
Retrato hecho por Luis Brito, el Gusano
«Propias del amor son la profundidad y la sinceridad del sentimiento, sin las que el amor no es amor sino mero capricho. El amor verdadero establece siempre vínculos duraderos, responsables… Todo amor verdadero, profundo, es un sacrificio».
Carl Gustav Jung
Sobre el amor
La poesía y las artes son vías de acceso al mundo interior, cerca quedan las esferas del alma. Entrar allí nos abre a la posibilidad de estar más con palabras propias, con imaginarios singulares. Al llegar ahí nos ubicamos en un umbral y, al cruzarlo, entramos en un vértigo, íntimo. Particular y común al mismo tiempo. Un afán intenso, amplio, amable, portentoso nos abrazará… y tocará seguir… Toca seguir y, al hacerlo, encontramos un espacio propicio para el cambio propio y propiciatorio de la mudanza de todo lo demás y de quien lo mire.
Nuestro oficio, ejercicio permanente de artesanía física, intelectual y emocional. Nuestro oficio conjugado en presente, es memoria y avistamiento. Juego de apariencias, fábulas sin música y con música. Eso sí, siempre armónica ¡aun en los discursos y juegos teatrales más altisonantes! O, para decirlo mejor, siempre en un juego de composición y deconstrucción llamativa, inquietante, intrigante, perturbadora, seductora, atrapante. Es un gran tablero, entre luces y sombras, donde se hace y se rehace con cada nuevo ensayo, con cada nuevo trabajo, con cada puesta en escena, con cada montaje y cada función…. como un templo, como un castillo, una cabaña desportillada o como una resolana en el desierto… como la huella de un caracol, la traza de un ciempiés, la exuvia de una culebra o la capa de una señortita dejada en el bosque antes de hundirse en el río… En una insistencia imparable desde los antiguos griegos, desde el principio de nuestros pueblos originarios y hasta ahora…
Estas insistencias por las apariencias; estas continuas ganas de vibrar como un animal milenario al que no se le acaba la vida; estos impulsos de sudor, sangre, otros tantos fluidos, flujos, pleamares y cosas locas; estas palabras, joyas prestadas que engastamos cada noche en el temblor y la perplejidad; este templo de voces, de imágenes viejas y renovadas; estos empeños de loco en este arte de birlibirloque donde todo cabe y todo vive; estos espectros danzando al lado, agitando las manos, acariciando; estos tapujos y estas liberaciones vueltas pájaros; estas vestiduras envolviendo gentilezas, vilezas, huesos, materia pronta a estallar; estos enlaces y estas imágenes provocando insomnios y duermevelas; estas ganas de volar atravesando las paredes; estas determinaciones -como caballos- conducidas por la briosa tenacidad; estos gestos, estas máscaras, estas personas, estos personajes; naciendo y creciendo; naciendo y creciendo; naciendo y creciendo; estas libaciones y estas degustaciones para paladares vivos, profundos, de damas y caballeros dragones… Ya no nos vamos; ya no nos iremos más nunca; ya estamos engarzados; con gasas tenues; sin gasas; estamos; somos; uno y otros…
Este es uno de los fragmentos finales del monólogo “Entre las bocas de El Dragón y La Serpiente”, escrito a cuatro manos junto a mi amigo y Maestro Rodolfo Izaguirre hace un tiempo y por estas fechas. En el 2014, la temporada de estreno fue en el Teatro Municipal César Rengifo de Petare. Luego hicimos otra temporada en el Teatro Luis Peraza del Centro de Creación Artística TET, mi casa, nuestra casa. Después proseguía la historia unos minutos más hasta que Chuchú Izquierdo, el personaje, mandaba a la gente a salir de la sala porque él iba a proceder a explotarla en su profundo desencanto, como en efecto ocurre ¡Ah! El teatro, lugar de lo posible y de lo imposible. Su maravilla consiste en eso. En ese tú a tú. Consiste en ser fuente inagotable para otras artes, así como caudal infinito para nuestras fantasías. Ahí se hacen, se pueden hacer y se seguirán haciendo las utopías. Y con eso ocurre una expiación, una catarsis que es una refundación, una eclosión del ser que conduce la ceremonia y del ser que mira. Sí, ambos renacen con nuevas epifanías, entre nuevos alumbramientos.
