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Ente y ser en la escritura de Ramos Sucre

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Karl Jasper, en La filosofía desde el punto de vista de la existencia, hizo una distinción axiomática entre las nociones de comienzo y origen: el primero es histórico, el segundo es la fuente del impulso que hace posible a aquel. Por contraparte, podríamos completar el planteamiento jasperiano con los conceptos de término y efecto. A un comienzo corresponde generalmente un fin y el origen podría suponer una consecuencia resolutiva, un resultado.

Estamos hablando de lo que ocurre en dos niveles ontológicos: el del ente y el del ser. Se entiende por ser —según Heidegger— el que hace posible al ente. Así, por ejemplo, la escritura (ente) participa del escribir (ser). Hay, pues, en todo ente/ser la posibilidad de un inicio y una consumación, una causalidad y una finalidad.

Un texto no lo es solo por tener un conjunto de propiedades que lo definan como tal, sino por el hecho de que su sustancia se subsume al ser del escribir. Dicho en otras palabras, no todo enunciado es una actualización del escribir (enunciación), pero todo escribir supone un enunciado. Esto, que parece absurdo y controversial, deja de serlo si nos salimos del terreno de la pragmalingüística —donde enunciación y enunciado son indisociables—.

Si vertebramos el conjunto de nociones expuestas, diremos que la escritura, en tanto que ente, no solo ostenta varias capas de lectura, sino diversos niveles del ser (uno de los cuales es la enunciación, el acto de escribir), teniendo aquella un comienzo y un final, pero cuyo ser supone una causalidad y una finalidad. La crítica literaria debe atender por igual a los entresijos del ente y del ser de la escritura.

Si analizamos Residuo, el último poema escrito por el poeta Ramos Sucre —días después de su primer intento de suicidio y tres meses antes del definitivo—, el texto comienza y termina antinómicamente: el verbo declinar de la primera oración está empleado con el significado —anacrónico hoy— de ‘reclinar’, mientras que el enunciado final habla de un ave borrascosa y cenital. La voz poética ha pasado de reclinar la frente «sobre el páramo de las revelaciones y el terror» a ahuyentar al «ave procelaria, cenit de la cúpula del cielo». En medio solo hay soledad, devastación y frío.

Si nos quedamos dentro de los límites del poema, entre su comienzo y término, tenemos una catábasis-anábasis frustrada, alegoría del intento fallido de suicidio del 17 de marzo de 1930. La voz poética recurre a la isotopía frío-muerte («páramo», «glacial», «sueño de proscrito», «cama de piedra», «fosa de Job», «abismo de dolores») como recurso que construye una red de coherencia semántica para otorgar homogeneidad semiótica al texto, solo interrumpida por la voz que ha ahuyentado a la muerte «de mi duro camino» y por el «emisario de la tormenta», que simboliza el retorno a los «dolores de Leopardi».

Las menciones a Leopardi y Job, así como al laúd siniestro y los pies lastimados tejen otra red de coherencia semántica en torno de la isotopía vida-infortunio-dolor. Ambas series isotópicas mantienen un tenso equilibrio entre sí, pero al ser ahuyentada la muerte («ave procelaria»), se impone el regreso del azote del horizonte, de la vida luctuosa, aquella a la que «las vírgenes cerraban su ventana».

Ahora bien, si preguntamos al poema por su origen, entenderemos, por supuesto, que su motivo de escritura remite inmediatamente al suicidio fallido, pero sería ingenuo pretender que sea ese el germen del texto. Hay en este y otros poemas —Preludio (1925) quizá sea el más significativo— una causalidad centrada en la tensión entre las isotopías de la muerte/vida-infortunio-dolor que produce una continua efectuación desde su temprano origen (la aflicción de vivir) hasta su consecuencia resolutiva (escalar del brazo de la muerte). Dicha causalidad señala la finalidad del ser escritural ramosucreano otorgándole así un sentido, un logos anunciado en Preludio: «Y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor».

El ser escritural de Ramos Sucre desborda la obra poética del autor cumanés, no solo porque entre Preludio y Residuo se teja una tan compleja como extensa y profunda red semántico-poética, sino porque otras poéticas participan del escribir ramosucreano desde que su producción lírica fue revitalizada a partir de la década de 1960.

Poesía y poeta son en Ramos Sucre entes que miran en una misma dirección, la del anhelo de morir como liberación. La relación de ambos con la muerte casi se puede llamar esponsalicia. La referencia a los «pies de azahar» en Residuo no solo alude a la albura de aquellos —en el autor cumanés no hay uso inocente de la palabra—, sino a la significación poética de dicha flor en tanto que símbolo nupcial. La obra ramosucreana participa del escribir, pero también señala otros niveles del ser constituyéndose en lucha ontológica.

El logos del ser escritural ramosucreano no es el tædium vitæ ni el mal de siècle, sino la lucha contra la imposibilidad de la belleza y del amor. Ramos Sucre escribía para hacer factible ambos en un mundus imaginalis cuya densidad ontológica se equiparaba a la del mundo material que ofendía la belleza y malograba el amor. La última carta a la prima Dolores Madriz, fechada el 7 de junio de 1930 (dos días antes de su segundo y definitivo intento de suicidio) evidencia un derrotismo ya implacable como consecuencia de los efectos del insomnio: «Yo no me resigno a pasar el resto de mi vida, ¡quién sabe cuántos años!, en la decadencia mental. Toda la máquina se ha desorganizado […]. Pasado mañana cumplo cuarenta años y hace dos que no escribo una línea».

Cuando no fue posible crear sobre el papel un solo ente textual más a favor de la belleza y el amor, el poeta cumanés perdió el logos de su ser escritural, y la consumación de su obra poética supuso el anticipo de la consecuencia resolutiva de su ser creativo: el suicidio. Por eso la súplica desesperada a la prima en aquella última misiva: «Te ruego que no permitas la leyenda de que soy antropófago y salvaje y enemigo de la humanidad y la mujer». En esta final exhortación —que no deberíamos olvidar— Ramos Sucre se despedía sabiendo que había nacido «en la casa donde todo estaba prohibido», una alegoría tan rica y actual en matices que aún hoy la podríamos invocar con la misma fuerza y sentido con que él lo hizo.

@JeronimoAlayon

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