Por Antonio Pou
“Luis, mira lo que dicen estos en este artículo. Que hace miles de años existió un antepasado nuestro que le llaman Denisovano, que no saben cómo era porque solo se han encontrado unos pequeños trocitos de hueso pero que está en los genes de mucha gente de Asia, e incluso de Oceanía”. —¡Vaya tontería! O sea, que no saben quién era, ¿pero sí saben que está en los genes? ¡Ya no saben qué milonga contarnos! Igual es una fake news. No hagas caso a esas historias, Miguel, que te van a comer la cabeza. Vete a las páginas de deportes, que te alimentarán más.
Las vivencias del cada día, lo que está más cerca del aquí y del ahora, es lo que consideramos la realidad. Para nosotros la realidad es algo relativo, y cada uno le asigna la importancia que le merece según sus intereses y vivencias. Las personas que ejercen una profesión frecuentemente realzan el interés de su oficio y dan por supuesto que a los demás también les resultará igualmente interesante. A mí, por supuesto, me pasa lo mismo, pero permítanme que insista en el tema que voy a tratar en este artículo, porque creo que es importante.
Siempre me ha llamado la atención que nosotros, los Homo sapiens, venimos siendo anatómicamente iguales, o muy parecidos, desde hace muchísimo tiempo. Durante la mayor parte de nuestra existencia hemos sido cazadores recolectores y hacíamos herramientas de piedra, similares a las de los neandertales y denisovanos, con los que coincidimos temporalmente. Sin embargo, en el 11.700 BP (BP, antes del presente, referido a 1950), ( pasó algo porque de repente comenzamos a cultivar, a criar ganado, a aumentar la población y a desarrollar nuevas tecnologías que han conducido al mundo de hoy. ¿Qué pudo pasar en el 11.700 BP, el comienzo del Neolítico, que nos ha hecho cambiar tanto?
Es difícil conseguir una visión coherente y comprensible sobre el mundo de entonces. Hay mucha información, pero está dispersa y es difícil de integrar. Por mi parte, necesito resumirla aquí en pocas páginas, procurando no aburrir tanto al lector como para que le merezca más la pena la página de deportes. Así que no prometo nada. Sin embargo, antes de intentar explicar algo de aquel evento es necesario dar algunas pinceladas sobre el contexto humano y del medio natural que lo precedió.
Nuestra especie fue ensamblada en suelo africano a partir de otras parecidas, a lo largo de varios cientos de miles de años. Por otra parte, nuestros hermanos, los neandertales[1] (pelirrojos y de ojos azules), ocupaban desde hacía mucho más tiempo grandes partes de Europa. También estaban los denisovanos[2], genéticamente muy parecidos a los neandertales, que ocupaban parte del centro y sudeste asiático, extendiéndose hacia Oceanía. Y quizá hubiera más familiares nuestros.
Contrariamente a lo que hasta hace poco se creía, los sapiens no hicieron una única salida de África, sino varias o muchas, a través del Medio Oriente. Por otra parte, los neandertales también salieron de Europa y se pasearon por África, dejando huellas genéticas. Posiblemente ambos seguían a la caza que, como ellos, estaría buscando mejores condiciones climáticas, en unas épocas en que los climas eran inestables y fríos en muchos sitios.
Los sapiens se instalaron firmemente en Europa hace unos 40.000 o 50.000 años, haciéndose un hueco entre los neandertales. Según dice Silvana Condemi (referencia 1), con amplia experiencia en las industrias líticas de neandertales y sapiens, ambas son muy parecidas pero con una importante diferencia: las de los sapiens parece como si hubiesen sido producidas en serie, todas bastante iguales, mientras que las de los neandertales parecen tener un toque más personal, como hechas con más cuidado, con más primor.
