Por Antonio Pou *
Imagínese el lector que un día, paseando por el claro de un bosque, encuentra una bolsa. Abre la cremallera y dentro hay dos pellejos como de plástico. La curiosidad se convierte en grima cuando al sacarlos ve que imitan la envuelta completa de la piel y el pelo de dos personas. Debajo aparece un objeto luminiscente de color verdoso, semitransparente, de tacto viscoso y forma de ladrillo. Emite un olor delicado, indescriptible, extrañamente familiar y que evoca recuerdos de infancia temprana. Atrae tanto que se lo acerca a la cara y, en ese momento, el olor se intensifica atrapándole y sumergiéndole en una alucinación visual y auditiva. Es la transcripción a la mente humana de un largo y complejo informe, del que entresaco, interpreto y resumo algunos fragmentos:
Extracto A. “Visita de inspección al planeta que está en la posición 3 del sistema planetario objeto de este seguimiento. Consideraciones respecto a la especie que se autodenomina humana y su reciente transformación.
«Habiendo consultado informes de inspecciones anteriores, hemos constatado que la población de esa especie ha experimentado muy recientemente un crecimiento espectacular y un profundo cambio, tanto en sus individuos como en sus sociedades. Ahora se les ve por cualquier rincón del planeta y hay tantos que, si les reuniésemos a todos, los amasásemos, y con ellos hiciésemos una escultura con la forma del humano, ésta tendría una altura superior a los 3.000 metros. A esa escultura, que representaría toda la especie humana, la hemos llamado provisionalmente ‘Humanie’.
«El cambio producido en el resto de las especies del planeta es tal que, si hiciésemos esculturas similares con las demás especies animales, veríamos que, con la excepción de las que le sirven de alimento, que alcanzan un tamaño similar al Humanie, las demás han disminuido su población hasta casi desaparecer: o bien se las han comido los humanos o las han dejado sin sitio donde vivir. Algo parecido pasa con las especies vegetales y está empezando a pasar también con los insectos, aunque menos, porque por ahora no son su alimento principal. Aun así, la única especie de insectos que se mide en tamaño con los humanos son las termitas. Los seres más pequeños que habitan el planeta son las bacterias cuya masa total es muchas veces mayor que la del Humanie. El conjunto interdependiente de todos los seres vivos constituye la biosfera.
«Pese a sus indudables capacidades cognitivas, el Humanie parece ignorar que su existencia ha sido, y es, posible gracias a la biosfera. Entre todas las especies, humanos incluidos, mantienen el planeta habitable. La biosfera amortigua los gases tóxicos que emanan de las rocas, transformándolos en respirables. Modifica la composición de las aguas, incluidas las marinas, adecuándolas para la vida y forma parte del escudo que protege al planeta de partículas y radiaciones letales. Dado que las amenazas son múltiples, imprevisibles y potencialmente catastróficas, la biosfera ha desarrollado a lo largo del tiempo muchos sistemas redundantes para asegurar la supervivencia de la mayor cantidad posible de especies. Sin el concurso del resto de la biosfera los humanos no son viables, pero su éxito actual como especie les ciega, y les cuesta mucho reconocerlo.
«El reciente éxito del Humanie deriva en gran medida de esa ceguera. Consideran a la biosfera como algo externo a ellos. Unos se auto arrogan el papel de cuidadores, olvidándose de que lleva cuidándose a si misma miles de millones de años y todos se consideran con el derecho de usar la biosfera a su antojo, en cualquier medida, sin límite ni coste alguno. Consideran además que tanta redundancia es un lujo innecesario y prescindible, que la biosfera rápidamente lo repondrá, ignorando posibles repercusiones negativas sobre los humanos y las lecciones de la historia.
«En esta visita de inspección hemos podido comprobar que los humanos tienen un buen conocimiento teórico de la biosfera. La mayoría de ellos, sobre todo de forma individual, sospechan que la actitud actual es incorrecta y temen posibles reacciones de la biosfera y sus efectos negativos sobre la siempre precaria estabilidad de las sociedades humanas. A pesar de ello, si cambian las actitudes, lo cual ya no es frecuente, la mayoría solo lo hace muy superficialmente. Al parecer, necesitan destrozar para aprender. Por tanto, no parece que el problema y la dificultad estén en la falta de información. Más bien, lo vemos, a largo plazo, en cómo conseguir que el individuo, en su realidad cotidiana, engarce en un solo hilo dimensiones temporales y espaciales diferentes, incorporando objetivos cada vez más globales, del Humanie y del resto de la biosfera, haciendo de todo ello su proyecto vital”.
