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En aras de la mentira

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Hablar de democracia y callar al pueblo es una farsa. Hablar de humanismo y negar a los hombres es una mentira”. (Paulo Freire)

De un tiempo a esta parte, en la irrealidad que este año 2024 me está imponiendo, tengo muy claro que las verdades universales, o al menos aquellas que se me inculcaron por educación y por tradición, han muerto o, lo que es peor, no existieron nunca.

No puedo negar, aunque como don Joaquín Sabina lo niegue todo, incluso la verdad, que el mundo que me rodea está cambiando, quizá al mismo ritmo que cambio yo. No se trata de una sensación difusa, sino más bien de la certeza de que todo es deformable, que estoy en una galería de espejos de feria en la que ya no puedo discernir si la realidad es la que está a este lado del espejo, o al otro lado. Es un fallo en la matriz, que me hace reflexionar sobre el momento en que me dieron a elegir la pastilla roja o la azul. No recuerdo ese momento, y lo que es peor, no recuerdo que pastilla elegí, pero con toda seguridad me equivoqué de pastilla. Parafraseando a otro gran compositor, Enrique Urquijo, no sé bien que estoy buscando, pero me voy alejando.

No se trata de una sensación que ataña solo a mi vida personal, que también. Es más bien una deformación de alto espectro de la realidad que yo daba por sentada.

No voy a negar que, desde que he perdido el atributo de hombre joven, o de mediana edad incluso, siento nostalgia más a menudo de lo que sería deseable, de tiempos pasados. Esos tiempos en los que la verdad, el honor, el compromiso, eran parte esencial de la formación recibida en los centros de enseñanza y, por supuesto, en el seno de las familias. Esos tiempos en los que la mentira, salvo en casos excepcionales, era un recurso de emergencia para salvar los papeles en situaciones de crisis.

No voy a decir ahora que nunca he mentido. He mentido muchas veces y lo seguiré haciendo. El problema no es la mentira como excepción, como herramienta. El problema, que estamos afrontando a nivel institucional, es la mentira como mantra, como modo de vida. Decía Joseph Goebbels, ministro de propaganda del gobierno de la Alemania nazi “miente, miente, miente que algo quedará. Cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá”. Algo sabía Goebbels de la mentira, de la deformación de la realidad, que es la peor de las mentiras.

Por eso me resulta tan llamativo, tan inesperado y extemporáneo, que en este siglo XXI, el supuesto siglo de la megainformación, de la inmediatez de la noticia, la mentira esté campando a sus anchas; que haya pasado de ser una herramienta, de dudosa licitud, pero eficaz, a un arma de destrucción masiva de la información y la verdad. Hasta el punto en que gobiernos como el nuestro, como el de España, han hecho de ella no ya su entorno natural, sino su doctrina oficial.

Esto no sería un problema, o al menos un problema grave, si no fuera porque la masa que apoya incondicionalmente al Partido Socialista Obrero Español, no solo admite la mentira como algo inherente a su doctrina, sino que pretende hacer de la necesidad virtud y acallar o dar carácter de falsedad a todo aquello que contradiga las tesis del partido. Esa masa, que sigue votando socialismo a pesar de que su presidente ya no se molesta ni tan siquiera en maquillar la mentira, en la certidumbre de que diga lo que diga no se le cuestionará y, como decía Goebbels, otro socialista, no lo olvidemos, cuanto más grande sea la mentira, más gente la creerá.

Y el problema no es la mentira permanente; el problema es que se demoniza la verdad, se intenta callar a los medios de comunicación libres y se disfraza de antisistema a aquellos que disienten, como ha sucedido siempre en toda dictadura, que es, ni más ni menos, que lo que tenemos actualmente en el gobierno de España.

Y todo esto, con una oposición que no levanta la voz, no vaya a ser que mañana gobiernen ellos y no puedan seguir utilizando la mentira. Y con un rey, no lo olvidemos, que está de adorno, como su figura en el museo de cera, callado y aferrado a sus privilegios.

Vendiendo a España y a los españoles, en aras de la mentira.

El que no conoce la verdad es simplemente un ignorante. Pero el que la conoce y la llama mentira, ese es un criminal”. (Bertolt Brecht).

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