Quizá es que los neandertales eran más artistas, conjeturo yo, y nos pasaron esa capacidad a los sapiens cuando nos intercambiamos genes. Estuvimos más de 10.000 años compartiendo territorios, y los intercambios sexuales debieron ser relativamente frecuentes para que estén todavía sus genes danzando por el ADN de los europeos, que a su vez los han extendido por gran parte del mundo. Por otra parte, los genes de los denisovanos también se intercambiaron con los de las poblaciones de sapiens del sudeste asiático. Así que es probable que la población mundial actual lleve también genes de otros ancestros paleolíticos además de neandertales y denisovanos. Lo iremos sabiendo a medida que proliferen y se perfeccionen los análisis de ADN.
Los últimos neandertales se extinguieron hacia el 28.000 BP y habitaban una cueva del Peñón de Gibraltar. Los denisovanos duraron siete mil años más. Se extinguieron en el 21.000 BP, en la parte álgida del Máximo Glaciar. Posiblemente neandertales y denisovanos se extinguieron por haberse quedado relegados a grupos pequeños, muy endogámicos y biológicamente poco viables.
De alguna manera, esos hermanos nuestros no desaparecieron, siguen existiendo, formando parte del Homo sapiens al que han enriquecido. Desde entonces, ya no hemos tenido más mejoras, así que desde hace más de veinte mil años somos el mismo modelo de sapiens. Hablamos otras lenguas, tenemos otras costumbres porque el mundo de ahora es muy diferente al de entonces, pero aparte de eso somos igual de refunfuñones o de excelsos.
Si pudiésemos viajar con una aeronave espacio-temporal por encima de Gibraltar hacia el 21.000 BP, veríamos un monte escarpado festoneado por una franja de planicies costeras suavemente inclinadas, con el mar a un par de kilómetros de distancia. Encontraríamos la bahía que hoy protege el Peñon convertida en un pequeño entrante de ría. La geografía del Estrecho nos resultaría confusa. Tenía mayor longitud, pero algo menos de anchura.
Inglaterra era entonces parte del continente, igual que pasó con otras islas en grandes zonas del mundo. Por ejemplo, el sudeste asiático se prolongaba en un extenso territorio, Sunda, separado por unas cuantas islas de Sahul, un continente que integraba Australia con Nueva Guinea Papúa.
La razón de todo ello era que nivel de océanos y mares estaba unos 120 o 130 metros más bajo que el actual. Todo ese volumen de agua estaba convertido en hielo, repartido en casquetes polares y glaciares. Los hielos coronaban montañas suficientemente altas en cualquier lugar del planeta.
Hacia el 19.000 BP los fríos intensos remitieron, y en pocos siglos los hielos comenzaron a fundirse y el nivel del mar a subir. A pesar de que los fríos hacían frecuentes retornos que duraban décadas o algún siglo, la tendencia general fue hacia un caldeamiento progresivo.
Según lo que registran los hielos de Groenlandia, hay un repunte de las temperaturas hacia el 14.500 BP, seguido inmediatamente por varias pulsaciones cada vez más frías. En el 12.900 BP las temperaturas descendieron aún más, aunque no llegaron a alcanzar valores tan bajos como los del Máximo Glaciar. Así permanecieron hasta 11.700 BP, un periodo frío de 1.200 años que se conoce ahora como el Dryas Reciente, durante el cual el nivel del mar se mantuvo estabilizado a unos 50 o 60 metros por debajo del actual.
Aún no está claro el porqué de ese retroceso de las temperaturas, más aún cuando la tendencia parece que era claramente de calentamiento. Se ha especulado mucho sobre ello y propuesto muchas teorías, incluso erupciones volcánicas cercanas al Ártico y caída de un meteorito en el noroeste de Groenlandia, pero no hay datos concretos que soporten satisfactoriamente ninguna de esas hipótesis. Parece más verosímil que tuviese relación con la salida de icebergs polares al Atlántico norte, porque el enfriamiento comenzó por esa zona.