Tras describir con detalle nuestra anatomía, el informe se centra en diversos mecanismos de funcionamiento y control. La mayoría de ellos no vienen aquí al caso, pero algunos aspectos me parecen relevantes.
Extracto B. “Poco a poco, a medida que los humanos van construyendo robots con capacidades más complejas, incorporan en su diseño remedos de ellos mismos, adaptados a sus tecnologías y objetivos. Les dotan de sensores para que reaccionen ante determinadas circunstancias y de sistemas con capacidad para tomar decisiones. Son todavía muy elementales en comparación con los de su sistema emocional e intelectual, pero los humanos están empeñados en poder crear algún día seres con capacidades similares a ellos (objetivo en sí mismo que nos parece absurdo porque los humanos, como todos los animales de la biosfera, ya lo vienen haciendo desde tiempo inmemorial cuando procrean).
«El sistema emocional, tanto en humanos como en el resto de los mamíferos, es bastante similar, pero es en la parte intelectual donde el humano destaca ostensiblemente sobre los demás. La conjunción de ambos sistemas es la que ha permitido al humano encontrar procedimientos para desplazarse por todo el planeta y más allá (cualquier día de estos nos van a provocar un accidente). Algunos humanos consideran que esos sistemas están al servicio del cuerpo, mientras otros opinan que es el cuerpo el que sirve para transportarlos. Sin embargo, ambas opiniones parecen no considerar la existencia real de otro sistema, sin localización física clara en sus cuerpos, o directamente deslocalizado, al que en general conocen mal y que denominan intuición.
«Ese último sistema, de naturaleza elusiva y de amplio espectro, tanto facilita la coordinación cerebral en el individuo, como la enlaza con aspectos colectivos del Humanie, de la biosfera, y quizá más. Es un sistema que está a un nivel estructural superior al del intelecto y la emoción, por lo que estos no están capacitados ni para estudiarlo ni para sentirlo con claridad, al llegarles sus señales por cauces no habituales. Solo pueden constatar una vaga sensación de presencia y débiles sugerencias de comportamiento y acción. Sin embargo, al seguirlas, esas sugerencias forman un paisaje coherente en el que la vida cobra sentido y propósito, aunque no por ello elimine la incertidumbre que es consustancial al humano.
«Parecería por tanto que es la intuición la que se vale de las capacidades del cuerpo, coordinado por los sistemas emocional e intelectual, para que el individuo conozca y explore sus potencialidades con propósitos e intenciones que nos son desconocidas, quizá para hacer evolucionar la especie en el contexto del planeta, o vaya usted a saber. Según eso, los humanos serían, a su vez, en alguna medida, robots, aunque mucho más sofisticados y con libertad para seguir, o no, las directrices de la intuición. Sin esa dirección, funcionan bien en lo local e inmediato, pero pierden con facilidad la comprensión del entramado donde tienen lugar sus acciones, las modificaciones que éstas producen en el mismo, y la visión de sus consecuencias a largo plazo.
«Sin la guía de la intuición, el humano pierde el sentido común, que es el desarrollo coordinado de los sistemas emocional e intelectual ajustado a sus necesidades. Dentro de cada uno de esos sistemas hay partes que se hiper desarrollan, en general a costa de otras, y esos desequilibrios se aceptan como normal, e incluso son alabados como rasgos interesantes de la personalidad. Algo similar sucede colectivamente y se sienten orgullosos de ciudades y edificios, tecnologías, ideas, o fantasías colectivas, que pueden llegar a ser admirables en sí mismas, pero sin preocuparse mucho de si respetan, mejoran o empeoran, la vida de los individuos que componen el resto del Humanie. Por supuesto, tampoco se preocupan lo más mínimo de considerar, no ya sus efectos, sino su posible viabilidad biosférica, de la que estrictamente dependen. Solo son capaces de prever consecuencias a muy corto plazo.
