En la política venezolana, la intolerancia y el odio se han instalado como elementos distorsionadores de la conducta colectiva, y ello constituye un grave obstáculo para la recomposición de la sociedad y para buscar una salida política a la grave crisis que padece nuestro país.
Aunque no pretendo hacer una disertación filosófica sobre el odio –ello ya lo han hecho los grandes pensadores de la humanidad–, creo que resulta muy importante identificar y reconocer la existencia y promoción de esta conducta, desde los sectores políticos de todos los signos; y, en particular, de aquellos que detentan el poder desde el gobierno.
Sería inútil, en este momento, iniciar una discusión sobre el origen de este fenómeno en el país. Habría que poner en contexto todo lo sucedido en nuestra reciente historia, tan pronto se inició el proceso de transformaciones políticas en 1999.
Lo que sí vale la pena identificar, es que, el origen de este fenómeno, no fue espontáneo, ni natural. Fue promovido y estimulado desde los poderosos factores desplazados del poder político y económico, quienes, cabalgando sobre el miedo y la incomprensión, condujeron a importantes segmentos de la población a la comisión de hechos de violencia, que impactaron al país y su psicología.
El odio es una actitud irracional, individual, que ha sido estimulada para convertirla en una conducta colectiva, con el objetivo de obtener fines u objetivos políticos. Esto lo ha hecho el Nazi-fascismo desde su nacimiento como movimiento político y ha sido denunciado como instrumento de sistemas represivos, como lo hizo el escritor y periodista George Orwell, en su obra maestra 1984 y su famoso pasaje “de los 2 minutos de odio”.
En los tiempos actuales, estas acciones se agravan al extremo por la existencia de las redes sociales, las cuales, mal utilizadas, se convierten en una eficaz herramienta para globalizar el odio contra alguien, algún grupo humano, político o racial.
Recurrir al odio como instrumento político de represión y persecución, resulta muy grave cuando ésto se hace y estimula desde el Estado. Es lo que sucede actualmente en Venezuela, donde el gobierno utiliza sus medios de comunicación, el Poder Judicial, la Fiscalía y toda su capacidad en redes sociales, para incitar el odio en contra de sus oponentes políticos, logrando verdaderos linchamientos morales, exponiendo al ciudadano al escarnio público, con todo tipo de acusaciones infundadas, llegando al punto de divulgar videos degradantes de la condición humana.
Lo que persigue el gobierno con estas acciones absolutamente violatorias de los Derechos Humanos, de la Constitución y las leyes, es de instigar el odio en contra de su oponente político para deshumanizarlo y justificar cualquier acción en su contra, desde la más enconada persecución, tortura, encarcelamiento o condena a penas absurdas, incluso, su muerte. Toda esta violencia del Estado en contra de un ciudadano que ellos identifican como enemigo político, se extiende a sus familiares, los cuales sufren persecución y encarcelamiento, reeditando el sippenhaft, la práctica nazista de extender a los familiares castigos colectivos.
Esta acción oprobiosa del gobierno, de estimular el odio, impide la defensa de la víctima. Son juicios sumarios y ejecuciones extrajudiciales que hace el gobierno de sus oponentes políticos, convirtiéndolos en parias. Nadie habla, ni opina, mientras los más desfasados solo repiten –sin ni siquiera detenerse a pensar– las acusaciones del gobierno, para luego decir: “Se lo merecen”.
Una vez instalada la matriz de odio en contra un oponente político, viene la acción de la Fiscalía General y del sistema de justicia, acusando a la víctima de cualquier crimen o delito absurdo lo que sea está justificado, porque el odio ya se ha instalado. Igual actúan los organismos de seguridad, quienes se sienten con el derecho de actuar por su cuenta, violar los derechos y destruir la vida de los “enemigos”.
He sido víctima del odio político. Desde que decidí separarme del gobierno y renuncié a mi posición como Embajador en las Naciones Unidas, por mi oposición a la manera como se estaba conduciendo el país y la violencia política desatada por el gobierno. Tuve que exiliarme por las amenazas directas que recibí de nicolás maduro y la información que me dieron los oficiales militares de que él había ordenado mi detención, tan pronto pusiera un pie en la patria.
Inmediatamente, en las redes sociales del gobierno, se inició una campaña calificándome de “traidor”; luego, el Fiscal sicario me acusaba de todo tipo de delitos y actos de corrupción, sin prueba alguna, sin darme derecho a la defensa, Pero, lo más grave, es que el propio nicolás maduro, desde su posición de Jefe de Estado, vociferaba en mi contra, descalificándome y acusándome de todo tipo de crímenes, ordenando a sus cuerpos de seguridad y sus órganos judiciales a actuar en mi contra, “ponerme los ganchos” y “sepultarme en vida” en una de sus cárceles, como han hecho con centenares de venezolanos.
Nadie del gobierno dijo nada, todos guardaron silencio. Los voceros y segundones del madurismo, para mostrar incondicionalidad a su jefe, fáciles en el insulto, se sumaron al linchamiento en mi contra.
No importó mi trayectoria de 12 años como ministro de Petróleo de Chávez, ni los 10 años conduciendo Pdvsa; no importó la conquista de la Plena Soberanía Petrolera, ni poner el petróleo al servicio del pueblo. No importó el desempeño leal y honesto al servicio de todos, construyendo la Revolución Bolivariana, ni el apoyo a las Misiones y Grandes Misiones, ni que hubiésemos sostenido a nuestro país durante 12 años en las situaciones más difíciles.
Mucho menos importó la palabra de Chávez, su valoración positiva y permanente a nuestro trabajo y a nuestros logros; su ratificación en mis posiciones, muestras de afecto y reconocimiento que –menos mal– quedaron grabadas para la historia del país. Pero, en los años del madurismo, ha podido más el odio.