En ese sentido, otra hipótesis baraja la posibilidad de que el enfriamiento estuviera relacionado con el estrecho de Bering. La bajada de los niveles marinos del Máximo Glaciar había dejado su fondo al descubierto, formando un valle con caída hacia el Pacífico y hacia el Ártico. Al subir el nivel de los océanos, el agua anegó el valle modificando la circulación de las corrientes polares y provocando la salida de más icebergs al Atlántico norte.
Lo que parece más claro es que la dinámica de las corrientes atlánticas que bañan las costas de Europa y Norteamérica, se modificó y por tanto también el clima de la zona, que fue a su vez modificando la circulación general atmosférica de la mayor parte del planeta. Pero a saber cuál fue realmente la razón y si no hubo otros procesos que también contribuyeron a desencadenar la aparición del Dryas Reciente, como pudo ser un evento solar muy extraordinario que tuvo lugar por entonces.
El Dryas Reciente acabó de forma muy brusca en el 11.700 BP. En Escandinavia y el nordeste americano las temperaturas subieron 6 grados en una década y en pocas más quedaron estabilizadas en los niveles actuales. En pocos siglos, el aumento de temperatura llegó a todo el planeta. La impresión es como si algo se hubiese taponado al comienzo del Dryas Reciente y se destaponara de golpe al final, provocando que las temperaturas se dieran prisa para recuperar el tiempo perdido por el bloqueo. Así, casi de golpe, nos plantamos en un periodo interglaciar, de temperaturas altas, al que denominamos Holoceno y en el que seguimos, por ahora.
El interglaciar anterior al nuestro, unos 100.000 años antes, fue más cálido e irregular. Se fundió mucha mayor cantidad de masas de hielo y el nivel del mar subió seis o nueve metros por encima del actual. Épocas interglaciares y glaciares, vienen alternándose desde hace 2,58 millones de años, que fue cuando comenzó el Cuaternario. Son oscilaciones rítmicas impuestas por causas astronómicas, matizadas por los intercambios de calor entre la atmósfera, las aguas marinas y el agua en forma de hielo, produciendo irregularidades, desfases y una gran complejidad climática.
Es difícil hacerse una idea realista de las consecuencias que debió tener la brusca subida de temperaturas del 11.700 BP. El actual Cambio Climático está siendo de un grado por siglo, pero aquel fue de seis grados en una década, 60 veces mayor; aunque ese valor se refiere a una zona localizada, no a todo el planeta. El mar tarda mucho en calentarse, sobre todo en las zonas profundas, y además está el tema de las corrientes marinas, que distribuyen ese calor de forma muy particular. Quiere decir que el acople de la circulación general atmosférica (es decir, del clima) a la nueva situación tuvo que realizarse a lo largo de siglos, y por tanto geográficamente no debió afectar por igual, ni con la misma intensidad, a toda la biosfera. En todo caso, fue una catástrofe ecológica de enorme alcance, al superarse en muchos lugares la capacidad migratoria de la vegetación y por tanto afectando a toda la cadena trófica, obligando a muchos seres vivos a reinventarse.
Uno imagina el mundo del cazador recolector, visto desde la perspectiva del trabajo ligado a un horario, como un mundo fácil y anárquico. En realidad, para dar de comer a una tribu se requiere de personas que comprendan muy bien los ritmos de la naturaleza y los hábitos de lo que pretenden cazar. Sin duda alguna, esas gentes, que aún las hay, son especialistas dotados de una alta capacidad de observación y comprensión. Muchos de ellos son científicos graduados por la Universidad de la Naturaleza y algunos son doctores por la Universidad de la Vida.
El evento del 11.700 BP, al final del Dryas Reciente, desorganizó de forma imprevisible los esquemas mentales que habían aprendido los cazadores recolectores en sus carreras, y en algunas zonas del planeta su mundo se vino abajo de golpe. Sin embargo, hubo una zona donde supieron sacar buen provecho de unas prácticas tradicionales.