«Con un fuerte crecimiento poblacional, aunque ahora a un ritmo menor, y con problemas generándose a mayor velocidad de lo que son capaces de resolver, no hace falta análisis muy detallados para darse cuenta que muchas de las características de sus sociedades actuales son inestables e insostenibles. Al igual que muchos humanos, nosotros también pensamos que, en un futuro no lejano, casi todas las sociedades actuales serán transformadas, alguna quizá a mejor, pero, en general a peor, e incluso muchas desaparecerán. Tendrán que adaptarse a las necesidades de los individuos en el marco que la biosfera delimita. Quizá lo veamos y analicemos en sucesivas visitas al planeta.”
Recojo aquí otros comentarios que emanan del ladrillo verde-viscoso sobre la emoción y el intelecto, que posiblemente podrían ayudarnos a deshacer el nudo Gordiano en el que estamos atrapados y que nosotros mismos hemos creado:
Extracto C. “Según los humanos, la función que llaman raciocinio utiliza sobre todo circuitos neuronales ubicados, en la mayoría de ellos, en la parte izquierda de sus cerebros. Aprovecha parte de las mismas estructuras cerebrales que controlan la comunicación oral, y por eso, al igual que el lenguaje, es secuencial y relativamente lento. Es un procedimiento muy útil y eficaz para analizar procesos no muy complejos y es sólido en cuanto a que la repetición del análisis puede producir resultados parecidos.
«Algunas culturas humanas, como la occidental, han cultivado esa función desde la antigüedad, hasta convertirla a veces en adoración como herramienta de conocer. Además, está en la base del espectacular desarrollo de la tecnología y también de lo que llaman conocimiento científico, aunque este último quizá sea más un valioso lenguaje de comunicación de lo que se va descubriendo que un procedimiento para descubrir lo desconocido. Los propios científicos reconocen que los descubrimientos más importantes no ocurren como consecuencia de laboriosos raciocinios, aunque éstos sin duda juegan un papel importante en la construcción del sustrato que los soporta y en la identificación de problemas.
«Aparentemente, los descubrimientos muchas veces surgen solos, como entes con dinámica propia. Lo mismo cuentan artistas e inventores. Una parte de ello se debe a otra modalidad de intelecto, en general menos valorada, cuyos centros, en la mayoría de individuos, se ubican sobre todo en la parte derecha del cerebro. Desde esos centros se accede con gran rapidez a registros de memoria poco utilizados y a procesos complejos. La menor valoración de esta modalidad se debe a que sus resultados no tienen acceso directo a los centros de lenguaje, y por tanto son difíciles de comunicar. Para ello se requieren técnicas especiales como las que desarrollan, pero no solamente, los artistas.
«Ambas modalidades de funcionamiento intelectual requieren una gran actividad neuronal y mucha energía. El diseño actual del cerebro no puede simultanearlas y lo que hace es alternar constantemente entre las dos. Hay individuos que mentalmente son muy hábiles y consiguen hacer la alternancia con gran rapidez. Otros, sin embargo, menos eficaces, se especializan más en una u otra modalidad. En todo caso, las mismas funciones intervienen también en los movimientos corporales, con el hemisferio derecho coordinando movimientos globales, que completa con precisión el izquierdo, como ocurre con la destreza manual.
«De la misma manera, en los humanos, la forma natural y eficaz de analizar un problema es alternar constantemente entre las dos modalidades, lo que llaman, en su versión más básica, el sentido común. Sin embargo, los humanos del mundo actual se han empeñado en hiper desarrollar el funcionamiento del hemisferio izquierdo, convirtiéndolo en procedimiento universal de análisis de situaciones, sin admitir el concurso, a iguales, del hemisferio derecho. El resultado es un increíble desperdicio de capacidades individuales que repercute en las dificultades de la sociedad para la comprensión de procesos complejos. No solo eso, sino que, en muchos individuos, quizá la mayoría, ese desarrollo selectivo bloquea el acceso de la mente a la intuición.