Sin embargo, perseguido y con mil heridas, con un hermano secuestrado por el gobierno, mi casa confiscada y mi familia agredida, no guardo ningún resentimiento. El odio no nubla mi mirada, ni mi pensamiento. Seguiré insistiendo en mis ideas y el servir a mi país.
El gobierno ha demostrado que tiene una importante capacidad para imponer matrices. Convierte a los exministros de Chávez en villanos y delincuentes, atacando, así, al mismo Presidente Chávez y al socialismo, mientras que transforma en héroes de la patria a empresarios, delincuentes y traficantes de droga, a quienes los iguala con el Ché Guevara. Es el país del absurdo. Tanto es así, que ellos, que promueven y estimulan el odio, se dan el tupe de promulgar una “ley anti odio”. Es la más absoluta impunidad del gobierno; es la realidad del tuiter y la ética del pranato, que se ha modelado en toda la sociedad desde las altas esferas del gobierno.
Importantes voceros del madurismo, utilizan programas de odio para insultar, descalificar e instigar todo tipo de acciones contra sus oponentes políticos. El fiscal general actúa como una persona desequilibrada que insulta y arremete contra cualquiera que considere sus enemigos, incluyendo al expresidente Pepe Mujica.
Los hermanos Rodríguez, creen que tienen placé para insultar y vociferar, incluso, contra líderes políticos y Jefes de Estado, reforzando la conducta, absolutamente antidemocrática de que “el que se mete con maduro, se seca”, y “en este país se hace, lo que maduro diga”.
Por su parte, nicolás maduro, es el máximo exponente en el país, de la instigación al odio y la violencia en contra de sus oponentes, repitiendo permanentemente ofensas y amenazas contra todos los que nos oponemos a sus políticas. maduro tiene un triste historial de actuaciones y acciones que incitan y estimulan el odio, lo que, viniendo de un Jefe de Estado, constituye una actuación al margen de la ley, un abuso de su investidura y una ausencia total de equilibrio y cualquier tipo de ponderación en el ejercicio de tan alta investidura.
En el genocidio de Ruanda, donde fueron masacrados cerca de 800.000 “Tutsis” por bandas y poblaciones armadas afectas al gobierno de los “Hutus”, los medios de comunicación, en particular la Radio Télévision Libre des Mille Collines (RTLM), tuvieron un rol fundamental en la promoción del odio y la incitación de la violencia en contra de los “Tutsis”. Su permanente difamación, acusaciones y estimulación del odio en contra de la minoría étnica, víctima de la violencia, es un elemento que fue identificado como fundamental por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda creado para juzgar los crímenes de guerra allí cometidos, y que llevaron a varios de sus periodistas y directores a la cárcel.
Igualmente, luego de la Guerra en los Balcanes, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas constituyó el Tribunal Internacional para la ex Yugoslavia cuyo mandato ordenó el enjuiciamiento a largas penas a 6 exmiembros del Ejército Yugoslavo (incluyendo a su líder, Slobodan Milosevic) que instigaron el odio en contra de las distintas nacionalidades que conformaban la ex Yugoslavia y que dieron origen a limpiezas étnicas y crímenes de lesa humanidad.
Pero, más recientemente, tenemos el caso del gobierno de Netanyahu en Israel, quien ha desarrollado toda una narrativa de instigacion al odio contra el pueblo palestino, deshumanizándolo y utilizando las acciones de Hamas como una justificación para asesinar a más de 35.000 civiles palestinos, de los cuales mas de 14.000 son niños, perpetrando un horrible genocidio contra una población indefensa. Por ello, el fiscal de la CPI ha solicitado órdenes de captura contra el premier Netanyahu y el ministro de defensa de Israel.
Nuestro país se encuentra a las puertas de un cambio político. Existe mucho rencor, mucho odio, lo cual agrega una gran incertidumbre con respecto a lo que pueda pasar. Estoy convencido de que hay que dejar a un lado el discurso del odio, de la revancha, de la descalificación.
El gobierno actúa de esta manera porque se siente carente de apoyo popular y lo hace de manera desesperada. Pero, el resto de las fuerzas políticas y las fuerzas chavistas, patriotas y revolucionarias dispersas en el país, debemos promover que baje el nivel de intolerancia política.
Tenemos que concentrarnos en las tareas más importantes que tienen que ver con el restablecimiento del Estado de Derecho, del hilo constitucional y, a partir de allí, la reconstrucción del país.
Las tareas que tenemos por delante son enormes. Tenemos que reconstruir la institucionalidad arrasada por el madurismo, sobre bases legales, justas y que estén despojadas del odio y la intolerancia.
Quien esgrime la amenaza de que “arrasará con su oponente”, debe estar dispuesto a asumir las consecuencias de ello. Pero, les puedo decir, que tras años de esta lógica del “ojo por ojo”, todos, de alguna manera u otra, “estamos tuertos” en el país.
El odio no se corresponde con los valores venezolanos. El odio como expresión colectiva no es una manifestación propia del pueblo venezolano. Debemos ser capaces de luchar con toda la combatividad necesaria por nuestras ideas y nuestros principios, pero sin recurrir al odio. Quien lo hace, no tiene argumentos, no tiene propuestas, carece de autoridad.
Es el momento en que, los venezolanos saquemos a flote lo que es verdaderamente afirmativo de nuestro pueblo: la solidaridad, las grandes ideas, el trabajo, la generosidad, el sentido de la justicia, la unidad nacional, el patriotismo, el bolivarianismo.
Es hora de dejar el odio atrás, y poner lo mejor de todos nosotros al servicio de nuestro país y la noble causa colectiva de sacar a nuestro pueblo del abismo y la desesperanza.
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