Desde los tiempos más remotos, los flujos de humanos saliendo y entrando de África han tenido que pasar por la costa del Mediterráneo oriental, cruzar la cuenca del río Jordán, y la de los ríos Tigris y Éufrates, una zona que se conoce por el Creciente Fértil. Ha sido siempre, y aun es, una zona de gran riqueza y por lo tanto codiciada y disputada desde tiempos prehistóricos, y fue cuna de las primeras grandes civilizaciones creadas por el sapiens.
Gran parte del sistema fluvial Tigris-Éufrates discurre por zonas de bajo relieve donde abundan humedales muy ricos en caza y pesca. Esa riqueza favoreció la presencia de asentamientos permanentes de cazadores recolectores, que podían vivir cómodamente de la caza de aves acuáticas sin alejarse mucho de sus cabañas.
Uno de esos asentamientos, el yacimiento del Tell Abu Hureyra, en el valle del Éufrates, en territorio Sirio, comenzó a habitarse al comienzo del Dryas Reciente y no se abandonó hasta cinco mil quinientos años después. Desde el primer momento del asentamiento, aparecen señales de haber cultivado centeno, lentejas y una verdura. Esos son, al menos por ahora, los primeros indicios que tenemos de haber domesticado vegetales. Debió ser una actividad complementaria a la caza, que surgió como consecuencia de haber estado asentados en un mismo lugar durante mucho tiempo, y como una extensión lógica de la actividad recolectora de plantas y semillas comestibles y de uso medicinal.
Que el Tell Abu Hureyra sea el primer lugar en el que se han encontrado restos de cultivos no quiere decir que la agricultura no se practicara esporádicamente en otros lugares, como puede ser América. Posiblemente la falta de más evidencias sea consecuencia de que el Creciente Fértil es un lugar que desde hace mucho tiempo ha concentrado la atención de los arqueólogos. A medida que otros países se vayan interesando por la historia no escrita de la humanidad, es seguro que el panorama arqueológico irá cambiando de paradigmas.
Al producirse el evento del 11.700 BP, es de imaginar que la riqueza de la zona atraería a muchas tribus y la caza empezaría a escasear, forzando a que el cultivo de plantas fuese la actividad principal, aunque la caza siguió siendo el eje vertebral de su cultura. Tan solo doscientos años después, en las cabeceras del Éufrates, en un altozano cerealístico sobre el río Balikh, en territorio turco, pero cerca de Siria, se encuentra Gobekli Tepe, un yacimiento con unas estructuras impresionantes, con apariencia de templos, dedicadas a la caza.
En pilares formados por grandes placas de piedra, dispuestos radialmente, hay tallados unos magníficos bajorrelieves representando con gran fidelidad distintos tipos de aves y otros seres vivos, de una calidad estética y de realización que podrían ser de hoy mismo. Durante mucho tiempo se creyó que eran obra de cazadores recolectores y que sería como un lugar aislado, de peregrinaje, porque no había más señales de hábitats en la cercanía. Nuevas excavaciones han podido comprobar que está sobre y entre poblados agrícolas.
La presencia de ese templo, que institucionaliza socialmente creencias que eran funcionales en la cultura de cazadores recolectores, marca el modelo que, con el paso del tiempo, daría lugar a las grandes religiones. Las tribus de cazadores recolectores formaban grupos relativamente aislados que posiblemente diesen pie a distintas formas de entender la existencia y a una gran diversidad de creencias. Para la supervivencia y defensa del grupo, la cultura agraria de la antigüedad forzó la coexistencia y fusión de creencias ancestrales, centralizándolas en unas pocas formas culturales. Eso quizá fuese una pérdida de riqueza humana individual, pero sin duda ha sido una gran ganancia colectiva.
