Estaba yo cursando el último año de la secundaria cuando leí Elogio de la necedad, de Erasmo de Rotterdam. Era el volumen 29 de una colección de cien libros de filosofía que, por entonces, se vendía en las librerías bajo el sugestivo título de Historia del Pensamiento. Venía de haber leído Proslogion y Sobre la verdad, de San Anselmo, en la misma compilación de obras, de modo que el Elogio me pareció un texto completamente divergente del anterior. Recuerdo que me había afanado tanto con el libro del humanista holandés que ni siquiera prestaba atención al timbre del receso, así que me quedé varias veces en mi pupitre, leyendo extasiado mientras mis compañeros de clase corrían y jugaban.
Esta versión de la que hablo, con maravillosos grabados de Hans Holbein el Joven, tenía el título de Elogio de la locura, razón por la cual fui conducido con toda celeridad a la oficina de la psicóloga del colegio. Aquello de que un adolescente se quedara en los recesos leyendo un encomio a la insania no era muy de cuerdos, o al menos así pareció a algunos por entonces. Lo cierto es que, luego de varias conversaciones, la orientadora escolar aceptó leer el libro del incordio. Nunca supe si finalmente hurgó en sus páginas.
Recordando aquellos días en los que leía destempladamente lo que cayera en mis manos, pienso que, en efecto, era extraño por entonces —y aún hoy— ver a un adolescente leer sobre filosofía. Es una pena. La lectura de aquel libro fue para mí una revelación. Un Erasmo irreverente y entregado al saber sin cortapisas es un modelo de humanista que tiene mucho que decir a los jóvenes de todos los tiempos. Para mí fue una fortuna leerlo por primera vez en ese tiempo.
El título de la obra es en sí un reto a la inteligencia. Erasmo la llamó en griego Μωρίας Εγκώμιον, Morias Enkomion (‘encomio de la locura’), jugando con la fonética de μωρία, moria, ya que —forzando un poco los significados— se puede tomar aquel como Elogio de Moro, en alusión a su amigo Tomás Moro, a quien dedica acertadamente el libro, pues, como sabemos, sería víctima fatal de la moria política un cuarto de siglo más tarde… una especie de Sócrates contemporáneo. Es posible traducir dos títulos al español: Elogio de la locura y Elogio de la necedad, ya que moria significa en griego locura y también necedad. Esta ambivalencia es propia del genio de Rotterdam.
Moria es presentada por Erasmo como la hija de Pluto y Hebe, dioses de la abundancia y la juventud, respectivamente, y criada por dos ninfas: la Embriaguez y la Impericia. La obra debe ser entendida en la perspectiva de una crítica a la sociedad de entonces desde la honestidad intelectual. Si bien es difícil catalogar al religioso agustino en tanto que un reformador, Lutero fue el primero de muchos en pretender arrimarlo a su parcela. En mi opinión, Erasmo fue un humanista pleno, esto es, fiel a sí y a su idea del saber humano, lo cual supone necesariamente un sólido fundamento ético. La verdad histórica en torno a Desiderius Erasmus van Rotterdam es que se negó a convertirse en apologista de uno u otro bando, y en su Elogio pasó revista a todos: nobles y plebeyos, monjes y papas. Todos fueron mirados por Moria.
Hay un capítulo que recuerdo particularmente de aquella primera lectura en mi adolescencia. Se trata del cap. XXI. Erasmo dice allí que «sin mí [esto es, sin la necedad], la verdad es que el pueblo no soportaría largo tiempo a su príncipe». La frase me resonó entonces, y sigue haciéndolo. ¿Cuántas veces soportamos neciamente la potestad de alguien que, como decía Sócrates en su Apología, no conoce el bien ni la justicia y, por tanto, tampoco la virtud? El humanista holandés fue un eterno rebelde contra la autoridad sin auctoritas.
En aquellas conversaciones con la psicóloga del colegio, mi punto era que no se me podía juzgar por leer un libro que había sido decisivo en los siglos XVI y XVII, y cuyo contenido, además, ignoraba la propia orientadora. Recuerdo su respuesta: «El título lo dice todo». Años más tarde, estudiando Letras, el profesor Ítalo Tedesco diría en clase justo lo contrario: «Los títulos no dicen nada hasta que se lee la obra. Entonces sí merecen ser títulos».
Ojalá que este pequeño periplo por un entrañable episodio de mi vida sirva para que, quienes no lo han hecho, consigan que el Elogio de la necedad haga méritos a su título como obra de una de las inteligencias más brillantes. Quizá no sea del todo agradable leerla. En algún punto Moria nos señalará, y entonces echaremos de menos la razón. Descubriremos que el famoso Elogio del humanista holandés se actualiza cada día muy cerca… en nosotros mismos.