucólica, la que enamoró por décadas a propios y extraños por combinar academia, sabiduría campesina y producción de rubros únicos en el país al contar con tierras de clima frío, también únicas en el país
Sigo y termino con el testimonio de esta uruguayo- venezolana: “Y ese caballito significaba algo así como un poquito de tierra que ni siquiera era de él, era como seguir adelante como no desfallecer en el querer hacer lo que siempre le ha gustado, era como un grito de amor por la tierra, por los animalitos, por el futuro…es el seguir adelante”.
“La despedida de sus nietos. Eso también afectó a mi papá, porque al igual que todos los inmigrantes que dejaron atrás padres, hermanos, tíos, familia, amigos; ese desarraigo doloroso y difícil fue superado con el tiempo, y llegaron años de tranquilidad de sosiego y felicidad. Después de enfrentarse a tantas dificultades y lo peor: la separación de lo más querido, el nieto criado por mí… eso sí fue demoledor, desgarrador… Ver esa despedida, mi padre y mi hijo abrazados llorando, muy triste, le dijo con la voz quebrada: ‘Mijo pa’ lante, siempre parado en los estribos’. Esas palabras han sido puntal en los momentos más duros de nuestra familia».
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