Se me hace imprescindible estar siempre alertas y advertir que eso que llaman teatro de operaciones, escenarios y anillos de poder más cálculo pagado para ver cómo seguir jodiendo a la humanidad no son sino juegos de apariencias que se hacen y deshacen fuera del ámbito de lo humanamente teatral. Aunque lo llamen y comparen constantemente con el Teatro, eso es un asunto de otra materia completamente distinta. Materia maltrecha y putrefacta la suya, por cierto. Detritus del alma, metástasis, asunto en descomposición donde mandatarios se masturban entre ellos haciéndose regalos de novia y ministros, así como senadores y diputados alcahueteándose para robarse unas prendas y un dinero del tesoro público. Eso es otra materia. Materia fecal. En esa materia les rasparon a todos quienes han seguido esa senda violenta, antinatural. Ese es el estado de disimulo del que alguna y tantas veces nos advirtiera nuestro grande maestro José Ignacio Cabrujas. Estado de disimulo que, en Venezuela y en la región, aunque sigan simulando, es un oprobio, una estafa, escandalosísimo ultraje de la libertad, una reimposición, un robo que no para, un robo sostenido, un fraude que continúa, violencias sobre violencias.
Pues, ¡que coman mierda!, como dicen los hermanos colombianos. En días pasados, leí un grafiti que me gustó mucho: “Las personas felices no joden. A las personas felices les gusta que los demás sean felices y dejan que lo sean”. Así, pues, sigamos con lo que venía.
En Ser y razón de la estética en el mundo actual (1977), los maestros de la Pontificia Universidad Católica de Chile Fidel Sepúlveda y Radoslav Ivelic plantearon que esta área puede ser un soporte para construir una respuesta a la problemática del ser humano, en un mundo cada día más deshumanizado. Esta disciplina teórico-práctica ofrece un espacio privilegiado en la formación de nuevos conocimientos, y sobre todo, en la templanza de almas. En su decálogo «de envío» para los Licenciados en Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, don Fidel Sepúlveda decía que esta condición y misión, implicaba:
– Tener afinado el oído más allá del silencio. Para oír lo inaudible.
– Tener alargada la vista para ver más allá de las sombras. Para ver lo invisible. (…)
– Tener concordado el cuerpo y el alma del ser humano con el cuerpo y el alma del mundo, del más acá y del más allá.
– Ejercer el derecho de soñar, durante el sueño y durante la vigilia, en un mundo con verdad, con bondad, con belleza(…)
– Ejercer el derecho a la creación de un mundo mejor, alumbrado por los valores religiosos (cristianos), éticos, estéticos y ecológicos.
– Ejercer el deber de ser feliz y hacer felices a los otros seres humanos, y a las cosas del infinito mundo que creamos, cada infinito día que vivimos.
Este Decálogo coloca la experiencia estética como una vivencia en Busca de Sentido que desea recobrar una capacidad de asombro perdida, reinstalando nuevas relaciones de encuentro entre el ser humano y el mundo. Ejercer la vocación estética es un deber y un derecho; «ver» más allá de lo aparente, «tocando» lo inefable, es un rasgo constitucional de la especie humana.
Tomado del libro Fundamentos estéticos de la educación artística. Cómo y para qué aproximarse a una obra, de Rosa María Droguett Abarca, en Ediciones de la Universidad Católica Silva Hernández.
Estábamos en estas cavilaciones ¡cuando llegó el travieso y querido Gusano! El propio Luis Brito, uno de nuestros mejores fotógrafos en Venezuela, entró hasta el camerino con su cámara al hombro y me regaló este retrato abritado en la imagen y apretado en el corazón. A los pocos años, nos fuimos juntos de viaje al naciente del país para hacer El libro de Jusepín, un libro polifónico construido con las voces y las imágenes de ese punto oriental de Venezuela. Pero ese es otro cuento que contaré en otro momento.
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