La unificación de criterios hacia un objetivo común y la mayor concentración de personas en un mismo lugar, permitió la especialización artesanal y social que dio pie a que se pudiesen fabricar hachas de gran calidad, pulimentadas, y micro puntas de flecha, en las que se nota la mano de buenos artesanos. Si hubieran dispuesto de otros materiales y de otras tecnologías, aquellos artesanos podrían haber competido perfectamente con los de hoy.
Gobekli Tepe es, probablemente, uno de los primeros lugares en el mundo donde las tribus de cazadores recolectores construyeron una sociedad basada en la agricultura, dando comienzo a la cultura neolítica cuyo comienzo es también el comienzo del Holoceno, el periodo interglaciar de climas cálidos en el que nos encontramos todavía.
La cultura neolítica se fue extendiendo poco a poco, a base de siglos y milenios, irradiando desde el Creciente Fértil, desplazando al mundo del cazador recolector, hasta dejarlo hoy arrinconado a unos pocos lugares y a un puñado de personas. Sin duda, la domesticación de plantas y animales ha hecho la vida y la supervivencia de los humanos mucho más fáciles.
Desde 11.700 BP el clima del planeta no ha cambiado sustancialmente. El nivel de los mares siguió subiendo durante ocho mil años más hasta alcanzar el nivel que tiene desde hace cien años. Hubo un pico de temperaturas más bajas hacia el 8.200 BP, pero fue un evento local que duró solo un par de siglos. Se desconoce qué lo provocó, pero la interacción de la circulación atmosférica con la dinámica de los mares y los paisajes está constantemente realizando pequeños cambios que duran décadas o unos pocos siglos.
Aunque la media de las temperaturas mundiales varíe, no quiere decir que afecten a corto plazo y por igual a todos los lugares del planeta. El aumento de temperaturas que tuvo lugar durante el medievo fue más bien algo localizado en Europa, sobre todo. Lo que sí ha tenido mayor importancia ha sido un enfriamiento progresivo que tuvo lugar a partir de los años 1350 y que terminó hacia 1850, con una fase álgida entre los siglos XVII y XVIII que se denomina la Pequeña Edad de Hielo. De nuevo, la fase álgida fue sentida con más intensidad en Europa y nordeste norteamericano que en otros lugares del planeta, lo cual quiere decir que el enfriamiento procedió del Atlántico norte.
En ese enfriamiento tuvo mucho que ver, sin duda alguna, la actividad solar. Durante el periodo de mayor intensidad desaparecieron las manchas en la superficie del astro rey, que suelen aparecer en su franja ecuatorial con una frecuencia de unos once años. Ese periodo sin manchas se conoce como mínimo de Maunder y afectó al funcionamiento de la atmósfera y al clima europeo. Por ejemplo, el Támesis se heló con frecuencia durante el invierno y también lo hicieron otros ríos situados mucho más al sur, como el Ebro, incluso junto a su desembocadura en el Mediterráneo.
El mecanismo que liga la actividad solar con el clima aún no está bien conocido. Desde luego no es que el Sol de más calor y el planeta se calienta como lo hace un puchero que esté al fuego, sino que intervienen muchos otros procesos como el campo magnético terrestre y la dinámica de la alta atmósfera de las zonas polares. Ahora tenemos satélites artificiales que pueden medir parámetros que nos proporcionan nuevas informaciones, pero llevamos solo algunas décadas midiéndolos, tiempo insuficiente para poder relacionarlos claramente con el clima.
Tras terminar hacia 1850 el enfriamiento, las temperaturas siguieron subiendo y no solo no han parado de crecer, sino que el ritmo se ha acelerado. Una parte de ese ascenso se debe, con gran probabilidad, a los mismos procesos naturales que dieron lugar al enfriamiento. La otra parte, sin duda, se debe a la actividad humana, sin descartar que la natural también haya propiciado de alguna forma (que aún no conocemos) el crecimiento poblacional y la aparición de la sociedad industrial. La consecuencia de todo ello es que en los últimos cien años se ha producido un incremento en las temperaturas globales de un grado y un ascenso de 16 a 21 centímetros del nivel del mar (y acelerando).
