La conclusión de la COP 28 en Dubái hace solo unos días evidenció, una vez más, la dificultad de concretar acuerdos que satisfagan a todos cuando se trata de temas vitales para la humanidad como energía y ambiente.
La comunidad científica, en general, y los líderes ambientalistas de manera especial, han acogido con escepticismo el resultado de la COP 28. “Del fracaso total a la irrelevancia” dice un comentarista. “Cuando la falta de ambición se puede considerar un éxito” considera otro. El texto final, de hecho, no aborda el objetivo consagrado en el acuerdo de París de 2015 de evitar que el calentamiento global supere en el 2050 el tope de 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales.
Pese a que el resultado del encuentro es, para muchos, menor de lo que se esperaba, hay consenso en afirmar como un éxito el que los hidrocarburos hayan sido considerados finalmente de manera explícita como parte del problema y del acuerdo. “Aunque en Dubái no hemos pasado página a la era de los combustibles fósiles, este resultado es el principio del fin» ha confirmado Simon Stiell, Secretario Ejecutivo de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Como parte de los acuerdos, la declaración de Dubái incluye, efectivamente, el concepto “transición” para abandonar los combustibles fósiles en lugar del de “eliminación gradual” sostenido por muchos países y muchos sectores de la sociedad. La fórmula adoptada en el debate deja ver las diferencias, pero sobre todo pone en evidencia los intereses, las motivaciones, los costos, los riesgos, las incertidumbres.
La declaración final intenta ser, de todos modos, una apelación al realismo: al que pone el acento en la dimensión, profundidad e inexorabilidad de los cambios climáticos y al que recuerda el papel de la energía en el diseño de un mundo con crecimiento sostenible, comprometido con la preservación de la naturaleza y de la vida. En materia energética las nuevas opciones ganan terreno, y lo harán más en la medida en que prueben sus virtudes como ambientalmente amigables.
Sobran evidencias para afirmar que el cambio climático está amenazando la naturaleza y la salud humana en todo el mundo. Los fenómenos meteorológicos extremos están provocando riesgos inmediatos y a largo plazo para la armonía de la naturaleza. Según el informe Lancet Countdown de este año, que rastrea los efectos del cambio climático en la salud humana, los impactos están empeorando. Frenarlos es un cometido de la humanidad
La declaración de la COP 28 impone obligaciones y limitaciones a todos los países y a muchos sectores de la economía. Como país petrolero nos tocan más de cerca los relativos a los hidrocarburos. La velocidad en los cambios del patrón energético representa para productores y consumidores un proceso de adecuación acelerado y exigente en materia de avances científicos, desarrollo de tecnología, inversión e innovación. Para un país con tradición petrolera y con alto potencial de reservas, como es el caso de Venezuela, debe involucrar una revisión profunda de sus alternativas y de sus oportunidades. Impone valorar su mayor recurso y optar por el desarrollo de su potencial humano y por la educación como palanca para su desarrollo. Representa claramente la obligación de pensar en los individuos como el primer valor, la primera riqueza, el recurso más valioso de la sociedad, más allá de los recursos naturales.
Visto todo lo anterior y colocándonos frente a las necesidades de talento humano, de profesionales y técnicos que reclamará ese nuevo mundo que comienza a configurarse en el terreno de lo energético y lo ambiental, cuesta mucho entender que el Ejecutivo de un país como el nuestro someta al Congreso la reducción en más de un tercio del valor del presupuesto asignado a la Educación Universitaria para el año 2024. Y resulta todavía más absurdo que pretenda que el presupuesto total de la Educación se encoja a solo 2,6 % del presupuesto global, sensiblemente menor del 5,74% asignado para el año en curso.
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