Por Pablo Kaplún Hirsz
En medio de la crisis política, económica y social que ha sumido a Venezuela en la oscuridad de en manos del autoritarismo, el pueblo venezolano ha encontrado en la tradición de quemar a un muñeco que representa a los traidores de la nación una forma de expresar su descontento y su rabia. Esta tradición, que se lleva a cabo cada Semana Santa, simboliza el repudio hacia aquellos que han traicionado la confianza del pueblo y han sumido al país en la miseria y el caos.
En esta ocasión, el muñeco que arderá en llamas representa –a mi modo de soñar en este momento- al último Judas de la Venezuela traicionada. Aquel personaje que ha vendido su alma al diablo y ha colaborado en la destrucción de una nación que en un tiempo fue próspera y llena de oportunidades para todos. Es un territorio, además, que es como un pequeño hermoso continente: tiene todos los paisajes y fenotipos de todos los ecosistemas. Tiene también tantos recursos que es por ellos que se ha vuelto un centro de junta de malandrines.
Este Judas moderno, cuyas manos están manchadas de sangre y cuyas decisiones han llevado al país al abismo, está siendo quemado en el final de la Semana Santa en una hoguera que simboliza el fuego purificador que acabará con la corrupción y la negación que suponen estos años.
Me viene la idea de que es el momento de dejar atrás a los traidores estos que entre el 21 y el 25 de marzo quedaron tan expuestos en público. Ya no habrá más Judas que traicionen a Venezuela, porque el pueblo ahora sí está claro de quién es quién.
Que el fuego que consume al último Judas de la Venezuela traicionada sea el inicio de una nueva era de esperanza y de progreso para un país que merece brillar con luz propia. Que la llama que sale de esas hogueras ilumine el camino hacia un futuro mejor, donde la paz y la prosperidad y el respeto a nuestros admirados ecosistemas sean una realidad para todos los venezolanos.