OPINIÓN

El cuerpo y su lenguaje

por Jerónimo Alayón Jerónimo Alayón

La emoción siempre tiene sus raíces en el inconsciente y se manifiesta en el cuerpo.

Irene Claremont de Castillejo

Uno de los temas que más interés suscita cuando dicto cursos sobre liderazgo comunicante es, sin duda, el del lenguaje corporal. Cuesta creer que un alto porcentaje (70% según algunos especialistas como Pease, Davis y Hall) del lenguaje emocional y actitudinal se exprese por vía de nuestros gestos faciales, manuales, corporales y por el modo como nos dispongamos, por ejemplo, en torno a una mesa o por cómo miremos con el cuerpo —sí, no solo los ojos miran— a nuestro interlocutor. El cuerpo habla y tiene su propia gramática.

Como en toda lengua, la corporal se conforma de un inventario de signos y un ordenamiento sintagmático de estos, pequeñas partículas no verbales que se ensamblan en unidades mayores, del mismo modo que los lexemas y morfemas constituyen palabras, y estas, a su vez, se asocian en estructuras sintácticas mayores, tales como la oración.

Hay, por tanto, dos campos principales de estudio de la comunicación no verbal: el campo kinésico, que se ocupa de los gestos, y el campo proxémico, que estudia las posiciones corporales, la proximidad de los cuerpos y la mirada visual, facial y corporal. Al campo kinésico corresponde la menor unidad de significado que denominamos kinema, pequeña partícula gestual que, junto a otras, conforma gestos más complejos; y en el campo proxémico hallamos los proxemas, unidades mínimas que constituyen parte de expresiones no verbales mucho más complejas. En todo caso, kinemas y proxemas, que tienen su propia morfología, se conectan entre sí por medio de la sintaxis no verbal construyendo de este modo el fraseo gestual.

En términos más sencillos se podría decir que gestos, posturas, miradas visuales, faciales y corporales, entre otros signos, se combinan para construir un mensaje no verbal que pasa desapercibido para la mayoría de las personas, y cuya interpretación requiere de un entrenamiento muy específico y especializado para evitar, por ejemplo, interpretar mal una muletilla gestual o un signo extracomunicacional.

Un ejemplo claro de esto es el constructo cruce de brazos: leerlo sin considerar si los interlocutores se encuentran en una sala climatizada y sienten frío, supone el riesgo de interpretarlo como un kinema de rechazo (bloqueo); de igual modo, he podido observar que en España, específicamente en algunos pueblos aragoneses, la gente suele cruzarse de brazos para sentirse más cómoda, en cuyo caso constituye un españolismo no verbal que no puede tomarse como un signo de bloqueo. Leer el cuerpo supone superar el analfabetismo kinésico y proxémico.

Aquí es prudente recordar que hay que tener una sintaxis gestual profusa para lograr una lectura más acertada de los gestos. Si, por ejemplo, mi interlocutor, al expresar sus emociones respecto de algún evento crítico reciente, se toca la nariz mientras habla, aun cuando estemos tentados de interpretar dicho gesto como un kinema de insinceridad, él solo no basta para fundar una lectura en tales términos; simplemente podría tratarse de una muletilla gestual, es decir, un gesto que se hace por un simple mal hábito.

Ahora bien, si mi interlocutor se ha tocado la nariz, un rato después se rasca la nuca y finalmente se toca la comisura interior del ojo (donde va el lacrimal), y a esto sumamos que concluye ocultando sus manos en los bolsillos traseros de su jean, todo pareciera indicar (¡cuidado con las afirmaciones categóricas!) que nos está mintiendo. Si ese es el caso, no nos corresponde juzgar sus actitudes, sino hacer preguntas para tratar de entender cuál es realmente su apreciación sobre el evento del cual está expresando sus emociones y actitudes.

Una de las más severas advertencias en torno al lenguaje corporal es que su lectura no debe ser empleada para juzgar y condenar a nuestros interlocutores, así como no se debe sacar provecho de ello para manipular conversaciones conforme a intereses ocultos. La comunicación no verbal es un área de estudio lingüístico fascinante que puede optimizar, y mucho, las relaciones interpersonales; nos permite leer los mensajes emocionales y actitudinales enmascarados, y ayudar a que nuestros interlocutores puedan expresarse finalmente con mayor honestidad.

A menudo se menciona esta capacidad interpretativa, y con mucha razón, como parte de la comunicación asertiva, especialmente la empática, y entre las habilidades sociales que deben desarrollarse en la comunicación basada en inteligencia emocional; saber leer el cuerpo de nuestro interlocutor nos puede permitir no solo poder mirar mejor las cosas desde su perspectiva, sino que faculta al enunciador y enunciatario para que puedan orientar más asertivamente sus modos de respuesta.

La comunicación no verbal corresponde a ese vasto mundo de lo que se dice sin decir y, por ello, su lectura es tan delicada; también, al fundarse en lo tácito, nos da un margen de maniobra dentro de la prudencia, pues, en ocasiones, el lenguaje corporal de nuestro interlocutor nos dirá que más que mejorar un proceso comunicacional, será mejor cerrarlo, y tal vez hacerlo de un modo definitivo: no pocas negociaciones fallidas fueron precedidas por un lenguaje no verbal cargado de signos negativos cuya lectura habría bastado para alertar a la parte que más arriesgaba.

En definitiva, si Wittgenstein nos aseguraba que los límites de nuestro mundo están significados por los límites de nuestro lenguaje, en el caso de la comunicación no verbal esa frontera lingüística y ontológica se difumina y expande inconmensurablemente tras la niebla del complejo ecosistema humano de las emociones.