De todos los elementos conocidos que intervienen en el Cambio Climático, que son muchos y variados, la sociedad ha decidido, para simplificar el asunto, que hay un responsable máximo, el CO2, y sobre él está centrando su atención. Recuerda mucho al chiste del que busca las llaves de su casa bajo una farola y un amigo, tras ayudarle en la tarea, le pregunta si realmente las perdió allí, porque no aparecen por ningún lado. “No. Las perdí cerca de la casa” —¿Y por qué las buscamos aquí? “Porque aquí hay más luz”.
Evidentemente, el CO2 necesita ser decididamente controlado, por muchos motivos, pero es muy improbable, también por muchos otros motivos, que con ello se evite que la temperatura del planeta recupere los valores del siglo XIX. Por otra parte, desde que se establecieron acuerdos internacionales en los años 90 para controlarlo, el CO2 atmosférico no ha cesado de aumentar. El asunto es que la producción de ese gas está fuertemente relacionada con la base económica del mundo actual, y seguirá estándolo durante mucho tiempo. Lo cual es perfectamente conocido por los gobiernos y aceptado, implícitamente, por el consumidor, que no está dispuesto a renunciar al tipo de bienes y confort que proporciona el mundo tecnológico en su modalidad actual.
Pero además de los desastres que podamos cometer los humanos con el clima, sobre los que decimos tener alguna capacidad de control, aunque no la ejerzamos, está el ritmo climático que viene afectando al planeta desde hace 2,58 millones de años. Se enseña en las escuelas, se muestra en películas, la sociedad mundial está enterada de su existencia, pero actuamos como si no tuviera nada que ver con nosotros, como que si nos portáramos bien, nada nos podría ocurrir.
Sin embargo, el futuro será frío, una vez más, dentro de un tiempo. ¿Cuánto? No lo sabemos. Si lo comparamos con lo que duró el interglaciar anterior, perecería que al Holoceno le quedan todavía unos pocos miles de años. A juzgar por lo que ocurrió en otros momentos, no será un precipitarse de golpe a los hielos; más bien será un proceso de siglos de idas y venidas que pueden empezar en cualquier momento.
Quizá la Pequeña Edad de Hielo fue un primer ensayo parcial de la función “Glaciares por el Mundo”. Con el conocimiento que actualmente tenemos del sistema que controla el clima a largo plazo, ignoramos cuándo será el siguiente ensayo. Puede que incluso pase desapercibido, enmascarado por los recalentones que le damos al clima, que en ese caso vendrían bien para prolongar decenios o siglos las temperaturas buenas. Pero puede también —ojalá que no, que la parte del Cambio Climático que es de origen natural sea una indicación de que el Holoceno tenga aún en la despensa más combustible de lo que pensamos. Si eso fuese así, lo llevamos claro: al añadir nuestra aportación al calentamiento, nos churrascaremos.
¿Podemos hacer algo al respecto? Sí, por supuesto; tenemos herramientas y conocimientos como ninguna otra civilización del pasado pudo soñar jamás. Podemos adaptarnos razonablemente bien, lo que no podremos es evitar que las causas naturales actúen, porque algunas son extraplanetarias. ¿Qué tenemos que hacer? Cambiar de actitudes. ¿Es posible hacerlo? Sí. ¿Es fácil? No.
[1] El nombre científico es Homo neanderthalensis.
[2] Silvana Condemi, François Savatier. (2024). L’Enigme Denisova: Après Néandertal et Sapiens, la découverte d’une nouvelle humanité.
(Los denisovanos son también del género Homo, se conoce su ADN, pero solo unos fragmentos de huesos, por lo cual todavía no es una especie reconocida en el estricto mundo científico).
Ambiente: Situación y retos: es un espacio de El Nacional coordinado por Pablo Kaplún Hirsz
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