«Las dos modalidades de funcionamiento intelectual tienen lugar en la parte más superficial del cerebro, el cortex. Debajo, en el interior del cerebro, se ubica el sistema límbico, un centro de coordinación de todas las señales que proceden de los sensores corporales. Ese sistema se expresa mediante las emociones, y es fundamental para mantener con vida al individuo y para que cumpla con sus obligaciones biológicas. A su servicio está la memoria dinámica, a la que utiliza constantemente para valorar riesgos y oportunidades. Los elementos memorizados, a medida que van dejando de ser imprescindibles, se trasladan junto a otras memorias menos importantes hacia rincones de la mente donde los encuentra el hemisferio derecho.
«El sistema emocional comunica permanentemente el estado del individuo a los demás, lo cual es esencial para la supervivencia del grupo. En muchos rasgos los humanos tienden a asemejarse a las especies animales gregarias, aunque no les guste reconocerlo. Uno de esos rasgos, que es muy frecuente, es su tendencia a dominar y a dejarse dominar. Por otra parte, suelen ser bastante competitivos, algunos mucho, que es una característica muy útil en muchos contextos, pero que en otros conduce fácilmente a la confrontación y a la violencia.
«Las reacciones emocionales fuertes disparan en el cuerpo y la mente una multitud de mecanismos destinados a salvaguardar la supervivencia del individuo. Esas situaciones, excepcionales, donde el riesgo suele estar presente, resultan desagradables a unos individuos y profundamente atractivas y adictivas a otros. Con frecuencia, las culturas admiran las reacciones emocionales exageradas, promoviéndolas y sacándolas de su contexto funcional, desequilibrando a los individuos. Algunos de esos desequilibrios son aprobados y bendecidos por el grupo social, fomentándolos, otros son reprobados y perseguidos, pero las reglas que lo determinan son variables y cambian con las circunstancias e intereses.
«Por último, hay una parte del cerebro que en el humano está muy desarrollada y que coordinada con los sistemas antes citados, le ha permitido conquistar el planeta. Se sitúa en la parte de atrás del cráneo, en la nuca, y la denominan cerebelo. Es la unidad de modelización y visualización. El humano, como cualquier otro animal, no tiene acceso directo a la realidad en la que vive inmerso, la que está fuera de su piel. No la conoce, la imagina, y solo muy parcialmente. Unos pocos sensores captan una ínfima parte de la información que existe fuera del cuerpo y la mandan a procesar al interior. En función de esa información, el cerebelo modeliza el espacio exterior, produciendo constantemente una multitud de modelos que contrasta con la información disponible y con la experiencia de casos anteriores. Selecciona el modelo que estima representa mejor en ese momento los intereses de su cuerpo o de su mente, modeliza el futuro, o el pasado, y lo representa, generalmente en el interior de su cabeza, mientras que prepara a las partes del cuerpo que van a intervenir. En ese proceso de modelización, superpone representaciones, las modifica y deforma, sin respetar necesariamente la coherencia del mundo exterior ni el hilo temporal, adelantándose o retrasándose a los acontecimientos. La modelización la puede realizar en vacío, sin el concurso de los sensores, desligada de cualquier realidad y, gracias a ello, su imaginación vuela y su creatividad, para bien o para mal, también.
«Las culturas siempre han venido inventando formas para comunicar a los demás las representaciones de las imágenes, olores y sensaciones internas, pero ninguna comparable a las que ha producido el gran avance tecnológico de los humanos actuales. Pese a todo, solo consiguen crear toscos remedos, generalmente en el campo visual o auditivo, de las representaciones que crea el cerebelo. Sin embargo, al ser más simples son más fáciles de comunicar y pueden llegar a toda la población. El inconveniente es que, a muchos individuos, les resulta más cómodo adoptar esas representaciones que esforzarse en sacar jugo a las altísimas capacidades potenciales de su cerebelo. Con facilidad se vuelven mentalmente dependientes de fantasías que otros fabrican y quedan atrapados en mundos virtuales, visuales, sonoros, o químicos, que no les sirven ni a ellos ni a la sociedad, porque no tienen correspondencia con las situaciones concretas, reales, que determinan su existencia del cada día.
