Cuando leo algunos análisis sobre la renovada oportunidad de Occidente para redefinir el sistema internacional, no puedo evitar sentir cierta alegría: “Ojalá fuera así como dicen estos autores”, me repito mientras continúo avanzando en las lecturas. Nada me complacería más que las ideas expresadas en sus artículos fueran ciertas. Sin embargo, me parece que enfrentan una serie de obstáculos importantes. No es mi intención responder a todas las aseveraciones que hacen, que, como dije, comparto en parte y desearía que pudieran concretarse. Mi objetivo, entonces, es señalar algunos puntos de disidencia respecto a sus diagnósticos y propuestas.
En primer lugar, en lo que algunos denominan el “eje de la resistencia”, compuesto por China, Rusia e Irán. A priori, no considero que este bloque deba representar de manera natural y obvia un obstáculo unificado para el mundo occidental. La alianza entre estos tres países se explica, en mi visión, por los errores estratégicos de las políticas estadounidenses, particularmente en los últimos cuatro años bajo la administración de Joe Biden.
La redefinición del poder que está teniendo lugar hoy en Oriente Medio ha sido obra y mérito de Israel, en contra de la presión europea y estadounidense, que en todo momento intentaron evitarlo o morigerarlo. Ya sea por cuestiones ideológicas, temores a un desequilibrio geopolítico, la influencia que podía tener en las elecciones o cualquier otro motivo. Si hay alguien a quien atribuirle las medallas de este reacomodamiento (pues también está pagando los costos), es a Israel.
Por otra parte, respecto al tema de Occidente, un elemento clave que invalida los diagnóstico es que el mayor problema no radica en una confrontación entre grandes bloques, sino en una especie de “guerra civil intra-occidental”, si se me permite la expresión dramática. Esto se evidencia en el enfrentamiento entre distintos proyectos de organización social, sus vínculos con el Estado y los valores que deberían regir esa relación. Además, esta disputa ha incluido, de manera central, a actores tan radicales que parecen más cercanos al eje de la resistencia que al mundo capitalista.
Algunos autores atribuyen parte del éxito del Eje de la Resistencia a su capacidad para explotar las fracturas de un sistema internacional profundamente afectado por las tensiones geopolíticas. Esto puede ser cierto, pero lo que ha aprovechado, sobre todo, es la disputa interna en el mundo occidental y sus desacuerdos radicales sobre el futuro global.
Durante la Guerra Fría, el mundo occidental, particularmente las élites estadounidenses, nunca dudó de su enfrentamiento con el comunismo ni de su identidad capitalista liberal. En Europa, la situación era algo distinta: la socialdemocracia, los desarrollos posmateriales y los vínculos históricos con Europa del Este generaban una relación más ambigua con el mundo soviético, aunque, en última instancia, se alinearan con Occidente.
La novedad en esta ocasión es que un sector significativo de las élites estadounidenses y europeas amplifican y reproducen una visión anti-occidental, ilustrada en la idea de lo woke. Mientras este enfrentamiento interno no se resuelva, no será posible reconstruir nada que remita a lo que alguna vez se denominó “mundo occidental”.
El espejo de la Guerra Fría
Una de las propuestas que exponen sobre los posibles caminos de Occidente para reconstruir el sistema internacional a su imagen y semejanza también presenta algunas falencias. Una de sus sugerencias es que, para avanzar en ese objetivo, Donald Trump debería modificar su estrategia respecto a la guerra ruso-ucraniana y abandonar la idea de una paz poco favorable a Ucrania para buscar un enfrentamiento con Rusia.
Sobre esto, primero cabe preguntarse si es posible y, segundo, si es deseable. No pienso en Trump como en Ronald Reagan, el liquidador del mundo soviético. Más bien lo veo como un Richard Nixon, quien, con un giro pragmático, dio un gran paso al romper el bloque comunista y terminar de separar a China de su alianza con la Unión Soviética.
Para recorrer el camino que proponen, sería mucho más eficiente que Trump lograra desarticular el Eje de la Resistencia y reincorporar a Rusia al mundo occidental, al cual en cierta medida siempre ha pertenecido. Mientras se continúe atacando a Rusia, se fortalecerá ese eje, que no parece ser fácilmente vencible, sobre todo si cuenta con China como garante de última instancia. Además, ¿estaríamos dispuestos a aceptar la opción de una guerra nuclear como solución?
Por eso, la estrategia con Rusia debe ser distinta. La historia rusa, sus relaciones problemáticas con China, los enfrentamientos entre sus élites y sus propias ideas sobre el rol del país en el mundo hacen que estimular su separación del Eje de la Resistencia no sea una tarea irrealizable, aunque sí extremadamente compleja y, posiblemente, costosa.
Algunos podrían preguntar: “¿Cómo negociar con Rusia después de todo lo que ha sucedido?”. Bueno, podría ser con Rusia, pero no necesariamente sin Putin. Mejor aún, podríamos recordar lo que significó la alianza de Nixon con Mao. El líder chino venía de su “Gran Salto Adelante”, con millones de muertos, y de la Revolución Cultural, marcada por la represión interna y los campos de reeducación. Sin embargo, todo su autoritarismo no fue un impedimento para alcanzar un acuerdo geopolítico. Sin duda, la acción de Nixon fue una estrategia acertada, ya que respondía al objetivo general de debilitar al enemigo y terminar con el enfrentamiento bipolar.
Agrego que el punto más débil del eje es Irán. Sin embargo, esto no ha contado con el entusiasmo de las administraciones demócratas en el pasado. Irán está en esa mesa con Rusia y China porque Obama, de forma incomprensible, lo permitió. Ahora estamos ante la oportunidad de acabar con el régimen de los ayatolás, aunque habría que aceptar que es poco probable que esto ocurra solo mediante elecciones libres.
La razón y la fuerza
Finalmente, tampoco considero acertadas las dos propuestas que se están planteando sobre la reconstrucción de Siria y, mucho menos, la de Gaza como un ejemplo de prosperidad para retomar la política de los dos Estados. En otras palabras, volver a recorrer el camino que nos condujo al 7 de octubre de 2023.
En el estado actual de la política internacional, lo que quede de Occidente debe surgir, ante todo, de una refundación de sus principios y de una reafirmación de su identidad capitalista, dejando atrás la autoflagelación, las ideas absurdas y el jesuitismo anticapitalista que guían la agenda woke. Al mismo tiempo, como quedó demostrado con Hamás y Hezbollah, el uso de la fuerza resulta clave para impedir que este tipo de proyectos se consoliden. Cualquier iniciativa para recomponer equilibrios en la región deberá incluir una posición israelí militarmente reforzada, más allá de sus fronteras formales.
Dentro de cuatro semanas, Trump asumirá el poder y tendrá la oportunidad de enviar un mensaje fuerte y claro sobre cuál será su posición en este mundo complejo. Para empezar, tiene en sus manos la posibilidad de abordar la cuestión de los rehenes israelíes (si es que no se resuelve antes).
Con estas breves líneas me despido por este año 2024, deseando a mis lectores los mejores augurios para el 2025.
@J__Benavides
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