«El desarrollo y éxito biosférico de la especia humana ha estado ligado desde siempre a su mayor capacidad tecnológica con respecto a otras especies. Cuando encontraron la forma de manejar grandes cantidades de energía dieron un gran salto, propiciando el incremento de la población, lo cual a su vez ha hecho desarrollar la tecnología hasta su actual nivel. Habitualmente lo han entendido como una liberación de la dependencia estricta de la biosfera. Para mantener y desarrollar la tecnología han puesto en marcha sistemas educativos que usan selectivamente partes del funcionamiento humano, hipertrofiando unos a costa de otros, centrándose en lo inmediato. Ignoran las necesidades de las generaciones futuras, de la biosfera, y de los límites que impone la habitabilidad del planeta.
«Las generaciones actuales de humanos enfrentan el futuro de formas muy diversas. La preocupación de muchos es de qué comer y cómo sobrevivir. La de otros, cómo desplegar como personas. En las sociedades opulentas hay muchos que tienen la percepción que el mundo es un absurdo en el que todo cabe, en el que cualquier fantasía es posible, y que no merece la pena atender a las llamadas del sentido común. En esas mismas sociedades otros buscan cómo sintonizar con la biosfera siguiendo planteamientos idealistas y sin reparar en su dependencia del mundo tecnológico que les sustenta. Hay muchos humanos frustrados, proclives a la depresión, pero también hay gente consciente, jóvenes y viejos, que intentan hacer lo que pueden, cuando pueden. Como consecuencia de todo ello, no es difícil vaticinar que, si no cambia su actitud, el Humanie tiene por delante tiempos muy difíciles, y no muy lejanos.
«La solución es simple, lo único que los humanos necesitan es aprender a coordinar sus distintas capacidades a la hora de realizar acciones concretas, desde las más sencillas a las más complejas, hacia un desarrollo cerebral coordinado y equilibrado, entre intelecto y emoción. Necesita escapar del atrape de los mundos abstractos de las ideas y la fantasía, para centrarse en lo concreto, en lo cotidiano. Esa es la manera de poder escuchar a la suave y casi imperceptible voz de la intuición, la que proporciona al individuo un objetivo personalizado y a la sociedad la indicación de por dónde, cómo, con qué y cuándo avanzar.
«Claro que el que sea simple no quiere decir que sea fácil. De hecho, es muy difícil, pero no imposible. La primera y grave dificultad es que los individuos reconozcan la necesidad de un cambio, y que tendrán que dejar atrás aspectos de la vida que hoy parecen imprescindibles, aunque los propios acontecimientos venideros proporcionarán argumentos convincentes. La segunda, e igualmente difícil, es la de cómo vaciarse de ciertos valores para que puedan ser sustituidos por otros más adecuados a una dimensión biosférica. La tercera dificultad es que el cambio necesita ser multigeneracional: de nada sirve intentar educar a la infancia cuando los mayores no predican con el ejemplo. La cuarta dificultad es que el aprendizaje colectivo lleva generaciones porque depende del aprendizaje individual, que es muy lento, incierto y tiene que ser particularizado. En el sentido individual, la situación no es nueva, ha venido teniendo lugar desde siempre. En el colectivo, nuevas necesidades requieren nuevas soluciones. El Humanie tendrá que buscarlas si no quiere perder masa”.
En algún lugar del Sistema Solar:
‒Bueno, pues ya estamos cerca de abandonar el sistema planetario de esta estrella. Por cierto, ¿dónde has puesto el informe?
‒En la bolsa de los disfraces de humano.
‒ ¿Y la bolsa, dónde está?
‒Buena pregunta… ¡Ahí va! ¡Me la dejé cerca de donde despegamos! Donde hice mis necesidades… Ya la habrán encontrado…
‒Pues habrá que volver a hacer otro informe, con esa excusa podemos volver a probar esa fruta que llaman vino.
‒No es una fruta, es un producto que elaboran a partir de una fruta.
‒Lo que sea, pero está muy bueno.
‒ ¿Blanco o tinto?
Nota: Esta columna semanal es coordinada por Pablo Kaplún Hirsz.
[1] Antonio Pou es Profesor Honorario del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid. Como miembro de la delegación española participó en los tres primeros años del IPCC (el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas), en el Comité Directivo y en el Grupo de Respuestas Estratégicas. Actualmente realiza investigaciones sobre análisis automático de la circulación general atmosférica por medio de imágenes satelitales.
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